Mientras las facultades de Veterinaria se llenan cada curso de jóvenes alumnos que quieren dedicar su vida al cuidado de las mascotas, en los caseríos y en las explotaciones ganaderas apenas tienen a quien cure a sus animales. La veterinaria rural es una de las ramas más exigentes y duras de esta profesión, por lo que el número de profesionales que se dedican a ello no para de descender.
En Gipuzkoa, en la actualidad, solo hay once veterinarios rurales, la mitad de ellos, además, a punto de jubilarse. Sin un relevo generacional a la vista, el sector primario teme las consecuencias de un oficio que asegura tanto la salud como la productividad de sus animales. Para conocer más sobre este trabajo, NOTICIAS DE GIPUZKOA pasa una jornada laboral junto al veterinario Marcos Mozos en su ruta por el territorio.
El día, como cada uno de lunes a viernes, arranca pronto, a las 8.00 horas. El punto de encuentro es el aparcamiento del restaurante Txintxarri de Alegia, municipio en el que reside este bergararra que lleva más de cuatro décadas ejerciendo con pasión el oficio de veterinario rural. “Desde pequeño quería estudiar veterinaria. Somos ocho en la familia y los ocho hemos estudiado una carrera. Mi padre me decía que yo estudiase medicina o farmacia, así que se lo conté cuando ya me había matriculado”, cuenta entre risas.
“Damos servicio las 24 horas y eso la gente joven no lo quiere. Es un trabajo muy bonito, pero con mucho compromiso”
Ya en su vehículo, Mozos nos presenta el itinerario para la mañana: seis visitas a diferentes caseríos y explotaciones ganaderas en torno a Tolosaldea, siempre y cuando el teléfono lo permita y no haya ninguna emergencia. “Ofrecemos un servicio las 24 horas del día y la gente joven, hoy en día, quiere tener los fines de semanas libres, trabajar poco por las tardes y vacaciones, y eso es muy difícil en nuestra profesión. Es un trabajo muy bonito, pero con mucho compromiso”, asegura.
“Yo trabajo en vacuno, pero hay veterinarios que solo lo hacen con caballos, por ejemplo. Los de las mascotas son los que más. A mí me gusta un poco de todo. Puedo poner un chip a un perro y lo vacuno o hago una cesárea a una oveja. Trabajo con explotaciones ecológicas, con las que producen a lo bestia y con el casero que tiene cuatro vacas. Soy el veterinario clásico, como el médico de familia. Luego me he especializado en ecografía y en cosas que te va demandado la gente”, explica.
Ecografías, el pan de cada día
Todavía de noche, antes de que amanezca, empieza con su primera consulta. Lo hace nada más cambiarse de ropa, tras ponerse el mono y las botas de trabajo en su propio vehículo, que le sirve como almacén y consulta itinerante, ya que siempre lleva consigo todo el material que le puede hacer falta. En Berakoetxea, cliente desde hace 40 años, debe realizar unas ecografías a varias vacas, uno de sus trabajos más habituales, prácticamente diarios, inseminadas previamente también por él. Además, debe comprobar el estado de una que acaba de sufrir un aborto, algo, por contra, muy poco frecuente en ganaderías de este tipo.
“Ni me planteo otro veterinario. Tenemos una relación muy cordial y, además, siempre está disponible, algo que ahora es muy difícil de encontrar”, asegura el propietario de la explotación, Fermín Murua, que reconoce que el trabajo de veterinario rural “necesita mucha dedicación”. “Está costando un relevo en todos los trabajos así”, apunta este ganadero que hace un cuarto de siglo decidió dar el salto a lo ecológico en busca de un modelo más respetuoso con el medio ambiente y el entorno.
“Hay una normativa que tienes que cumplir en cuanto a piensos y a un uso muy reducido de tratamientos con antibióticos, lo que va unido al cuidado de las vacas. Con menos producción, una vaca, normalmente, tiene menos problemas, ya que la alimentación no es tan explosiva. Se trata de alimentarlas a base de mucho forraje”, revela.
“Las vacas dan leche cuando paren, así que, si no paren, no hay leche. Para que sean productivas necesitamos que cada vaca tenga un ternero por año”, añade Mozos, armado con una especie de manguera cableada a unas gafas con las que puede comprobar al momento si la vaca está preñada o no y que le hacen parecer uno de los protagonistas de Los Cazafantasmas.
“Hoy en día es muy difícil encontrar a alguien que esté siempre disponible. Está costando un relevo”
Gracias a este ecógrafo portátil, a los 28 o 29 días de la inseminación puede ya detectar si el tratamiento ha funcionado. Si no lo ha hecho, vuelve a iniciar el proceso. “En las vacas de producción, la manifestación de celo apenas se da y hay que provocarlo. Son animales seleccionados para dar leche, por lo que las otras funciones quedan en segundo plano”, observa.
