A finales de 1939, en el bar-restaurante Agote nacía el coro Easo. Antiguos componentes del Orfeón Donostiarra y del coro Los Cosacos de Zaraustarkoff se unían bajo la dirección de Ángel Galarza para enriquecer el ocio y la cultura donostiarra. Desde entonces, la iniciativa ha ido creciendo y diversificándose con diferentes formaciones corales y con la creación de la Musika Eskola.

“Creo que somos reconocidos por los donostiarras también por nuestra labor social, no solo por cantar”, apunta Santos Sarasola, vicepresidente del coro Easo y director de la formación durante once años. Para los miembros del grupo la medalla es un gesto muy bonito y un reconocimiento a todo el trabajo que ha habido detrás. “Estamos muy ilusionados porque es un premio que está muy unido a la ciudad”, indica Sarasola.

Aunque el coro Easo se ha convertido en una entidad reconocida más allá de la ciudad, Donostia sigue siendo el centro neurálgico de todo. “Hoy en día contamos con diez coros diferentes de entre 80 y 90 coristas en cada uno. Entre el 35 y el 40% de los conciertos que damos cada año son en Donostia y la sede la tenemos en villa Araoz. Somos parte importante de la ciudad”, puntualiza el vicepresidente.

Con estos datos, queda en evidencia el gran cambio que ha tenido el coro desde su fundación. “La sociedad misma era diferente. Entonces era un coro solo de hombres y eran nómadas, sin una sede fija. Ahora somos 330 cantores, de los que 68 son mujeres”, apunta, al tiempo que añade que los mismos teatros han cambiado: “Estamos hablando de otros tiempos en los que el reconocimiento también es otro”.

El último cambio ha sido una Musika Eskola que les ha permitido ir profesionalizándose. “Ahora existen otros conocimientos y la técnica ha cambiado”, explica Sarasola, explicando que, gracias a este escuela, no solo consiguen incorporar niños que ya conocen el lenguaje musical, sino que se hacen con instrumentos que ellos mismos fabrican. “La Musika Eskola se ha convertido en algo fundamental para nosotros”, asegura.

A pesar de su buen estado de forma, la medalla llega tras un último periodo complicado como consecuencia de la pandemia. “En 83 años de historia, el peor momento ha sido sin duda lo que vivimos con las mascarillas”, indica, confiado en que nunca más se vuelva a la situación que tuvieron que vivir los coros de prácticamente todo el mundo. Con esa esperanza, acudirán a la izada, donde cantarán subidos al tablado. Luego será tiempo de festejar y estar con la familia, como hará el propio Sarasola, que está deseando ir a ver a su nieto de diez años desfilar el viernes en la tamborrada infantil.