Sucedió muy pocas veces. ¿Cuántas? ¿Dos? ¿Tres a lo sumo? Me refiero a esas clásicas escenas a campo abierto, con los dos equipos contendientes partidos en dos, en las que el Inter de Milán gana un duelo o engancha con uno de sus jugadores adelantados, gira enseguida el juego y se pone a galopar hacia la portería rival en manada, provocando el terror en los adversarios. Me vienen a la mente un par de acciones similares durante los 90 minutos del martes en el Giuseppe Meazza. Y lo asumo con naturalidad, porque solo faltaría que el subcampeón de la Champions League no pudiera ponerte a correr hacia atrás en alguna jugada puntual, en su estadio y habiendo lo que había en juego. A partir de todo ello, toca subrayar como merece el trabajo completado por la Real Sociedad para que sucedieran tan pocas cosas en torno a la meta de Remiro. Y es que, si este equipo nos está mal acostumbrando con sus constantes éxitos, en Milán hizo algo similar con la forma en que arrancó el empate. Pareció hasta sencillo, poco sufrido. Pero solo lo pareció.

Los txuri-urdin acudieron a Italia para jugar el 21º partido del Inter en la presente temporada, y el cuadro de Inzaghi había marcado siempre en los 20 anteriores, un total de 45 goles y promediando 2,5 dianas por encuentro. En cualquier caso, no se trata de poner el foco en la puerta a cero blanquiazul, marca a la que se puede llegar de muchas maneras, sino en cómo minimizó la Real a semejante rival. Lo hizo con valentía, lanzándose a presiones altas ante las que a la vez trató de tejerse una red de seguridad, mediante ayudas de laterales a centrales o tirando del multiusos Zubimendi. Lo hizo con energía, gracias a las sustituciones de un Imanol que, exceptuando al fresco Oyarzabal, renovó toda la primera línea de presión. Y lo hizo también con muchísima personalidad.

Cuando Remiro tenía el balón se trataba, para empezar, de evitar pegarla fuerte a cualquier parte, lo que iba a provocar que el balón volviera al área más pronto que tarde. El meta atraía al rival y exploraba en primera instancia la opción de conectar con algún hombre interior. Pero si tal posibilidad no prosperaba, ya había logrado al menos vaciar el centro del campo interista para que sus envíos directos a los duelos Merino-Mkhitaryan u Oyarzabal-Darmian tuvieran garantías de recepción o de peinada y progresión. El equipo se asentó así a menudo en campo contrario, y ahí sí que fue algo más pragmático, menos atrevido en la circulación, porque evitar entonces las transiciones locales resultaba tan importante como hacer daño en ataque. Se sumaron a la fiesta la concentración, los buenos retornos y las interrupciones a tiempo, y pareció que el Inter ni apretó, cuando sí lo hizo en realidad. Meritazo.

1- ZUBIMENDI CON FRATTESI. Tuvo sentido que Imanol escogiera a Merino como interior derecho, con Zakharyan en la izquierda. Permitió así a Zubimendi emparejarse en defensa con Frattesi, más profundo que Mkhitaryan, y que el donostiarra ejerciera también de pantalla ante Thuram. En ataque, además, la disposición llevó a Merino a enredar, ganando y perdiendo altura, en la zona de un Carlos Augusto con dudas para perseguir.

2- CERRAR CON TRES. La imagen previa (número 1) mostraba cómo el lateral del lado opuesto al balón se cerraba en Milán para echar una mano a Zubeldia y Le Normand. Cuando el Inter sacaba de puerta, mientras, dicho rol correspondía a Zubimendi, retrasado a la zaga. Quedaba libre para incrustarse entre centrales gracias a que Zakharyan se encargaba de Frattesi, con Sadiq encima de Acerbi y tapando también línea de pase a Calhanoglu.

3 - ENERGÍA PARA EMPAREJAR. No. A diferencia de lo sucedido en la primera vuelta en Anoeta, o el mismo sábado en el campo del Villarreal, la Real no tuvo que dar esta vez un paso atrás en los minutos finales: siempre contó con energía suficiente para presionar y emparejarse con los futbolistas del Inter. Imanol refrescó las zonas más adelantadas de presión, manteniendo solo a un Oyarzabal que venía de descansar.