Con la de la noche de este viernes serán seis las veces que el icono del jazz vocal contemporáneo Gregory Porter ha actuado en el Jazzaldia. La primera vez fue en 2013, en las terrazas del Kursaal, pocos meses antes de publicar Liquid Spirit, el superventas que le lanzó al estrellato y con el que logró su primer Grammy al año siguiente. En 2015 actuó en el escenario principal de la Zurriola, en 2017 lo hizo en la plaza de la Trinidad, donde volverá a actuar hoy, y en 2018 y 2022 lo hizo en el Kursaal. Por lo tanto, Porter conoce muy bien cada rincón de este festival. Eso sí, no sabría elegir. Eso es lo que ha respondido en una comparecencia de prensa que ha tenido lugar esta mañana en el Victoria Eugenia. Vestido elegantemente con un traje azul claro y sin quitarse nunca su característico sombrero –un Kangol Summer Spitfire–, ha agradecido al Jazzaldia haberle ofrecido “un hogar musical” durante todos estos años. “Atesoro grandes recuerdos de Donostia y del Jazzaldia”, ha asegurado.

Con respecto a qué escenarios son sus preferidos para tocar, Porter, con la cadencia verbal de un hombre amable y cercano, ha respondido que todos tienen lo suyo. En la Zurriola, ha asegurado, “el límite es el cielo”. El espacio entre el escenario y ese infinito es el que completa un público que, desde el arenal, es capaz de transmitir energía al cantante, si bien ha dejado claro que él, más que un simple cantante, se considera alguien con algo que decir, un mensajero, no sólo alguien “cool”. ¿Y cuál es el mensaje? El del amor, no sólo romántico, el que todo lo puede, “aunque lo pisotees”.

“Siento que estamos viviendo una época extraña, siento el ritmo de los tambores de guerra”, ha apuntado. “El racismo, la homofobia, el sexismo, la crueldad de la guerra...”. Todo ello lo siente a flor de piel y como artista cree que es su deber “hacerlos retroceder”. ¿Cómo? Con esas canciones de amor que vertebran gran parte de su obra.

Ese amor puede desplegarse tanto en los escenarios de la playa, como en un auditorio como el Kursaal donde, según ha seguido, se consiguen otras tesituras y matices: una “intimidad” que le permite, incluso, “susurrar” algún tema sin temor a que la audiencia no alcance a oír.

Gregory Porter y sus dos Grammys

El artista estadounidense, antiguo jugador de fútbol americano que cambió el deporte por el canto tras una lesión de hombro, ha valorado el hecho de que su crecimiento como músico ha ido en paralelo a su participación en el Jazzaldia. Por supuesto, el desarrollo de su trayectoria tuvo un punto de inflexión, la publicación y posterior reconocimiento del ya citado Liquid Spirit. “Ir conquistando nuevos espacios –como los escenarios del festival– y llegar a nuevos públicos es algo que valoro mucho”, ha añadido.

En cuanto a los dos Grammys que atesora, logrados ambos en la categoría de Mejor Disco de Jazz Vocal con Liquid Spirit (2013) y Take me to the alley (2016) –ha estado nominado en siete ocasiones–, ha comentado que, “en un mundo ideal”, serían unos trofeos con los que “tus iguales” reconocen tu trabajo y tu desarrollo, una especie de “confirmación” de que el camino por el que transita el artista es “el correcto”. “Quiero pensar que me dieron los Grammys por eso”, ha confesado para después añadir que a veces los premios también fallan. “Espero que no sea mi caso”, ha reído.

Los reconocimientos, a su juicio, más allá de poner a un artista bajo el foco, también “le permiten ganar seguridad sobre el escenario”. 

Donald Trump y Kamala Harris

Asimismo, Porter también se ha referido a la situación política de su país, al intento de magnicidio contra Donald Trump y a la posible designación de Kamala Harris. Es una preocupación que también han mostrado durante este Jazzaldia otros artistas como William Parker, que tomará el relevo de Porter este sábado en la Trini, y Rufus Wainwright, que cantó el miércoles en el Kursaal.

Se ha mostrado “optimista”, pero también “lleno de miedos”, al comprobar qué fácil es que la sociedad pase “de la luz a la oscuridad”. En este sentido, ha añadido que considera que el clima de crispación política y social en Estados Unidos no ayuda a la convivencia y ha rechazado que las formaciones tachen a sus oponentes de “enemigos”. Así, ha invitado a las partes a “rebajar el tono del lenguaje” y a la “calma” para poder volver a sentirse todos “americanos” y “ciudadanos del mundo”.

A su vez, no ha obviado la responsabilidad de los artistas, capaces de llegar a un gran número de gente. Porter ha defendido la necesidad de volver al espíritu de los 60 y no sólo de recuperar la canción protesta, sino de convertir la música en un vehículo para lograr la justicia social. Este discurso se conecta con el que desarrolló William Parker, galardonado este año con el Donostiako Jazzaldia, en una entrevista que concedió a este periódico ayer. Para Parker “cualquier tipo música ayuda a sanar”, mientras que para Porter “el amor” de la música es el que ayudará a la sociedad a lograr la equidad.