Mal acaba, lo que mal empieza. La Ley de Murphy, que cuenta con una connotación humorística a pesar de que el martes no tuvo ninguna gracia, se basa en un principio empírico para explicar los infortunios de la vida, que suele ser presentado como: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. En Anoeta se cumplió a rajatabla con una Real que no se mereció una agonía tan cruel. Todo comenzó en el recibimiento al equipo. Imanol había sido claro en la víspera: “Espero que mañana Anoeta se caiga y ojalá que entre todos logremos una victoria para pasar a la final. Para empezar, al chofer le voy a decir que intente ir por la Avenida de Madrid, que nos haga la afición el recibimiento que nos hizo el día del Mirandés, porque ahí se empieza a ganar el partido”. No sabemos si se empezó a ganar o a perder, pero lo cierto es que a media mañana el club confirmó a través de sus redes sociales que la llegada del autobús iba a producirse por el Paseo de Errondo en lugar de por la Avenida de Madrid, como era el deseo de todos.

Por si fuera poco, a primera hora trascendió que la Ertzaintza había acordonado diversas zonas para que el autobús pudiera acceder de forma más cómoda al estadio, por lo que acabó siendo imposible repetir las emocionantes escenas del día del Mirandés. Como era de esperar, la situación provocó un gran malestar entre los seguidores txuri-urdin, que querían estar más cerca del autobús, e incluso se produjeron algunos incidentes cuando los más radicales rompieron el cordón policial y se acercaron hasta el autobús. Como hemos informado, dos ertzainas fueron atendidos por lesiones de poca consideración. La sensación que quedó en el ambiente fue de impotencia y de frustración y muchos se quedaron con las ganas de ver lo que sucede hoy en Bilbao en la previa ante el Atlético y si la policía va a permitir a los aficionados zurigorris acercarse al autobús de los de Valverde. Esperamos acontecimientos.

El ambiente dentro del estadio fue simplemente espectacular. Una atmósfera mágica que permitía soñar con un triunfo que certificara el anhelado pasaporte para la final de Sevilla. Al contrario que en anteriores ocasiones, en el fondo Aitor Zabaleta no cabía un alfiler desde casi una media hora antes de que arrancara el encuentro. Esta vez a la afición no se le puede reprochar nada, porque hizo todo lo que estuvo en volandas y no se vino abajo ni con el mazazo del penalti fallado por Brais en el último minuto de la primera parte ni con el tanto del Mallorca nada más arrancar la segunda. Según fueron pasando los minutos, en lugar de venirse abajo, el estadio empujó al equipo para que lo intentaran hasta el final y el gol de Mikel Oyarzabal, el más aclamado de la noche, estuvo a punto de hacer caer la grada, como reclamaba Imanol en las horas previas. El baile de espaldas fue secundado en esta ocasión por todo el campo. Incluso en la prórroga, en el momento que fallaban las fuerzas, la parroquia más tiró del equipo, que, cuando estaba organizando la tanda de penaltis, vivió con emoción como sus aficionados no dejaban de cantar y saltar para restarle hierro al asunto y animarles. Remiro en ese instante fue el más aclamado, pero no tuvo suerte.

Sin duda, fue muy cruel porque la Real se queda a la puertas de su segunda final en cuatro años después de encajar solo dos goles en toda la competición y en su único encuentro disputado en casa. Además, el Mallorca vio puerta en el único remate en 180 minutos, ya que el meta de Cascante no se vio obligado a hacer ninguna intervención más.

"A pesar de que el ambiente en Anoeta fue magnífico y no hubo problemas entre aficiones, los bermellones provocaron en su festejo"

A partir de ahí, la lista de calamidades es interminable: Barrenetxea se lesionó en el partido del viernes; un Oyarzabal recuperado de forma precipitada para que pudiera aportar a la causa porque es el único que lleva el gol en la sangre; un penalti fallado en el último minuto de la primera parte con la consiguiente carga psicológica que hubiera supuesto y con el agravante de que el lanzador venía de desperdiciar sus dos anteriores lanzamientos desde los once metros; un tanto en contra al inicio del segundo tiempo con el consiguiente mazazo moral (una situación que recordó al partido de Gijón del gol de Zamora, con los dos goles de Mesa al final y al inicio de la primera y segunda mitad); y, sobre todo, y en esto sí que influye el factor suerte, vio cómo Larin se libraba de estar en fuera de juego en la acción del 0-1 por menos de un pie y que en la primera parte de la prórroga, en la jugada clave de la vuelta, Samu Costa salvó bajo palos un cabezazo de Merino y en un chut a bocajarro de Tierney lo volvió a repeler desde dentro de la portería el luso sin que quedase demostrado al 100% que fuese gol. El tema es muy grave porque estamos hablando de un gol que hubiera supuesto la clasificación para la final. Pero, bueno, como la Real no tiene la influencia de los grandes, no pasará nada. Lo de siempre.

