MI mujer, es un decir, me amenaza con tirar a la basura todas las carpetas que abarrotan las estanterías y armarios de casa. Soy horrible porque lo guardo todo. Es por si acaso alguna vez hace falta tirar de archivos. Y ahora que he debido hacer mudanza profesional han aparecido en el armario de la emisora auténticos incunables, además de muchas otras mierdas que guardaba de recuerdo después de veintiséis años. Entre ellas, una guía turística de Lyon y alguna postalita de lugares emblemáticos. Aunque no ha pasado tanto tiempo, los móviles de entonces no hacían fotos y las cámaras digitales estaban al alcance de pocos.

Cuando sales de viaje con todo organizado y sin preocuparte de nada, la vida se convierte en una especie de caja de sorpresas. Reconozco que apasiona si todo sale bien. Llegamos aquella vez al hotel Radisson Blue, aunque los lioneses lo conocen como Le crayon por la forma de lápiz que asoma muy por encima de todos los tejados de la ciudad. Espléndidas vistas desde la altísima habitación que ocupé un par de noches. ¡Como para sentir vértigo!

Otrora viajaba poca gente. Apenas el avión oficial y unos cuantos entusiastas que por sentir y estar cerca del equipo se pegaban -y pegan- unas pechadas de órdago. El equipo, los técnicos, los directivos, los periodistas y los seguidores habituales de todas las expediciones. Una vez situados en la ciudad, cada cual elige su camino y cumple con sus obligaciones. Siempre trato de encontrar un hueco para patear la ciudad y descubrir lo desconocido. Recuerdo, porque he tirado de postales, la visita a la colina de Fourvière donde se sitúa un teatro romano y la basílica de Notre-Dame. Nos habían recomendado descubrir en otra alta colina la Croix Rousse con su historia, diferente al medieval barrio de Vieux-Lyon donde almorzamos.

Llegada la hora de comer, quienes manejaban buenos euros no desaprovecharon la oportunidad de comer en uno de los restaurantes más emblemáticos del mundo, Paul Bocuse. Nosotros, mucho más modestitos, nos decidimos por un típico bouchon, Tonton et Patate. Picamos un poco del tradicional salchichón, luego una sopa de cebolla y después un poco de foie sobre fondo de alcachofas. Del postre no me acuerdo. Vuelta al hotel, siestita y al partido. Eso es lo malo, que después de unas horas estupendas donde mezclas paseos, cultura, gastronomía y tiendas, llega la tortura china que supone afrontar una eliminatoria de octavos de final de Champions.

Entonces el Olympique era grande. Denoueix no les quería ver ni en pintura. Nos habían advertido del valor de Juninho Pernambucano, que a la postre nos metió el gol. Pero allí campaban a sus anchas desde el meta Coupet hasta Malouda, pasando por Edmilson, Diarra, Govou y Luyindula quien, a falta de quince minutos para el final, sacó en línea de gol un remate de Xabi Alonso. ¡Qué tiempos! Supongo que Bittor Alkiza, que jugó el partido en Gerland, recordaría muchos de aquellos momentos. Nos fuimos a casa con la experiencia y la pena. Han pasado nueve años.

Ayer todo era diferente. Primero, porque el encuentro de ida se jugaba fuera: después, porque los equipos son diferentes y de distinto nivel y finalmente porque el desplazamiento masivo de seguidores enseña los nuevos caminos y tendencias. Además del masajista y del responsable del material, solo queda Xabi Prieto que era un pipiolo y llevaba en la camiseta el 26. Ayer, el brazalete de capitán.

Los partidos se intuyen. A veces salen como crees y en otras no das ni una. Ciertamente esperaba un equipo francés más poderoso, con más capacidad de riesgo, aunque dio la sensación de que le pesaba el miedo a perder. Los vídeos que manejan los equipos y los informes de los técnicos suelen hablar del contrario tanto y tan bien que terminas por creer que compites contra el Rápido de Jerusalén. Eso debió pasar. Más aún cuando Griezmann subió al marcador el primer tanto que debió valer por dos. Pedazo de gol. Valió para muchas cosas. Primero, tranquilizó el juego de los suyos que hasta entonces nerviosos no terminaban de coger el sitio. Luego, creó muchas dudas en los locales y por último le sirvió a él para reivindicarse. No había querido hablar de revancha, pero celebró el tanto como nunca para disipar dudas y dejar claro cual es su valor, más allá de una noche de farra.

Luego, volvió a aparecer el bollo suizo, que pegó un zurdazo de empeine que propició a los seguidores cercanos un subidón de unta pan y moja. Es decir, que la Real se ponía con clara ventaja en el marcador y en la eliminatoria. Tocaba luego saber administrar resultado y tiempo. Rémi Garde movió sus peones lo mismo que Jagoba. En sus decisiones apareció el debut de Granero y la calma de Rubén Pardo. El chico se cascó una jugada espectacular que mereció premio gordo. Hubiera sido el no va más.

Cuando pasan cosas tan memorables debes volver otra vez a desempolvar archivos y buscar resultados redondos y actuaciones convincentes, históricas. Cierto es que falta rematarlo el próximo miércoles, en casa y ante el fervor del público que ha vuelto a dar una lección de fidelidad. Miles de kilómetros, palizas de ida y vuelta, pero esperanza, sobre todo esperanza. Y en los tiempos que corren? No es una mala noticia.