Cuando tiene turno de mañana, Najma Soussi se levanta a las tres de la madrugada, hace las tareas domésticas y sale de casa a las cuatro. Camina durante una hora, desde Idiazabal, la localidad en la que reside, hasta la estación de renfe de Beasain, donde coge el primer tren de las 5,27 horas. Casi parece un milagro que llegue puntual a diario a las seis de la mañana a su puesto de trabajo en Andoain.

Si camina durante una hora, es porque no dispone de ningún medio de transporte público de madrugada. Sus desvelos, en todo caso, tienen otro nombre y apellido: vivienda de alquiler. Ha explorado sin éxito en una amplia área de la geografía guipuzcoana, tanto desde Donostia hacia Tolosa como hacia Irun. Lo corrobora Cáritas. No ha habido manera. La búsqueda de pisos en buena parte de los municipios de la línea de Cercanías ha resultado infructuosa.

Eso explica que esta familia, que residía en Trintxerpe hasta que el propietario del piso regresó a la vivienda, haya acabo fijando su morada en Idiazabal. El peaje a pagar, su deambular diario. El gasto asumible para esta mujer de 52 años que vive con su marido es de 650 euros, una cifra que, sobre el papel, no debería ser nada desdeñable. Bien es sabido que esa cantidad se antoja insuficiente en un territorio en el que la renta media del alquiler en el mercado de vivienda habitual sigue subiendo. El último año lo ha hecho un 2,9%. Un total de 26.848 arrendatarios con contrato pagaban de media en Gipuzkoa 745,5 euros al mes al cierre de 2022.

Prácticamente 9.000 euros al año, lo que deja fuera a muchas personas. Es el caso de esta mujer, de dulce sonrisa y afable en el trato, que lanza al aire una pregunta para la que no tiene respuesta. “De seguir así, ¿qué tengo que dormir en la calle para poder conservar el trabajo?”.

Caminatas de madrugada inciertas

Soussi no está sola, le acompaña Xabier Jorrin, responsable del área de Economía Solidaria de Cáritas Gipuzkoa. Su apoyo no es solo para dinamizar la charla con este periódico. Jorrin ha seguido su proceso formativo. Conoce bien su ejercicio de superación diario. El responsable muestra en su móvil varias de las fotografías que la marroquí le manda durante esas caminatas inciertas de madrugada, con destino a una estación de tren en Beasain en la que a esas horas no hay un alma.

Claro que paso miedo, pero no quiero perder el trabajo”, insiste la mujer, que reniega de las ayudas. Quiere vivir de su trabajo. “¿Si podemos trabajar, por qué no vamos a hacerlo?, se pregunta, acompañando sus palabras del gesto de lo obvio, desterrando estereotipos que vinculan a su comunidad con las ayudas sociales.

El acceso a la vivienda no solo afecta a Soussi. Es una de las principales asignaturas pendientes en una comunidad con un parque de viviendas de alquiler que se sigue revelando insuficiente. Son apenas 120.000 residencias en Euskadi, que además están encontrando en la creciente presión turística una nueva piedra en el camino, especialmente en las capitales vascas, donde se acusa un retroceso de la oferta.

Las dificultades aumentan todavía más cuando quien busca el piso es una mujer extranjera. Soussi pertenece a un colectivo obligado a reinventarse cada día. Uno de los principales factores que afectan a la convivencia es la percepción del fenómeno de la inmigración como problema. El Barómetro de 2022 muestra que en Euskadi no es así. Únicamente un 6,0% lo afirma de forma espontánea, aunque hay formas de rechazo más sutiles, como cerrar las puertas a la vivienda a una persona por su origen. La marroquí reconoce haber recibido varias negativas por respuesta.

A todo ello se suma “un mercado del alquiler que está pidiendo condiciones inalcanzables”, según viene constatando Cáritas en los últimos años. “El acceso a la vivienda de una manera digna sigue sin estar garantizado”, censura Jorrín, que mira a la mujer que tiene en frente. Destaca de ella “su ejercicio de superación, esfuerzo, responsabilidad e integración”.

Con presencia en 21 municipios de Gipuzkoa

En Gipuzkoa hay actualmente 8.819 personas de nacionalidad marroquí, con presencia en al menos 21 municipios del territorio, según los datos del padrón de 2023. Suponen el 1,22% de la población, y se reparten en un 40,72% de mujeres y un 59,28% de hombres, con una media de edad de treinta y un años, catorce años inferior a la del territorio.

La vecina de Idiazabal rompe la estadística. Su proyecto migratorio fue más tardío. Llegó a Gipuzkoa hace exactamente tres años y siete meses, y ya ha cumplido los 52 años. Soussi, que habla de las consecuencias del devastador terremoto ha asolado su país -afortunadamente no ha afectado directamente a ninguno de sus familiares-, reitera que quiere vivir de su trabajo. Así lo ha demostrado siguiendo un itinerario formativo con Cáritas que ha concluido con éxito. “A ver si entre todos encontramos una vivienda de alquiler acorde a las necesidades. Es una apuesta necesaria, después todo el esfuerzo que ha hecho ella”, recalca el responsable. Cualquier persona interesada en aportar una solución puede llamar al 943 440 744, o bien escribir a la dirección ekonomiasolidarioa@caritasgi.org

Mujeres como esta marroquí desempeñan una labor tan callada como necesaria. La llegada de fuerza de trabajo extranjera es uno de los principales factores de dinamización de la actividad económica vasca en las dos últimas décadas. Ha permitido, entre otras cuestiones, “gestionar” los otros dos cambios estructurales de mayor calado: la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo, y el grave problema de envejecimiento poblacional.

La población marroquí que llega a Euskadi es básicamente masculina, casada y con la familia en Marruecos. Buena parte de las esposas de los primeros trabajadores marroquíes se incorporaron en los años noventa, mediante la reagrupación familiar. El caso de Soussi es distinto. Llegó a Gipuzkoa junto a su marido y dos de sus hijos, dejando a otros tres en Marruecos. “No quiero perder el trabajo porque mi deseo es traerlos aquí”. Su marido, conductor con tres décadas de experiencia, actualmente está en paro.

Uno de los procesos más dolorosos que ha vivido la pareja durante su estancia en Gipuzkoa fue la separación de los dos hijos con los que vino. La mayor, de 20 años, está en un piso de emancipación de la Diputación. El pequeño, de 16 y con discapacidad, reside en un centro de menores de Legorreta. “Cuando llegamos, no conocíamos a nadie. Sin piso y sin trabajo era una situación de indefensión absoluta. Nosotros podíamos aguantar, pero no queríamos que los hijos sufrieran”, se sincera la madre.

Es duro vivir lejos de ellos, reconoce, y más ahora, que no puede visitar al pequeño lo que quisiera porque se hace incompatible con los horarios del trabajo. Pese a todo, es una mujer a la que no le gusta estar triste. “Al mal tiempo buena cara. No queda otra que seguir adelante y pensar en positivo”. Agradece el apoyo que le brindan entidades como Cáritas y la Diputación. También muestra su gratitud por la sensibilidad que muestran empresas como la que le ha abierto sus puertas en Andoain. Una oportunidad laboral que no quiere dejar pasar por nada del mundo.