El saldo de esta mañana es positivo, con la mayoría de las vacas preñadas, para alegría de su propietario, por lo que el trabajo se centra ahora sobre el animal que ha sufrido el aborto, al que, con un simple vistazo, se le aprecia la placenta colgando, ya que no ha terminado desprendida del todo. Para tratar de ayudarla, el veterinario le introduce unas plantas naturales, evitando, así, el uso de antibióticos, lo que obligaría a separar la leche del animal al no poder ser apta para su consumo.
Veterinarios en un mundo digital
Ya de día y bajo una intensa chaparrada, Mozos deja atrás Altzo para dirigirse a Asteasu, a otra explotación ganadera, Bulano, muy diferente a la primera. Los primos Mikel y Antonio Arteaga están al frente de una ganadería con 150 vacas que produce 50 litros de leche diarios cada una. Incluso han llegado a tener alguna que ha dado 60. “Son máquinas de producir leche. Es una producción tan exagerada que las vacas comen, se tumban y dan leche. En algunas explotaciones hasta ordeñan tres veces al día”, puntualiza, señalando que, para ello, cada animal bebe 70 litros de agua al día.
Ante esta tesitura, es fundamental comprobar que las reses estén preñadas y garantizar, así, la productividad del caserío. Esta labor recae en Mozos, que acude semanalmente a realizar ecografías. Durante esta jornada toca comprobar el estado de más de 20 vacas repartidas en dos cuadras y el resultado vuelve a ser de total éxito, ya que el porcentaje de animales que lo están es más alto que el habitual. “Vais a tener que venir más”, apuntan los propietarios de la explotación entre risas.
Hace varias décadas, el único modo de comprobar si una vaca estaba preñada o no era a través del tacto. Sin embargo, las nuevas tecnologías han facilitado el proceso y, además, han reducido los tiempos, ya que se puede detectar mucho antes. No obstante, este cambio tecnológico también sería una de las razones por la que muchos veterinarios rurales habrían tomado la decisión de dejar el oficio.
“Hay muchos a los que lo digital les ha pillado tarde y se han adaptado algo, pero, cuando ha ido a más, han decidido jubilarse. A la gente anterior a la mía les ha costado muchísimo”, cuenta Mozos, que pone como ejemplo la labor que debe hacer con cada extracción de sangre que realiza. “Para enviarla a un laboratorio tenemos una aplicación informática en la que tenemos que detallar todo. El laboratorio sabe así qué sangre, qué vaca y qué número es, quién es el propietario, qué enfermedades tiene que analizar, quién es el veterinario… Pero para eso he tenido que estar horas y horas en casa”, comenta.
Las dos siguientes salidas, precisamente, son para llevar a cabo dos extracciones de este tipo. La primera en Orendain, en el caserío Larraspi, donde debe hacer el análisis de dos terneros pequeños para que puedan ser vendidos, y la segunda en Amezketa, en Argaia Goena, a un ternero algo mayor, de seis o siete meses, que ya ha sido comprado.
“Se habla mucho de qué carne comemos, pero hay una trazabilidad enorme. A veces, incluso se pasa de burocracia”
“Se habla mucho de qué carne comemos, pero hay una trazabilidad enorme. Desde que nace un ternero hasta que acaba en el matadero se puede saber todo su historial y, para que eso funcione, hay un sistema informático y unos veterinarios que tenemos que llevarlo al día. Muchas veces la gente de la calle se piensa que esto está desmadrado y no es así. A veces, incluso se pasa de burocracia”, apunta este bergararra, que pone como ejemplo el uso de los antibióticos.
“Hay un programa de uso responsable donde nos presionan a no usarlos porque su uso indiscriminado hace que los animales se hagan inmunes. Aplicar un antibiótico hoy en día es crearte un problema y, por eso, su venta ha bajado un 75% en diez años. La bioseguridad, la prevención, la vacunación y la higiene son nuestra labor para evitar acudir a ellos. Vienen cambios grandes y, como no te vayas adaptando, mal”, pronostica tras realizar las dos extracciones de sangre en un santiamén, a los dos terneros jóvenes por el cuello y al mayor, más salvaje, por el rabo.
¿Conciliación?
