Si algo le faltaba a este equipo para ser considerado definitivamente de Champions era prolongar al continente el fútbol de salón que tanto deslumbró durante la pasada temporada al sur de los Pirineos. Ya no hay nada que exigir, porque aquí tenemos la exhibición continental que quedaba pendiente. La Real tiene pie y medio en la fase de grupos después de demostrar en Lyon que es un club de Liga de Campeones, con mayúsculas.

Empezando por su afición, para la que ya no hay palabras, y siguiendo por una plantilla comprometida cuyos integrantes hicieron lo que tenían que hacer durante casi todo el encuentro de Gerland. Firmes en la zaga, sin apenas conceder acciones claras al rival, con el lunar eso sí de la defensa del balón parado. Agresivos en la medular, a sabiendas de que al Lyon le costaba horrores sacar el balón jugado. E insaciables en el ataque, cuyo tridente fue un quebradero de cabeza constante para los franceses.

Luego entra en juego el entrenador. Porque el equipo también tiene sus defectos, claro. Muchas veces, esta Real se gusta demasiado con el marcador a favor, y ayer lo repitió tras el segundo gol, cuando vio el 0-3 al alcance de la mano. Aquello se partió en dos y el partido se convirtió en un correcalles de esos que el año pasado no tenían fin, y que anoche Jagoba cortó con maestría relevando a Seferovic (puntazo que hay que apuntarle a Loren) por Granero. El de Berriatua se hartó de repetir en junio que, si en algo se podía mejorar, era en equilibrio defensivo. Dicho y hecho. Hace los cambios en función de lo que pasa sobre el campo, de sus sensaciones, y no de lo previamente programado. Todos disfrutamos lo de anoche. Unos en Lyon. Y otros muchos desde Gipuzkoa, como Imanol, Mikel, Diego, Dani y Cote. Parece que podrán escuchar la musiquita desde el césped... Se lo merecen.