Érase una vez un niño de trece años, amante del Olympique de Lyon, asiduo del estadio de Gerland. Un jovencito de Macon, de la localidad de Borgoña, que despuntaba en el fútbol pero que pecaba de altura. Como todo cuento, más si su protagonista es un niño rubito, el final es feliz. Esta historia tendría un capítulo importantísimo, quizá el más, en Lyon, el 20 de agosto del 2013. Muy cerca de su casa, allí donde él soñaba con jugar algún día.

Antoine Griezmann tuvo que soportar el rechazo muy pronto, cuando aún era ese niño rubio del cuento. Le seguían la pista, pero tuvo que tomar la mano de Enric Olhats y viajar a Gipuzkoa para criarse como futbolista. Allí fue el héroe del ascenso, la figura de la celebración con su ikurriña a hombros, y el encargado de devolver a la Real a la Champions con su gol en Riazor. Todo eso unido a lo que iba a suceder ayer en Lyon le elevan a los altares txuri-urdin, le convierte en leyenda de este club.

Durante los dos días que el equipo ha pasado en la localidad francesa, sin duda el extremo es quien más ha disfrutado. Se le veía feliz en cada instante, relamiéndose ante lo que estaba por venir. Las ganas de demostrar ante su gente, cuando toda Francia estuviese atenta a la televisión le delataban. Y así fue, se comió a su equipo de infancia, se lo cenó y se ganó medio pasaporte para el Mundial.

La chilena de su vida

Comenzó serio. Concentrado en la sintonía de la Champions, como ya hacía hace años en ese mismo estadio. Eso sí, en el mismo momento que el balón echó a rodar el francés se revolucionó, sonrío con el balón en los pies. Se movió por todo el campo, buscando el balón, queriendo ser protagonista. A los cuatro minutos le llegó su primera opción. Un balón muerto, sin mucho peligro, pero Griezmann peleó con Lopes, le ganó y le dejó atrás en apenas tres zancadas. La jugada acabó en un lanzamiento desviado de Vela, pero fue síntoma del estado de ánimo del de Macon. Recuerden a Valdano, esto es cosa de sentimientos, y sin duda, ayer, de eso iba sobrado el galo.

Jagoba Arrasate tenía muy estudiado al conjunto galo, y era consciente de que las ayudas de los extremos serían claves para detener el fútbol ofensivo de los laterales lioneses. Por eso, Griezmann no paró, se desfondó y robó balones cerca del área defendida por Bravo. Un trabajo en la sombra que no le importó demasiado, y es que llevaba en su mochila un golazo. Un señor gol. De genio. Vela colgó un buen balón a la frontal del área, y el canterano la cazó muy alta, de chilena, con su zurda. Un escándalo, el premio que se merecía ese niño rubio del cuento. Su primer tanto en la Champions, su trigésimo cuarto con la txuri-urdin.

El Lyon no quiso a este jugador por bajito, y por eso seguro que hoy todos los aficionados realistas le agradecen a los ojeadores lioneses su falta de olfato. Aún queda toda una temporada por delante, en la que presumiblemente el de Macon jugará la fase de grupos de la máxima competición continental, para seguir demostrando que le encanta esa música de Champions con la que se crio. Y es que esa es la mejor noticia; este cuento todavía no ha acabado, todo lo contrario, acaba de empezar. Eso sí, las perdices se las comió a pares, junto a unos compañeros de categoría.