No sabemos muy bien a lo que se referían los técnicos del Olympique cuando descartaron a Antoine Griezmann por bajito. Quizá pensaran que tenía un déficit en el juego aéreo. Lo que no parecieron tener en cuenta es el incontable arsenal de recursos con los que cuenta para paliar cualquier supuesta debilidad física. Supongo que se referían al juego de cabeza, porque seguro que ayer les dolería en el alma cada centímetro que elevó su pierna izquierda para inmortalizar uno de los momentos más espectaculares que se recuerdan en la historia del club. Lo sentimos mucho, pero es nuestro, y lo hemos cuidado como oro en paño hasta que su talento ha comenzado a deslumbrar a Europa.

En el mismo capítulo de agradecimientos incluiremos a los técnicos de la Fiorentina. No creo que el fútbol italiano esté por encima del español en los últimos años. Parece increíble que hayan dejado escapar a un diamante en bruto como Haris Seferovic. Aunque en este caso se han quedado con un porcentaje del jugador en previsión a lo que pudiera suceder, nos hubiese gustado ver las caras con las que siguieron el vuelo del obús que lanzó con su pierna izquierda que se coló por toda la escuadra de Lopes. El suizo lo remata todo, pero lo hace siempre con peligro. Tiene veneno en sus botas, como los viejos goleadores balcánicos que tantas dianas han firmado en la historia del fútbol mundial.

Recapitulamos, dos goles estratosféricos en la ida a domicilio de una previa de Champions. Del partido más importante probablemente de las carreras de casi todos los blanquiazules. Lo cual significa un éxito de un mérito y un valor incalculable. Las dos dianas además sintetizan lo que es el juego actual de la Real. Combinación, talento, verticalidad y dinamita arriba. Pocos equipos pueden alardear de esa temible combinación.

El tiempo se detuvo a los once minutos del encuentro de este martes en Gerland. Zurutuza metió un excelente pase en profundidad con el exterior, Vela centró al área con precisión y Griezmann se inventó una volea de altos vuelos que sorprendió a un anonadado Lopes. Algunos se pensarán viendo su celebración que no se lo creía, pero de eso nada. El galo visualizó el remate antes de conectar el disparo, porque es un futbolista estelar. De los diferentes. De los que cuestan décadas sacar de un vivero.

Si la jugada del primer gol fue impresionante, la del segundo, a los cuatro minutos de la segunda parte, fue una verdadera obra de arte. Partió de un saque de banda, y tras una combinación divina al primer toque Xabi Prieto, Griezmann, y Zurutuza (otra vez él, que estuvo en todas partes), antes de que le llegara el balón a Seferovic. El suizo no se lo pensó y como acostumbra a hacer casi siempre, como los grandes nueves, disparó a la primera. Eso no es noticia, lo increíble es que la parábola que trazó la pelota acabó limpiando la escuadra de la meta de un Lopes que se tiró demasiado pronto. Dos goles sencillamente inolvidables.

Y es hora de elogiar también a Aperribay y a Arrasate. El presidente vaticinó en el aeropuerto de Biarritz que su equipo iba a ganar en Gerland. Lo dijo con pasión, como todo lo que hace por la Real, pero también con criterio, siendo consciente del potencial que dispone en su plantilla. Se le podrán discutir cosas (cada vez menos), pero su sentimiento txuri-urdin está a la altura del de cualquier aficionado. Y Arrasate. El técnico ha arrancado una máquina a una velocidad vertiginosa. Le dieron la misión de comenzar fuerte en agosto y, pese a los contratiempos que ha sufrido, ha logrado dotar a esta Real de una nueva impronta. Su dominio de la plantilla es excepcional, parece dispuesto a sacar partido a todos sus soldados y la consecuencia es que tiene pinta de que va a formar un ejército de dejar huella por donde pasa. Declaró la víspera que sus jugadores no iban a perder su estilo por la altura del desafío y lo confirmó. Apostó por los buenos y le salió redondo. Y estos son los técnicos que de verdad se merecen triunfar, los que siempre son fieles a una idea.

