Pocas veces el Jazzaldia ha demostrado un nivel de confianza tan alto como el que ha tenido en los últimos años con John Zorn. Y es todo un reto, teniendo en cuenta los márgenes musicales en los que se mueve el gran músico neoyorquino. En esta edición su protagonismo llega a tres jornadas del festival, dos en el Kursaal y otra en la Plaza de la Trinidad.

El viernes por la tarde, con un auditorio a mitad de su capacidad, Zorn presentó dos propuestas claramente diferenciadas. En la primera parte, los guitarristas Julian Lage y Gyan Riley presentaron el proyecto Teresa de Ávila, con el que cerraban una trilogía de carácter espiritual dedicada a figuras del cristianismo y del misticismo como Francisco de Asís o Julian Norwich.

Dos músicos con guitarras acústicas, con ecos de sonidos que nos remontaban a siglos pasados, con timbres brillantes y una perfecta conjunción de los intérpretes, fluida y muy precisa. Resulta que estábamos escuchando a uno de los autores más osados y más experimentales y nos encontramos con ecos del pasado. Ambos guitarristas se mostraron muy bien conjuntados, relevándose en el protagonismo continuamente. Finísimos y rapidísimos en la ejecución en las distintas piezas (El camino Danza espiritual, Devoción o Marrano), se apoyaron en muchos temas en esquemas repetitivos. La propuesta terminó por resultar un tanto monótona por momentos, aunque un final enérgico nos atrapó y dejó un buen sabor de boca.

La segunda parte del viernes presentaba la Suite for Piano compuesta por Zorn con música inspirada en Bach y Schoenberg, aparentemente tan alejados el uno del otro. Brian Marsella en el piano, Jorge Roeder en el contrabajo y Ches Smith en la batería nos volaron la cabeza con su propuesta. Uno de los formatos más clásicos del jazz consigue sorprenderte en todo momento con una idea musical totalmente original y con unos músicos inspiradísimos. Sonaron temas con títulos clásicos como Praeludiu, con Marsella imprimiendo carácter jugando con las intensidades; y Allemande, que nos llevó de viaje al mundo dodecafónico de Schoenberg. El asombro empezaba a apropiarse del público. También sonó Sarabande, con los silencios construyendo la pieza; y Scherzo sirvió para que Marsella se convirtiera en la gran figura de la noche. Utilizó incluso el “cluster” (tocar varias notas adyacentes a la vez). Estaba desbocado y ya no paró en toda la tarde. Sus compañeros no le fueron a la zaga. Eso sí, fueron obedientes y los tres se apoyaron en los atriles para leer las partituras. ¿Dónde queda la improvisación? Cada pieza era un mundo opuesto al anterior. En Gigue, Jorge Roeder, con un violento y repetitivo sonido de bajo, hizo que Ches Smith y Brian Marsella se divirtieran a base de increíbles florituras sonoras. La atonalidad de Schönberg volvió a emerger y fue traída a la actualidad con la mayor naturalidad. Pavane fue un ejercicio de lirismo y delicadeza. Los contrastes dejaron huella en el concierto. Intermezzo transcurrió a velocidad endiablada. No era malabarismo, tenía profundidad. Qué descubrimiento este trío. Buena parte del mérito será de John Zorn pero la interpretación fue gigante.

Ayer sábado siguió el universo Zorn, ahora con Incerto. Músicos que estuvieron la víspera, pero con otros retos creativos. Al trío de Brian Marsella se les unió Julian Lage, y su guitarra se erigió en protagonista. Sonó diferente. Además era eléctrica, a diferencia del viernes. Comenzaron con Nemesis. Lage aceleró y desaceleró a su antojo, y el sonido de la guitarra resultó cálido. El contrapunto perfecto fue el Sr. Marsella, uno de los grandes descubrimientos de esta edición del Jazzaldia. Behold the nidgt sonó cómoda, con turnos para guitarra y piano que fueron relevándose y ofreciendo atractivas y agradables melodías. 1.000 plateaux destiló el mundo Zorn, con escalas imposibles y una evolución hacia lo insospechado. Gran novel. Patience resultó relajada, delicada. No parecían ellos. Una exquisitez que se coló en el repertorio.

Terminaron con Different and repetition y nos volvieron a mostrar a un Lage enorme, habilidoso pero profundo, jugando con su guitarra y, definitivamente, mostrando su versatilidad y su enorme técnica. Zorn salió a jalear a los músicos y a despedirlos mientras daba paso a Simulacrum, el veterano John Medeski, junto a dos jóvenes, Matt Hollenberg en la guitarra y Kenny Grohowsky en la batería. Curiosa formación que lo mismo te transportaba a los años 70 con el sonido del órgano hammond de Medeski, que se movía en terrenos de vanguardia actual, casi siempre con cierta tendencia a acercarse al metal jazz progresivo.

Medeski es quien dibujó las piezas con su sonido pero Hollienberg y su abultado número de pedales para guitarra perfiló el sonido del trío.

Zorn siempre ha tenido debilidad por acercarse al metal, ya lo hizo con Dave Lombardo y Bill Laswell, y ahora vuelve con otra perspectiva, pero con similitudes. Se siente cómodo ahí, le gusta deconstruir el metal, darle la vuelta a lo establecido y sorprender con sus variaciones. Le gusta jugar y lo que parece música actual o futura, incluso por momentos se vuelve retro. Zorn comenzó el viernes con dos guitarras acústicas, y el sábado se colocó en el lado opuesto con este Simulacrum. Y la historia sigue hoy...