Lo que no tiene nada que ver con la fortuna es desaprovechar una pena máxima en el partido y en la tanda de penaltis, en la que los visitantes curiosamente ejecutaron los cinco lanzamientos al mismo lado izquierdo de Remiro, que solo se lanzó una vez al otro lado, en el definitivo de Darder, que no pudo rechazar a pesar de que no iba a demasiado fuerte.

La ida

Tampoco se puede olvidar que los realistas perdieron más de la mitad de la eliminatoria en la segunda parte de la ida cuando fue muy superior a los bermellones y crearon suficientes ocasiones como para dejar finiquitada la eliminatoria. En el recuerdo de todos para siempre, las tres ocasiones que falló Sadiq.

Y en el cómputo general destaca el drama absoluto que ha terminado por condenar a los realistas y que ha condicionado y lastrado toda su temporada hasta el punto de pagarlo con quedarse con la miel en los labios en una Copa que podía haber ganado perfectamente. O al menos eso creían los propios blanquiazules. La Real ha chutado 36 veces a puerta en la eliminatoria y ha metido un gol, el Mallorca ha tirado una vez a portería y marcó. Sin gol no hay nada que hacer. El dato que pone de relieve el desastre de la planificación de la dirección deportiva es que, con Silva en el campo, fue Brais quien asumió sin éxito la responsabilidad de lanzar el penalti y, lo que es más grave, Sadiq, el delantero que costó 20 millones de euros, no se encontraba entre los cinco elegidos para la tanda de penaltis que perdió y que le condenó a quedarse sin viajar a Sevilla, lo que sin duda le señala y le deja en una situación muy controvertida en el club a pesar de que tiene firmado un contrato hasta 2028.

Por su parte, Oyarzabal, a través de las redes sociales, reconoció ayer sentirse “responsable, muy triste y a la vez orgulloso de lo que pasó ayer”.

Mal ganar

Por último, resalta el mal ganar de varios de los jugadores del Mallorca, que, en lugar de centrarse en celebrar la victoria en un partido en el que no hubo incidentes y tanto su afición como los propios realistas actuaron con un respeto dignos de destacar, se dedicaron a provocar y cobrarse deudas pendientes. Nada más marcar Darder el penalti decisivo, Jaume Costa se paseó por delante de los apesadumbrados txuri-urdin haciendo el gesto de silencio que acusaban de haber hecho a Merino al anotar el 1-2 in extremis la semana pasada en Palma. A pesar de que el navarro se explicó recordando que lo que estaba haciendo era una L en honor a su novia y pidió disculpas, los mallorquines no las aceptaron y quisieron tomarse una venganza que quedó bastante fuera de lugar en el clima trágico que se respiraba en Anoeta con muchas lágrimas de los aficionados locales. Maffeo, un reincidente en este tipo de situaciones, fue el que incidió en que estaban haciendo en realidad una L mientras se llevaba el dedo índice a la boca, algo que también hicieron el meta titular en la Liga Rajkovic, el recién llegado Radonjic y el goleador Gio González. Incluso luego hasta posaron un grupo de diez jugadores todos pidiendo silencio en clara mofa al realista, con el que no tuvieron ninguna polémica durante el encuentro.

En fin, siempre será más importante saber ganar que saber perder y arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Una pena que mancillaran una fiesta de la hinchada del Mallorca, que celebraron a lo grande la gesta del equipo y que vivieron un día inolvidable en Donostia, a pesar del clima y de la lógica tensión, gracias a la hospitalidad guipuzcoana y que no generaron ni el más mínimo problema ni por las calles de la ciudad ni en el estadio de Anoeta.