“Allah me guía y mi destino depende de él, está en sus manos”, dice Abdou, un joven originario de Malí. La religión guía la vida de muchas de las personas migrantes que tratan de pasar al otro lado de la muga en Irun, pero la fe no siempre mueve montañas. Al menos, las del Bidasoa. “Bajé del topo, y empecé a caminar como si fuera de aquí. Sabía perfectamente el camino que tenía que hacer para llegar a coger el autobús a Baiona”. Es Ali quien habla. El joven lamenta que los gendarmes se entrometieran en su proyecto migratorio.

“En la mitad del camino, un coche de la policía francesa se paró delante mío y me preguntó a ver a dónde iba; a visitar a un amigo, le respondí. Estás mintiendo, me dijo, y a partir de ahí empecé a ponerme nervioso”, reconoce el chico, que trataba de seguir la consigna que le habían dado en la Plaza de San Juan de Irun.

Tenía que parecer que era de aquí, pero no funcionó la estrategia. “Danos tu carnet de identidad", a lo que él respondió que no tenía. "¿Visado?". La misma respuesta. "Entonces, amigo mío no tiene permiso para estar en Francia, tiene que regresar a España”, le dijeron. “Me esposaron, me llevaron hasta el puente de Behobia y rellenaron un papel. Me preguntaron mi nombre, país de origen, y me hicieron firmar un documento, cosa que me negué”. Por su cabeza solo pasaba volver a intentarlo como fuera.

Las vivencias de Abdou y Ali figuran entre la veintena de testimonios que recoge el documento Vidas cruzadas en la frontera de Irun: los frutos de la escucha. Se trata del resultado de un estudio elaborado por SOS Racismo Gipuzkoa (se puede consultar en https://sosracismogipuzkoa.org/materiales-y-recursos/), que cuenta con el apoyo de la Diputación Foral y en el que se han realizado entrevistas a un centenar de personas migrantes.

El informe, que se presenta este viernes por la tarde en Irun, se elaboró entre marzo y noviembre de 2022. Las entrevistas se realizaron “con total libertad”, con el fin de conocer la realidad de estas personas que transitan por la ciudad de Irun, lo que a ojos de la sociedad comenzó a ser llamativo a partir de junio de 2018, cuando se supo de una quincena de personas de origen subsahariano que llevaba durmiendo varias noches en la estación de autobuses de la localidad fronteriza.

El matrimonio forzoso de Jeannet

De las 99 personas con las que se ha mantenido conversación en Irun -mayoritariamente en francés-, once son mujeres. Han sido perseguidas por motivo de género, trata con fines de explotación o matrimonios forzosos, como el que vivió Jeannet. “Si no me hubieran obligado a casarme con ese hombre, yo hubiera seguido viviendo en África. Y más aún después de haber vivido el trayecto que he vivido, no sé cuál de las dos cosas es peor”, dice la joven.

“Si no me hubieran obligado a casarme con ese hombre, yo habría seguido viviendo en África.

Jeannet - Migrante de 21 años. Costa de Marfil

Es de Costa de Marfil tiene 21 años. Llegó a Irun huyendo de su país en 2019. A los 14 años la obligaron a contraer matrimonio con un hombre bastante más mayor que ella. Estuvo presa durante cuatro años. El maltrato físico y sexual fue constante. Planteó la huida junto con una amiga. No solo implicaba marcharse de su país. Era migrar a Europa, donde al menos había oído que se respetaba el derecho de no casarse en contra de su voluntad.

De los testimonios de estas mujeres se deduce que quien deja el país no lo hace por capricho. “Mi marido pertenecía a la oposición”, cuenta Mariama, una mujer de Guinea Conakry que tuvo que huir a finales de 2019 sin planear su viaje. “Preparaba reuniones y protestas contra el presidente Alpha Condé. Vivíamos bajo una dictadura con este hombre. Mi marido me avisó que cabía la posibilidad de que algún día no volviera a casa. Ese día llegó. Yo estaba embarazada de cinco meses. Cogí a mi hija de cinco años, preparé una mochila y huimos como pudimos. Salimos del pueblo varias mujeres juntas y nuestro objetivo era llegar a Marruecos para luego intentar llegar a Europa”. Según relata, huyó por la posible persecución política. No tenían más remedio. De lo contrario, dice, le hubieran matado. “Desde entonces no sé nada de mi marido, y ya han pasado tres años, supongo que estará sobreviviendo a lo que le hicieron”, quiere pensar.

