Ayer, en medio de la abarrotada Plaza de la Constitución de Donostia, durante el acto de la izada de la bandera se pudo ver una pancarta con el lema SOS Gaza, recordando que la contienda sigue ahí. Son ya cien días de guerra y, lo que es peor, no hay visos de que el conflicto que estalló cuando ocurrió el brutal ataque de Hamás vaya a concluir pronto. Ha sido el propio Netanyahu el que ha reconocido que la operación que desarrolla su ejército va a durar todavía muchos meses más, lo que no deja de ser la admisión de su fracaso: ni ha ocupado el territorio, ni ha acabado con Hamás, ni ha liberado a los rehenes. Lo que sí ha hecho Israel es infligir a Gaza un nivel de destrucción, tanto en vidas humanas como en daños materiales, equiparable a cualquiera de los episodios más estremecedores de la Segunda Guerra Mundial. Y pese a la dimensión de la tragedia, que incluso ha merecido una denuncia ante el Tribunal Internacional de La Haya por un posible delito de genocidio, la guerra ha entrado en esa peligrosa rutina que normaliza la barbarie y condena a la población inocente a un modo de vida insoportable. En esa fase estamos y solo nuevos episodios que superan en gravedad a los anteriores tienen poder para sacudir a la opinión pública, anestesiada ya por todo lo ocurrido en medio de la incapacidad de la comunidad internacional para imponer, primero la paz, y luego una solución justa del conflicto. Sin descanso, hay que seguir proclamando SOS Gaza.