John Zorn cerró ayer el escenario de la Trini con una nueva locura, como la que fue desplegando en las dos sesiones anteriores en el Kursaal. Primero presentó a un conjunto de rock y de stoner jazz, Chaos Magik, que tocando a piñón y derrochando energía, no llegaron a los 40 minutos. Acto seguido, el propio Zorn, saxo en mano, presentó al New Masada Quartet, un cuarteto de virtuosos que dirigió –apenas miró al público– como el director de banda que es.
En solo 55 minutos ofreció una masterclass de lo que es jazz de vanguardia, con mucho apego al klezmer en sus intervenciones de saxo –el propio Zorn es judío–, que vinieron a admirar, entre otros, el músico Joseba Irazoki, el actor Joserra Bengoetxea y el humorista y reportero Gonzo.
Las propuestas de Zorn vinieron a cerrar una programación sobresaliente de la Trini, por segundo año consecutivo, a diferencia del cartel del Kursaal que solo ha brillado en esta 59ª edición, precisamente, gracias a Zorn.
De hecho, en la Trini apenas hubo deserciones entre el público, a excepción de algunas pocas en el refrescante show que ofreció la cantante surcoreana Youn Sun Nah el pasado jueves, y algunas más en el espectáculo de free jazz que desplegó el sábado por la noche el premiado honorífico de este año, William Parker, acompañado por Eri Yamamoto al piano, Ikuo Takeuchi a la batería y Rob Brown al saxofón. La verdad es que, en líneas generales, la audiencia donostiarra parece haber respondido de forma positiva al llamado de Gregory Porter en el encore de su concierto el viernes. You can join my band propuso el cantante norteamericano y el público ha demostrado que sí, que va a conformar una jazz band llamada Trinidad para poder salir de gira con este y con todos los artistas que se lo propongan.
Mehldau/Potter/Patitucci/Blake y Youn Sun Nah: jazz puro y ‘scat’
Una vez más, la plaza que un día acondicionara el arquitecto Luis Peña Ganchegui ha sido testigo de lo más representativo del jazz contemporáneo, centrado, sobre todo, en combos instrumentales, y dejando el jazz vocal para primeros espadas como Porter o un nuevo descubrimiento como Youn Sun Nah. El escenario de la Trini lo inauguraron el pianista Brad Mehldau, el saxofonista Chris Potter, el bajista John Patitucci y el batería Johnatan Blake.
Este cuarteto de nueva creación, si bien es cierto que todos sus participantes son viejos conocidos de los donostiarras, vinieron a presentar su más reciente trabajo, Eagle’s point, con un cambio sobre el combo original: al percusionista Brian Blade lo sustituyó Blake, al que ya se le pudo escuchar el año pasado por partida doble con Bill Frisell y con Kenny Barron. Se trata de todo un monstruo del ritmo y de los platos que, sin duda, estuvo más que a la altura de sus compañeros, sobre todo, a los cabezas del cuarteto, Mehldau y Potter, que fueron los que dirigieron el espectáculo. El conjunto interpretó una serie de piezas compuestas por Potter pensadas para los más cafeteros: fue una sesión de jazz puro, académico, quirúrgico, matemático, exacto y sin paños calientes.
El segundo bolo de la noche fue todo lo contrario, un concierto amable que asustó a aquellos que sólo querían ver el tecnicismo del cuarteto de virtuosos previo. Eso sí, en un Jazzaldia en el que Sílvia Pérez Cruz ha tocado por sexta vez, al igual que Gregory Porter; Diana Krall ha actuado nueve veces; en el que Brad Mehldau ha sumado su novena participación, John Zorn su cuarta y Marco Mezquida, su sexta; se agradece que la organización haya tenido algo de sensibilidad hacia la frescura y hacia tipos de jazz que no abundan en Occidente.
Youn Sun Nah salió al escenario y desde el primer tema, Feeling good, sorprendió al público. Con una kalimba en la mano fue marcando con ligereza algunas de las notas mientras dejaba en evidencia que durante el concierto el scat –técnica que mediante silabas se reproducen notas musicales– iba a ser la gran protagonista, al igual que una voz que era capaz de moverse entre una soprano y una contraalto y una artista capaz de cantar perfectamente en inglés, francés y castellano como demostró, por ejemplo, en Asturias, de Albeniz.
