“Cuando llegué a Canarias no sabía si decir que tenía 15 años o no. No sabía qué era lo mejor para mí”, cuenta Adboulaye. Su madre le había recomendado decir la verdad. Él no las tenía todas consigo, confiesa ya en Gipuzkoa, a donde llegó el año pasado tras escaparse de un centro de acogimiento residencial de Madrid. “Al final dije que tenía quince años. Me hicieron pruebas en la mano y en la mandíbula, hablé sobre los motivos del viaje, de mi salida, y pasaron semanas hasta que el juez por fin dijo que era menor”, cuenta el chaval.

La experiencia vital de este chico -recogida en el informe Vidas Cruzadas en la frontera de Irun: los frutos de la escucha, elaborado por SOS Racismo- es la historia de “incomprensión, confusión y desorientación” que, con frecuencia, protagonizan menores extranjeros no acompañados (MENAs). Tras este acrónimo se esconde la realidad de miles de chicos y chicas que se ven forzados a abandonar sus hogares huyendo de situaciones de pobreza, conflictos armados y graves vulneraciones de los derechos humanos. 

Con frecuencia, llegan al territorio abrumados por ideas poco realistas. Actualmente hay cerca de un centenar bajo tutela foral. En concreto, a 31 de diciembre de 2022 eran 91 las personas menores extranjeras no acompañadas atendidas, según los datos facilitados a este periódico por el Departamento de Política Social de la Diputación. Su número va creciendo con respecto a la pandemia -136 menores en 2020 y 211 en 2021-, pero muy por debajo de los flujos que trajo consigo la crisis migratoria de 2018, cuando había tutelados 699 menores extranjeros, y 408 un año después.

Un colectivo vulnerable sobre el que, desde el punto de vista normativo, existe un gran debate. Abdoulay encuentra amparo en la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia. La misma que garantiza sus derechos fundamentales, por ejemplo, a su integridad física, psíquica, psicológica y moral frente a cualquier forma de violencia. La Convención sobre los Derechos del Niño también antepone “su interés superior”, que debe orientar en la práctica las decisiones que se tomen. El problema es que "el interés superior" de Adboulaye es continuar hacia el norte de Europa. ¿Cuál sería la solución ideal?

El problema es que el interés superior de Adboulaye es continuar hacia el norte de Europa, cuando la ley que obliga a protegerle pasa porque se quede bajo tutela foral. ¿Cuál sería la solución ideal?

Salir de casa a los 13 años: la pesada mochila de su misión

¿Dejar marchar al menor sin consecuencia alguna? ¿Cumplir la ley de proteger al menor, sin dejarle marchar, aunque el interés superior del menor sea marcharse precisamente? Abdoulaye relata lo difícil que ha sido adaptarse y entender las normas europeas para los menores. Salió de casa con 13 años con la pesada mochila de su misión: convertirse en el salvador de la familia, encargado de enviar dinero a la familia de origen. “No me esperaba que a los niños nos tratasen así, nos tratan como a bebés. ¿Y trabajar? ¿Cuándo voy a poder trabajar?”, se pregunta.

Como recoge el trabajo de SOS Racismo, este tipo de preguntas reflejan “la gran contradicción que viven muchos menores” que han migrado sin compañía desde África y llegan a una cultura totalmente diferente a la suya. Las circunstancias de vida muy distintas, de ahí esa “incomprensión, confusión y desorientación”.

No es extraño que con frecuencia puedan mostrar comportamientos autodestructivos y suicidas. En realidad, tienen las mismas inquietudes, aficiones y necesidades que el resto de menores de su edad, pero el entorno familiar que pueda darles afecto y seguridad está demasiado lejos.

La vuelta al país de origen se antoja improbable si no consiguen su ansiado objetivo. Entre otras razones, “pueden no ser bienvenidos si vuelven con las manos vacías o no envían dinero una vez llegados a Europa”, señala el estudio. Las familias a menudo han hecho grandes sacrificios financieros para hacer posible el viaje. “Es vergonzoso para nosotros no poder enviar dinero todavía. Confían en nosotros, pero no saben la verdad de cómo estamos aquí. Puede ser que seas la vergüenza para la familia”, dice uno de los chicos tutelados.

Un menor tiende a protegerse ante cualquier pregunta. En ocasiones resulta complejo saber si esa misma persona con la que se está hablando ha alcanzado ya la mayoría de edad. “Por Irun han pasado menores que se han escapado del centro de acogimiento residencial ya que querían seguir su camino hacia el norte, o reunirse con sus padres que estaban en otro país”, según detalla el estudio.

Acogimiento de urgencia

En el centro de acogida de Irun, la entrada a menores extranjeros no acompañados no está permitida ya que la responsabilidad de protegerlos es de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Si se diera el caso, la trabajadora social de Cruz Roja tiene la obligación de llamar a la Ertzaintza para que sea trasladado al centro de acogimiento residencial de urgencia de UBA, en Donostia.

El informe de SOS Racismo recoge el caso de otro menor que llegó en autobús a Irun junto a otro varón. El más joven de los dos hablaba perfectamente español. Su acompañante apenas entendía unas pocas palabras. Las personas voluntarias de la Red de Acogida los acompañaron a Cruz Roja.

El chico estaba reconocido como menor no acompañado ya que cuando entró en el Estado lo hizo en una patera distinta a la de su padre, que finalmente llegó varios meses más tarde

Al bajarse del coche, se le preguntó al chico que hablaba en español si era menor, a lo que respondió que sí, pero que estaba acompañado por su padre. En ese instante, según recoge el informe, mostró varios papeles de la entidad pública de protección de menores de Tenerife, en los que se le reconocía como menor de edad no acompañado. El chaval indicó que “el hombre que estaba a su lado era su padre, pero que la entidad pública todavía no le había concedido la tutela”.

Al menor le explicaron que, una vez que se constatara que había escapado del centro de acogimiento residencial, los recursos de atención estarían obligados a llamar a la Ertzaintza “para protegerle, pues su padre legalmente no se podía hacer cargo de él”. Al parecer, el chico estaba reconocido como menor no acompañado ya que cuando entró en el Estado lo hizo en una patera distinta a la de su padre, que finalmente llegó varios meses más tarde. “Ni el padre ni el menor querían seguir separados como habían estado hasta ahora. El interés del menor era seguir su camino con su padre”. Un caso complejo que refleja la encrucijada en la que se encuentran chavales que llegan a sentirse en tierra de nadie.