A los 71 años de edad, William Parker es considerado uno de los mejores contrabajistas que existen, además de ser uno de los mayores exponentes de lo que se conoce como free jazz. En su primera visita a Donostia, el Jazzaldia le ha concedido su premio honorífico, que le será entregado este domingo en el Victoria Eugenia, antes del concierto que ofrecerá en formato trío junto a los japoneses Eri Yamamoto (piano) y Ikuo Tekeuchi (batería). Será el último de los tres recitales que tiene programados el veterano músico. El primero se celebró ayer en San Telmo, en formato dúo con Yamamoto. Mañana, la plaza de la Trinidad acogerá el segundo, en el que desplegará un combo de cuatro y en el que participarán los ya citados y el saxofonista Rob Brown. Parker es compositor y contrabajista, activista, escritor, ensayista, experto en instrumentos de viento tradicionales de varias culturas y, además, a finales de los 80 fundó en Nueva York el Festival Vision, junto a su mujer, Patricia Nicholson. Sus comienzos se enmarcan dentro del Jazzmobile, una iniciativa que surgió a mediados del siglo pasado en la Gran Manzana para fomentar el aprendizaje y la renovación del jazz a través de jóvenes talentos. William Parker fue uno de ellos y, ahora, él es el maestro.

¿Le sorprendió que le concediesen en el Donostiako Jazzaldia?

Me sorprendió muchísimo recibir un premio porque siempre te sientes inseguro y nunca estás haciendo campaña para que te den nada. Así que fue una gran, gran, gran sorpresa. Es genial.

El Festival Vision, que fundó su mujer en Nueva York, le ha concedido también un premio por toda su trayectoria.

Sí. Eso también fue una sorpresa.

Hay artistas que rechazan este tipo de premios porque sienten que representan el final de una carrera. 

Espero que no lo sea. Hay más por hacer, y disfruto tocando y haciendo lo que hago. Así que me gustaría hacerlo mientras pueda. Los premios no solo reportan publicidad, aportan una luz sobre mí para que brille y también sobre los que me acompañan tocando.

Antes que usted hubo otros tres grandes contrabajistas que recibieron el Donostiako Jazzaldia. Fueron Ray Brown, Charles Mingus y Ron Carter. ¿Se le ocurre otro nombre que pondría en esta lista de bajistas que deberían recibir este premio?

No puedo pensar en nadie ahora mismo.

Pero Charles Mingus es una gran referencia para usted, ¿verdad?

Conocí a Charles Mingus un par de veces. Era un verano caluroso en julio en Nueva York. Yo pretendía a ir a un ensayo en Broadway pero no pude entrar al local de ensayo. Así que saqué mi bajo y comencé a practicar en la calle. Entonces, Charles Mingus llegó en una limusina. Estaba vestido con un esmoquin. Salió de la limusina y se sentó a escucharme tocar durante unos 15 minutos. Luego subió las escaleras y se fue sin decirme nada. Tiempo después, tras la reapertura del Five Spot, en St. Mark’s Place, me encontré a Mingus fuera del local. Me llamó y me dijo: “¿Sigues tocando?” Dije: “Sí”. Él dijo: “Vale, sigue tocando”. No me preguntó mi nombre, no me preguntó nada.

¿Fue la última vez que se vieron?

Vino a mí en un sueño y dijo: “Quiero que des a todos un mensaje. Diles a todos a los que molesté, a los que les maltraté, que no voy a hacerlo más y que me disculpo”. Fue una época en la que tuve algunos sueños muy interesantes. También soñé que Miles Davis robaba mi coche (ríe). Tenía un viejo Dodge Dart de 1972. Iba a un ensayo y al salir me encontraba a Miles Davis conduciendo mi coche, acompañado de varias mujeres. Me dejó su Ferrari o Porsche, o lo que fuera, y se fue con mi viejo Dodge. Así que pensé: “¿Por qué está robando mi coche?”. Fue un sueño extraño.

Ayer actuó en San Telmo en formato dúo con Eri Yamamoto. Mañana lo hará en ‘la Trini’ con Yamamoto al piano, Ikuo Takeuchi a la batería y Rob Brown al saxo alto. El domingo, en cambio, tocará con Takeuchi y Yamamoto en formato trío en el Victoria Eugenia.

He estado tocando con Eri y Ikuo de vez en cuando en trío. También he tocado con Eri en un grupo que llamamos Raining on the Moon, que incluye a Hamid Drake, Leena Conquest, Lewis Barnes y Rob Brown. Todos están familiarizados con lo que hacemos, pero siempre sale algo diferente. Tengo un montón de música que podríamos tocar. Pero no sé qué saldrá. 

Entonces, ¿cuál es su relación con Japón?

El año pasado, grabé un disco llamado The Wisdom of Winos. Está dedicado al cineasta japonés Akira Kurosawa. Fui a Japón por primera vez en 1986 con Billy Bang, el violinista. He estado tocando la shakuhachi, una flauta japonesa, desde principios de los 70, gracias al bajista Donald Rafael Garrett. Me introdujo en el mundo de las flautas entalladas de Turquía y Sudamérica y también en el shakuhachi de Japón. Siempre me ha interesado la idea del ritual, el espacio y el silencio y sentir la naturaleza que te rodea y dejar que entre y te transforme.

¿A un músico le puede interesar el silencio?

