La Real Sociedad cayó eliminada por un gol y jugando con uno menos durante una hora en el partido de cuartos de final de la Copa. Decidió un gol de Dembélé ante un equipo que dio la cara en todo momento y que no forzó la prórroga de milagro. El técnico realista gestionó los minutos de su gente y ahora deberá pensar en otro partido de abrigo y en lo que venga en el futuro inmediato. Punto y final a esta competición.

Cuando llegas al Camp Nou, en la planta baja conviven varios bares, grandes y con muchos metros de barra. La gente acude allí para comprar bocadillos, meriendas, paquetes de patatas, bebidas y lo que sea. Lo cierto es que hacen fritangas de butifarra, calçots, bacon, pancetas o vaya usted a saber, cuya resultante es un olor penetrante que se expande como el tifus. Llega hasta las cabinas de radio, que están en lo más alto del estadio, por encima de los aviones que aterrizan en El Prat y que en un edificio de pisos sería un décimo o más. Supongo que estos establecimientos al uso les permiten recaudar unos cuantos miles de euros con los que activar las palancas, sin fijarse en la camiseta que llevan puestas los clientes. ¡La pela es la pela!

No es el único campo en el que los aromas se despilfarran. En algunos estadios existen máquinas expendedoras de palomitas, que tampoco pasan desapercibidas, como en los cines. En otros te sirven pizzas (con dos zetas para que no haya dudas). Nada que ver con las viejas tribunas de Gal. Cuando en Irun abría sus ventanas la fábrica de Elgorriaga, olía a chocolate si soplaba viento sur. Supongo que en Azkoagain, el terreno del Aloña Mendi de Oñati, sucedía lo mismo con Zahor, e intuyo que, en el Ospas Gain de Mendaro, el cacao de la fábrica de los Saint Gerons perfumaba las alturas de ese irrepetible terreno de juego.

Cuando peregrinamos tres años por Segunda División, en uno de los estadios volaban las cigüeñas por encima del terreno. Sin saberlo, protagonizaban un box to box en toda regla, camino de una chimenea de ladrillo que estaba fuera del campo tras una portería. No muy lejos de allí, una alquería guardaba el gano y se desprendía, nunca mejor dicho, la caca de la vaca. Y como hiciera mucho calor… nos atufábamos. En otro terreno de juego, pared con pared, colinda un cementerio. Un despeje desviado de un defensa puede caer sobre una lápida y no sigo por lo del yuyu. Como veis, las variables son bastante amplias. En esos y en otros muchos suele apestar a chamusquina, que es un aroma de intuición.

Cuando ayer por la mañana preguntaban en el desayuno a qué me olía el partido de la noche, contesté que estaba seguro de una cosa: el equipo iba a competir. Contra el rival, contra la masiva y generosa cesión de 162 entradas para que la Real las administrase a su manera. Más allá del asunto de las camisetas, lejos de la zona enjaulada para los seguidores visitantes. El equipo iba a luchar también contra la inexplicable decisión de nombrar para este partido tan trascendental al extremeño Gil Manzano, el árbitro que expulsó a Lewandoski, que sigue cumpliendo en Liga la sanción de tres partidos. Pitó el Valencia-Almería el lunes en Mestalla y se hinchó a visitar el VAR (con V). Imanol y los suyos se medían contra el apremiado rival y contra todas las martingalas del camino. Y contra el histórico de resultados y contra el comité de bienvenida. Se protestaba todo.

Era obvio que la Real no salía como favorita, por muchas flores que le echen a su juego y al compromiso colectivo en cada partido. Viaje a la cancha del líder con un medido diseño de declaraciones y de quejas. Estaba convencido de que algo iba a pasar. Hay terrenos de juego en los que habitualmente suceden cosas que determinan la marcha del encuentro. Dembélé hizo algo parecido a lo de Brais en la nariz de Aihen, pero en aquel partido al francés no le echaron y al vigués, anoche, sí. Por cierto, es su primera expulsión desde que es futbolista profesional. Las dos eran rojas sin paliativos, ni paños calientes, ni cataplasmas. Los criterios, los raseros, los componentes del VAR y otros asuntos del desamor. Hasta el descanso, incluso el tramo en el que jugaba con uno menos, la Real compitió bien. Sufrió en tramos porque el Barça es un equipo con recursos y con jugadores determinantes. El tiro al travesaño de Kubo pudo cambiar el tranco del encuentro, pero la madera impidió la nebulosa sobre el cuadro local. El descanso llevó a los equipos al vestuario, sin goles pero con la clara sensación de que en la segunda parte iba a tocar. Se daban todos los componentes para que eso sucediera.

Y sucedió, quizás demasiado pronto. Antes de los diez minutos de la reanudación, el más activo jugador de los catalanes, Dembélé, cobró un derechazo que entró como un cohete en la meta de Remiro, que, pese a tocar el balón, no pudo evitar el tanto. Lejos de amilanarse, la Real siguió a lo suyo, tratando de conquistar la meta de Ter Stegen. Lo más claro llegó de un centro de Take que Sorloth mandó por encima del travesaño y, ya en tiempo de prolongación, un zurdazo de Jon Ander Olasagasti lo detuvo el meta in extremis. Podía haber abierto la puerta a una prórroga que, a estas alturas, a lo mejor no era recomendable. Más olor a fritanga nos hubiera matado.

Apunte con brillantina: ayer vi un espectacular partido del Mundial de balonmano. Se resolvió tras dos prórrogas. Noruega y España peleaban por llegar a las semifinales. Finalmente, el equipo de Jordi Ribera peleará por las medallas. En estos partidos, como en muchos de basket, cuando los árbitros entran en duda por alguna acción, acuden ellos, motu proprio, a ver las imágenes. El responsable de las mismas las enseña en un monitor y deciden. ¡Nada que ver con la parafernalia futbolera que despliega un arsenal de personas! ¡Hay un tufo!