Las propias mujeres, según recoge el informe, acaban por normalizar la violencia sexual como “un precio más a pagar” por el proyecto migratorio, como parte de una estrategia de resistencia feminista impulsada por ellas mismas. “Estuvimos viajando por Malí, Mauritania y finalmente Marruecos. Mi embarazo nos protegió a mi hija y a mí. No nos violaron ni nos agredieron. Íbamos en un autobús lleno de mujeres con destino a Marruecos, en un momento del trayecto pararon el bus, dos hombres subieron al bus pidiendo dinero, les dimos una parte de lo que teníamos, pero no les sirvió”. Cuenta Mariama que finalmente sacaron a cuatro mujeres a rastras. “Estuvimos esperando durante un par de horas hasta que regresaron. Las volvieron a tirar dentro del bus y dijeron ya podéis pasar la frontera”. Dice esta mujer que no hizo falta preguntar qué había sucedido. Su mirada perdida y la incapacidad de sentarse en el asiento fue suficiente para entender lo que habían sufrido.

Penalidades del camino migratorio

El viaje en condiciones irregulares de una persona migrante está expuesto a un sinfín de incidencias y penalidades, donde se dan la mano las amenazas físicas y verbales, el hambre y la tortura. Un camino migratorio lleno de obstáculos. “En Marruecos tratan mejor a las gallinas que a los negros. Íbamos andando por unas calles de la ciudad y recibíamos constantes escupitajos en la cara. Tenías que soportar y aguantar sin decir nada”, cuenta Mohammed.

Se siente avergonzado y humillado. Es originario de Costa de Marfil. Salió de su país en 2019 y ha transitado por Malí, Mauritania y Marruecos hasta poder llegar a Europa. En Malí fue capturado por el Estado Islámico. Estuvo preso durante un mes y medio hasta que consiguió escapar. Tras haber logrado salir del infierno que estaba viviendo, se pasó dos años en Marruecos. Trabajó para costearse el viaje en patera a Europa. “No es solo cómo nos tratan en Marruecos. Si me preguntas cómo ha sido mi camino, te respondo con la palabra infierno y ganas de morir”, describe con toda crudeza.

“En Marruecos tratan mejor a las gallinas que a los negros. Íbamos andando por unas calles de la ciudad y recibíamos constantes escupitajos en la cara"

Mohammed - Migrante de Costa de Marfil

El joven no recuerda exactamente las fechas. Es el mecanismo de defensa de su mente, que prefiere olvidar las atrocidades vividas por aquel entonces. “Aquí tenéis miedo al Estado Islámico, a que comentan atentados contra vosotros. ¿Si te digo que yo he sido un superviviente de esa banda?”, Mohammed respira hondo para continuar con su relato. “Fui capturado y torturado durante semanas por la banda, en una aldea de Malí. Según ellos por el simple hecho de ser de Costa de Marfil y no querer entrar en su banda”.

"Me violaba todo el que quería, con todo tipo de objetos. Me hicieron de todo, mear y cagar en mis propios pantalones"

Fue privado de libertad. “Nos pasábamos casi todo el día encerrados en una especie de habitación, éramos como unas seis personas de África, negras, ya sabes. Apenas hablábamos entre nosotros. ¿Por qué no hablábamos? A mí por lo menos el miedo me controlaba y tenía temor a cualquier consecuencia que pudiera tener el simple hecho de hablar”, reconoce.

Eran personas "con mucho poder" y violentos. Dice que tenían aterrorizados a todos los habitantes de la aldea. “Me hicieron de todo: mear y cagar en mis propios pantalones o incluso encima de otro. Les parecía gracioso, al igual que hacer un pase de modelos desnudo delante de todos los líderes de la banda mientras bebían y tomaba droga con opción de tocarme. Me violaba todo el que quería, con todo tipo de objetos”.

Mohammed narra que las burlas fueron constantes, y también las amenazas. “Me decían que iban a matar a mi familia, y me quemaba en todo el cuerpo con cigarros. Pero ya estoy aquí, en Europa, donde me van a tratar bien”, dice esperanzado.