Pasada media mañana y sin tiempo para descansar, suena su teléfono móvil rumbo a Bidania-Goiatz, donde esperan las dos últimas visitas antes de parar para comer. Andoni, cliente de Mozos, se ha enterado de que se dirige al municipio a ver a las vacas de su vecino y quiere saber si puede pasar por su cuadra para realizar una ecografía. “Hoy está siendo un día muy tranquilo. A veces, no para de sonar el teléfono”, revela el veterinario, que tiene claro que lo peor de su oficio es el ajetreo. “El trabajo te condiciona la vida totalmente. La conciliación es impensable”, agrega.
“El trabajo te condiciona la vida totalmente. La conciliación es impensable. A los jóvenes les interesa más la calidad de vida”
“Estoy convencido de que el servicio que se va a dar en el futuro va a ser diferente. Ya no va a haber gente para hacer lo que hacemos nosotros: ir a cualquier hora, sábados y domingos, solo por una vaca puntual… Irán una vez a la semana y harán todo lo que haya que hacer en ese momento y ya está. A los jóvenes no les interesa tanto el dinero, sino tener calidad de vida”, explica Mozos, que en su juventud pasó dos veranos realizando sustituciones en Asturias para recaudar algo de dinero y que llegó a estar diez días en La Pampa argentina aprendiendo de los veterinarios de aquella zona.
Tras un nuevo cambio de ropa, el quinto en lo que llevamos de día, procede a continuar su jornada en el caserío Aortza, en el barrio de Elbarren, donde debe inseminar a una vaca y quitarle los puntos de una cesárea a otra. Para preñar a los animales, transporta en su vehículo una nevera con semen congelado. El ganadero solo tiene que elegir la raza que desea, puede incluso ver la fotografía del toro por Internet, y el veterinario extrae 0,25 mililitros de semen, unas dos gotas, que introduce en el animal. En 28 o 29 días regresará al caserío para comprobar si está preñada o no.
Antes de marchar, quita los puntos a la otra vaca, que él mismo operó hace unos días para extraer el ternero que descansa a pocos metros, y se pasa por la cuadra de Andoni, el vecino que había llamado previamente, dueño del mayor criadero de conejos de Euskal Herria y propietario de varias vacas, una de las cuales desconoce si está preñada. La suerte sigue de cara: lo está.
Aires nuevos
La jornada laboral, al menos por la mañana, finaliza en Izarre, una explotación ganadera ecológica muy diferente, con vacas de razas Galloway y Angus de ganado, ambas irlandesas. “Son razas con mucha grasa, que nos lleva a más tiempo de sacrificio, pero que engordan con pasto y se han adaptado muy bien. La calidad es mayor y, además, es ecológico”, explica su propietario, Denis López, que también se encarga del reparto y de las ventas sin tener que depender de intermediarios.
“Empezamos por Gipuzkoa y, como mi mujer es alavesa, también en Vitoria. Tengo muchos amigos en Pamplona que también me la pidieron, así que pasamos allí, y este año nos hemos abierto fuera de Euskadi, a Madrid, Zaragoza, Huesca… Cada vez más gente exige este tipo de carne y saber qué es lo que come”, cuenta.
En este caserío, donde Mozos es un amigo más, el veterinario debe vacunar a 77 reses y varias cabras para prevenir la enterotoxemia, una enfermedad que provoca una muerte súbita en el animal. Lo hace con una jeringuilla de metal con la que inyecta la vacuna a modo de lanza y para lo que le ayuda Rubén Sampedro, cuñado de Denis, que trata de romper con la imagen tradicional del caserío.
“No tengo la filosofía del casero antiguo. Me hago mis vacaciones y aplicamos la tecnología”
“No tengo la filosofía del casero antiguo. Me hago mis vacaciones y mis historias. Además, aplicamos las nuevas tecnologías y el pastoreo, por ejemplo, lo hacemos con unos collares que generan un vallado virtual y que controlamos desde el móvil”, revela mientras Mozos administra las últimas curas.
Son poco más de las 14.00 horas, por lo que tras seis horas de intenso trabajo, el veterinario se dispone a parar durante un rato antes de realizar las salidas de la tarde, confiando en que no suceda ninguna emergencia. “He llegado a ir a casa, ducharme y estar a punto de salir a tomar algo cuando me han llamado para ver si podía ir a ver a una vaca. Son momentos en los que mandaría todo por ahí”, confiesa.
No obstante, al tiempo que volvemos al punto de inicio del viaje en Alegia, desvela que no cambiará su oficio por nada. “Hay trabajos a los que renuncio porque no llego. Hace 15 o 20 años cogía todo, pero ya no. Aún así, ¿dejar esto por un trabajo oficial, que esté bien pagado? No. A mí lo que me gusta es estar en contacto con la gente, con los ganaderos y con la vaca”, señala sobre un oficio con tales condiciones que lo vocacional es esencial.