Se asentó rápido

La Real completó una buena primera parte. El equipo realista no acusó los nervios, lógicos de su estreno europeo. Con una personalidad arrolladora, de esas que seducen hasta la eternidad, los de Arrasate se situaron bien en el campo y no se agobiaron ante la esperada sofocante presión de los galos. El Olympique es un rival incómodo, con gente joven y trabajadora, que no duda en ponerse el mono de trabajo para correr como perros de presa para impedir a su enemigo que asuma el control de la pelota y obligarle a rifarla con continuos golpeos en largos. Cualquier equipo inexperto sentiría vértigo al verse acosado por las sombras adversarias, pero esta Real no. Lo demostró la pasada campaña. Sabe lo que quiere y dispone calidad y argumentos suficientes para aguantar de pie ante cualquiera.

La única mínima opción de peligro en los primeros minutos que se anunciaban inquietantemente peligrosos fue un disparo lejano de Grenier, asistido en corto por Gourcuff. Antes Griezmann ya había acreditado sus ganas de liarla, al internarse por el carril del 11 y pasar a Vela, cuyo remate mordido se marchó al lateral de la red. Poco a poco los centrocampistas realistas se fueron afianzando en el terreno de juego, lo que les permitió comenzar a robar balones en posiciones muy adelantadas. En el primero de ellos interesante, Xabi Prieto combinó con Seferovic que dejó el balón franco para Vela cuyo disparo, a romper en lugar de colocar como acostumbra, se marchó al palo. Fue una declaración de intenciones, la confirmación de que la Real no iba a impresionar solo por el increíble apoyo de 6.000 aficionados, sino que además contaba con potencial para encarrilar la eliminatoria.

El Olympique solo amagó con varias combinaciones de talento y precisión por el centro, en las que sus jugadores de más calidad acreditaron tener muy buen pie. Especial mención a Gourcuff, un futbolista con cosas de Zidane, que fue el más peligroso. Su remate más peligroso lo detuvo atento Bravo.

Tras el descanso, los franceses salieron revolucionados en busca del empate, aunque tras tres ataques seguidos que encendieron a una grada caliente de por sí, se encontraron con el mazazo del 0-2. A partir de ahí el choque se desordenó un poco, algo que no convenía a unos realistas que siempre daban sensación de poder marcar en sus contragolpes. El asedio local se centró en los saques de esquina, en los que Gonalons se erigió en rematador. El primero lo repelió el larguero y se le escapó por centímetros. Lopes también pudo acortar distancias tras una pifia de Iñigo, pero la rápida salida de Bravo solventó el posible incendio.

Minutos finales

El encuentro quedó visto para sentencia, tras una acción de Vela. No fue la versión imparable que todos conocemos del mexicano, pero estuvo a punto de marcar dos goles y expulsó con dos tarjetas a Bisevac, la segunda amarilla llegó en una claro penalti que el colegiado se encargó de sacar fuera del área, en una cobarde decisión.

En los últimos minutos Pardo y Xabi Prieto pudieron liquidar la eliminatoria, pero no estuvieron atinados. El primero disparó mal tras un recorte de crack y el segundo se tiró al suelo cuando lo tenía todo para marcar.

La Real encarriló de manera brillante la previa con un resultado casi insuperable. Lo hizo con buen fútbol y un saber estar que impresionó. Cuentan que la nouvelle cuisine nació en Lyon. Los dos golazos de ayer y las expectativas futuras de un equipo que no parece encontrar límite y que merece estar en Champions confirman a la Real como la nueva sensación en el viejo continente. Sí, los realistas nos hacen soñar y juegan de maravilla, pero lo que hay que destacar de ayer, por encima incluso de los dos antológicos golazos, es el apoyo de una afición inigualable que desafía a la crisis y a los obstáculos que se le presenten con el único objetivo de arropar a los suyos. El idilio equipo-hinchada se fortaleció para siempre en Segunda División, y ahora, en el cielo, ofrece la sensación de perdurar para siempre. Se lo merece la Real y todos sus integrantes, pero sobre todo los más de 3.000 héroes que tras el partido se subieron al autobús para completar otro viaje de más de trece horas. Al menos lo hicieron con el sabor de una felicidad absoluta.