Hace unos ocho años fui a Perú con Hamid Drake e hicimos un par de discos con un chamán. Él hablaba del espacio y la luz. Es una de las cosas que me interesa porque cuando tocas bebop, no tienes silencio, no tienes espacio, no tienes luz. Es un tipo de sonido diferente. Pero cuando tocas con la shakuhachi tienes todo eso. Tienes espacio, tienes dinámica, tienes movimiento. Tienes tiempo para contemplar dentro de la música de una manera particular. Las culturas asiáticas tienen eso, comparten conexiones con las de América del Sur. La música de la zampoña y la flauta de bambú de Ecuador, Perú y Bolivia son cosas que me gustan. Pero no intento imitar esas culturas sino llegar a ellas.

Ha citado varios tipos de flauta. Usted también es conocido por ser capaz de interpretar multitud de instrumentos tradicionales.

Voy a intentar hacerme con un txistu vasco para tocar en estos conciertos. Toco el guimbri de Marruecos. El donso n’goni lo conocí tocando con Don Cherry en 1975 y empecé a tocarlo hacia el 1977. Y todavía lo toco, hago dúos con Hamid Drake. Acabamos de sacar un disco llamado Heart Trio, al que se ha sumado Cooper-Moore, un pianista y fabricante de instrumentos. Hemos tocado un arpa horizontal de mano que él fabricó. La shakuhachi es, como he dicho, la flauta de bambú de Japón. También toco instrumentos de metal. Toco la tuba, la pocket trumpet y el cuerno de caza, y también un instrumento de Barcelona llamado gralla.

¿Recuerda sus años de formación en el Jazzmobile de Nueva York?

Una de las lecciones más importantes que aprendí fue allí, en el Jazzmobile, cuando estaba estudiando con Richard Davis, Art Davis y Milton. Me propuse transcribir un solo de Paul Chambers y tocarlo. Y lo intenté, y después de dos minutos me di cuenta de que era imposible Y esa fue la lección más importante: no poder tocar como Paul Chambers. Más tarde, al estudiar con Wilbur Ware, cada vez que tocaba como él, me regañaba y me decía que lo hacía mal. Ahí aprendí que la manera correcta de tocar era la propia. 

Usted también ha sido maestro. ¿Qué ve en la nueva generación de músicos de jazz?

Muchos de ellos están sobrecualificados. Han ido a la escuela y pueden hacerlo bien, pero no están acostumbrados a escuchar en tiempo real. Es como tratar intentar arreglar un coche mientras te aprendes el manual. No tienen en cuenta la respiración y lo que realmente necesitas hacer para llegar a la esencia profunda de la música. No puedes tener reglas estrictas. Decían de Billy Bang y también de Louis Amstrong que tocaban mal la trompeta, pero influyeron en todos desde Billie Holiday hasta Frank Sinatra.

¿Ha cambiado mucho la escena del jazz en Nueva York desde su juventud?

Digamos que el negocio de la música nunca ha sido realmente genial. Cuando tocaba con Cecil Taylor, él solía decir que éramos temporeros de la música. trabajamos de vez en cuando. Por otro lado, la música en sí misma, siempre está mejorando. En cuanto a la escena, tiene que ver con la economía y los negocios. Todos los músicos se mudaron de Manhattan a Brooklyn cuando subieron los alquileres. Y cuando lo hicieron en Brooklyn, se marcharon a Nueva Jersey. La economía siempre está buscando la manera de matar el arte. 

¿Por ejemplo?

Cuando Donald Trump fue elegido presidente, quiso cancelar el National Endowment for the Arts, pero finalmente no pudo hacerlo. Así que el negocio siempre ha sido malo y malvado, pero la parte creativa de la música siempre ha sido genial. Nunca te defrauda.

Hablando de Trump. Usted como activista, ¿cómo ve la posible designación de Kamala Harris como candidata demócrata?

No me gusta Biden. Me gusta Kamala Harris. Puedo votar más fácilmente por ella. Si votara por Biden sería porque no hay nadie más por el que votar. Creo que hay que dejar a Biden que disfrute de lo que le queda de vida.

Se le conoce como el máximo exponente del free jazz. Puede ser una etiqueta que genere respeto. ¿Cómo lo describiría?

Solía tocar con bateristas como Milford Graves o con Rashied Ali, hermano de Muhammad Ali, con Drake... Crecimos escuchando rhythm and blues. Hemos tratado de entrar en un groove sin seguir el ritmo, sin tocar el latido, que está retumbando debajo de todo. Así buscamos éxtasis, alegría y llegar al cielo. Es a donde quieres ir y, con suerte, el público también llegará hasta allí. El free jazz se trata de ser libre de hacer lo que se quisiera: tocar una samba,bossa nova, un vals, una polca, bebop o cualquier cosa. Cuando tocaba con Cecil Taylor, por ejemplo, el nunca me dijo lo que debía tocar, así que me sentí libre de hacer lo que quisiera todas las noches.

Antes hablaba del negocio de la música. Precisamente, usted ha escrito un libro que se titula ‘Who owns the music?’ (‘¿A quién pertenece la música?). En él dice que el imperialismo mata la cultura y, en consecuencia, la música. ¿El free jazz es un buen arma para combatir el capitalismo?

La música, en sí misma, lucha contra la maldad. Puede ser, simplemente, alguien tocando una armónica. ¿Está tocando free jazz? No, solo la armónica. Cuando haces algo bueno, se vuelve libre. La música es la fuerza curativa del universo, como dice Albert Ayler. Realmente cura y une a las personas. No importa qué tipo de música sea. Todos los músicos tienen su propio ADN musical y su manera de hacer las cosas.