Se acabó el sueño de la Copa. La serie de fatalidades que comenzó con la lesión de Merino y varios compañeros se agudizó en el sorteo con el peor resultado de todos los posibles para reventar en la previa con la brutal baja de David Silva, tuvo un cruel último capítulo con la inadmisible expulsión de Brais por un plantillazo al tobillo de Busquets cuando el marcador era 0-0 y las espadas estaban en todo lo alto. No se puede discutir la decisión del colegiado, porque el propio gallego sabía que le iba a costar irse a los vestuarios, pero sí precedentes que no se castigaron con la misma severidad. Como la entrada de Dembelé a Alderete el pasado fin de semana o el codazo del galo a Aihen sin balón en Anoeta. Ese es el gran problema, que el trencilla y, lo que es más grave, el VAR, sigue tomando decisiones en función del color de la camiseta. 

Insistimos, el error principal fue de Brais, que tuvo una reacción infantil después de recibir un golpe sin sanción de Lewandowski, quien, después de lo de Pamplona y como se esperaba, ayer tenía licencia para matar. El de Mos primero le dio un manotazo a Pedri, después hizo una entrada fuerte al polaco sin amarilla, pero con advertencia verbal, y por último se le fue la olla del todo con el pisotón en la tibia a Busquets. No tiene excusa ni perdón. Debe una ronda al equipo.

En la reanudación, Remiro se tragó un disparo de Dembélé y, cuando quién más o quién menos esperaba el hundimiento, los txuri-urdin sacaron fuerzas de flaqueza y, en una reacción de casta, estuvieron muy cerca de empatar el encuentro. Sorloth, a un metro de la portería en un fallo inconcebible, Navarro, tras un error de Ter Stegen, en una jugada en la que definió inesperadamente mal, y Olasagasti, con su fuerte chut que paró Ter Stegen, ya en una prolongación memorable a la que solo le faltó la guinda de la igualada, pudieron y merecieron llevar a la prórroga a una Real que siempre nos hace sentir orgullosos. Tanto en la victoria como en la derrota, en la felicidad y en la adversidad. 

Había mucha expectación por descubrir la alineación que iba a sacar Imanol y lo cierto es que, se desconoce si voluntariamente o no, tardó más que nunca en conocerse. El técnico tenía una complicada papeleta para sustituir las siete bajas y, sobre todo, la de última hora de David Silva. Una vez más, el oriotarra fue valiente y apostó por Pablo Marín en el centro del campo, lo que motivó que Brais ejerciera de Merino, como ya hizo a un gran nivel ante Osasuna en Liga. La otra novedad era la entrada de Oyarzabal en la delantera y la presencia de Kubo en el vértice del rombo en el inamovible 4-4-2. Enfrente un Barcelona sin ningún ausente y con su once de gala, el mismo con el que bailó al Real Madrid en la reciente final de la Supercopa. El partido se resumía en clave liguera en que el primero recibía en su estadio en una eliminatoria a partido único al actual tercero. Como tantas otras veces ha sucedido en el Camp Nou fue echar el balón a rodar y la gran Real de las nueve victorias seguidas se evaporó por completo. La primera media hora se convirtió en una de las peores pesadillas que ha sufrido este equipo en las cuatro temporadas que lleva con Imanol, con un Dembelé irreconocible por el mero hecho de que, aunque todos sabemos de su potencial con esas dos pistolas con las que juega que le permiten ir igual de sobrado por los dos lados, muy pocas veces habíamos visto que le saliera todo. Y eso que el partido había arrancado con una elegante conducción tras robo de Brais, cuyo preciso pase no logró servirlo con acierto al área Pablo Marín. Pero fue un espejismo, no solo para el equipo, sobre todo para el gallego, que seguro que creyó en ese momento que iba a ser protagonista. Lo logró, aunque seguro que no como él esperaba. 

El abrumador dominio del Barcelona provocó un auténtico desconcierto en las filas blanquiazules que trataba de corregir un cariacontecido Imanol. Lewandowski, en un remate que salvó Zubeldia; Gavi, al tercer intento azulgrana, disparó con la zurda fuera; Remiro casi se tragó un balón en una mala salida; Dembélé lamió el palo con una rosca; y De Jong, al que le anularon un gol por fuera de juego de centímetros, empaló desviado un centro. Eso sí, cuando peor estaba la Real, Marín frotó la lámpara y dio un gran pase a Kubo, cuyo fuerte disparo lo escupió el larguero. Una pena. Tras la citada y analizada roja a Brais, Kounde también se atrevió con otro chut que se marchó fuera.

En la reanudación Imanol cambió a Rico y Oyarzabal por Aihen y Barrenetxea para pasar a jugar con cinco defensas. La muralla resistió seis minutos, hasta que el omnipresente Dembelé encontró la espalda de Aihen y batió a Remiro con un fuerte disparo con poco ángulo cuando todos esperaban el centro. No el portero, que estaba bien colocado, pero que falló por mano blanda. Cuando nos temíamos lo peor, llegó la reacción de una Real que murió de pie, con un equipo plagado de jugadores de la cantera, que creyeron hasta el final en lograr el milagro de llevar la eliminatoria a la prórroga para luego comprobar lo que hubiese pasado.

El Camp Nou sigue siendo terreno maldito para el club realista. Da igual la versión que despliegue o si lo hace bien o mal, al final siempre acaba sucumbiendo. Pero esta vez, como viene siendo la tónica habitual desde que Imanol está al frente de la nave, los realistas consiguieron que sus aficionados estuviésemos a su lado sufriendo, despejando los centros de los catalanes entre nuestros centrales inconmensurables y buscando el remate en esos minutos finales en los que nos dejaron con la miel en los labios. 

No hay tiempo para lamentos. Espera el Madrid tras un despliegue físico espectacular y una lista de bajas que confiemos que no tenga más inquilinos pero que parece la de la compra un lunes después de un puente en la casa de una familia numerosa. Para familia bien avenida, la de la Real. La nuestra. Seguro que recordaremos durante mucho tiempo la forma en la que estos héroes sin gloria resistieron y apretaron los dientes para mantener vivo el milagro de Barcelona...