La coreana hizo un repaso a los distintos estándars que forman parte de su disco Elles, revindicando las voces femeninas. Fueron varios los momentos reseñables de la actuación como el del messa di voce al final de Sometimes i feel like a motherless child, el Killing me softly with his song prácticamente a capella y solo acompañado por una caja de música que funcionaba con una manivela, y el encore en el que interpretó Jockey full of bourbon, primero tapándose la nariz para reproducir la nasalidad de Tom Waits, y más tarde rasgando con los graves. En definitiva, un espectáculo único que es probable que tardemos en volver a ver.
Mezquida y Porter: tifón de piano y voz
La noche del viernes estuvo protagonizada por un genio del piano, Marco Mezquida, y otro del jazz vocal, Gregory Porter. El menorquín presentó su proyecto Tornado, pensado para homenajear al contrabajista Masa Kamaguchi, músico que lo acompañaba junto al periodista Ramon Prats. El recital se inició con una versión jazzística de Xalbadorren heriotzean, tema recurrente en las visitas de Mezquida al Jazzaldia y que conoció hace unos años en un dial de radio durante un viaje en taxi en Bilbao.
Mezquida confesó que la idea para este nuevo conjunto surgió de sus repetidos viajes a Japón –allí grabó uno de sus discos más célebres, Ma, con Sílvia Pérez Cruz–, dado que siempre que llegaba al país del sol naciente le alcanzaba la temporada de tifones. Tocando el piano de una manera vertiginosa, alzándose para tocar las cuerdas dentro del piano, también mostró su amor hacia todo tipo de instrumentos ideófonos, cascabeles y campanas de viento japonesas que colgaban de su instrumento y que interpretaba porque, claro, el mal tiempo parecía anunciar una tormenta que nunca llegó. El que sí pasó fue el “tifón Mezquida”, lleno de ritmos distintos, que acabó su concierto con un autorretrato, con todo lo que es, con es Self-portrait, menos elocuente sobre una persona que el último tema, Adiós abuela, un bello paisaje sobre el fallecimiento de su abuela que, realmente, era una despedida a todos los que nos dejaron en la pandemia o después.
Gregory Porter se subió después al escenario para demostrar que sigue siendo un cantante hecho y derecho y que sabe hacer que el público le ame. Mucho menos comedido y meloso que cuando actúa en el Kursaal, la mejor voz masculina del jazz de la actualidad, heredero espiritual de Nat King Cole, ofreció un recital en el que repasó sus grandes éxitos como Take me to the alley, Hey Laura, Musical Genocide y Liquid Spirit. Quién sabe si fue por el “extra de vino y de pintxos” que le pusieron en la cena, pero la verdad es que Porter dio el Do de pecho en un concierto que proyectó la voz incluso tomando distancia del micrófono y en el que también ofreció un notable medley, a principio sólo y a cappella, de temas como I’ve got sunshine, My girl y Papa was a Rolling Stone. Le acompañaron en escena Chip Crawford (piano), Emanuel Harrold (batería), Jahmal Nichols (bajo), Ondrej Pivec (Hammond) y un Tivon Pennicott al saxo, que con su efectista presencia dio merecido descanso a Porter cuando lo necesitó.
Sofield/Holland y Parker: Viejos maestros
La noche del sábado se completo con el buen hacer de viejos maestros. Por un lado, los veteranos John Scofield y Dave Holland pusieron su guitarra y bajo a dialogar. De hecho, eso era lo que hacían los instrumentos, interrogarse en una conversación jazzística, en la que preponderaron composiciones del guitarrista sobre las del bajista, y de la que hicieron partícipe a un respetable que escuchaba, y paladeaba con los ojos cerrados.
Y con los ojos cerrados y también abiertos, se pudo disfrutar del segundo concierto que ofreció William Parker en este festival. Lo arrancó con un guiño local, con una alboka que sacó a relucir, antes de pasarse a texturas del free jazz, empastadas, por la batería y por el piano de Takeuchi y Yamamoto, y que demostraron que para tener 72 años, Parker se encuentra en excelente forma. No en vano, en la libertad que le da ese estilo del que es máximo exponente, permaneció más de una hora tocando el contrabajo, ya sea con los dedos o con el arco, sin parar. Y si hubiese querido y el tiempo entre cada concierto no estuviese limitado, hubiese seguido mucho más.