Carlos Bilardo, que para algunas cosas no tenía medida, también ha dejado momentos y declaraciones célebres en el fútbol. No en vano hizo campeona del mundo a Argentina en 1986. Un día, en tono coloquial y entre las carcajadas de los presentes, explicó que le solía pedir a Maradona que durante los encuentros prometiese su camiseta a cuatro o cinco jugadores, ya que por aquel entonces solo tenían una, y en los minutos finales se le arrimaban todos para ser el afortunado cuando el colegiado diera por concluido el encuentro. Atrás han quedado los complejos mitómanos incluso promovidos por consejeros de cuyos nombres no quiero acordarme que a las puertas del funeral por el descenso se desgañitaban para conseguir elásticas y autógrafos para sus hijos cuando nos visitaba el Barça de Guardiola. Parafraseando a mi manera al cachondo de Bilardo, los de txuri-urdin son los nuestros, al resto...

Yo me apunto más a la filosofía de Kubo, que suele contar que nunca ha entendido muy bien lo del intercambio de colores al final del encuentro: “Yo nunca pido la camiseta a un jugador, no me gusta; te pasas 90 minutos luchando contra un rival y luego cambiarle la camiseta no va conmigo”. La Real ya no está en Europa para disfrutar, como cuando se encontró la primera de las tres veces que se ha enfrentado en una década al United, un dato que resume muy bien su crecimiento, ni para pedir casacas a ilustres que comparecen por Anoeta. Ha preferido tomar el camino de las cosas bien hechas y la ambición y ahora lo que hace es competir contra ellos a cara de perro. Dos vertientes distintas para entender mejor el concepto en boca de leyendas. La de Le Tissier, con su célebre “jugar en los mejores clubes es un bonito reto, pero hay un reto mucho más difícil: jugar contra ellos y ganarles. Yo me dedico a eso”. Y la de mi adorado Totti, que repetía con su incorregible acento romano que “si apoyas a los clubes grandes del país antes que al equipo de tu ciudad o región, no te gusta el verdadero fútbol, te gusta ganar”. Que quede claro, amamos al equipo de nuestra tierra y queremos vencer siempre. Este sí que es y debería ser un lema imperecedero de la Real.

Iba a decir que en todos lados cuecen habas, pero lo que de verdad genera el fútbol en todos los destinos son debates. El que está de moda ahora en Segunda es criticar al Burgos, que lidera la tabla con un mérito y un valor incuestionables, al contar con un presupuesto menor en comparación con los que le siguen en la tabla. Le acusan de practicar el antifútbol y me hace gracia, como si la fórmula para ascender de las llamas del infierno fuese tener la posesión y tocarla como los ángeles. ¿O es que acaso no nos acordamos del estilo al que recurrió el añorado y apreciado Martín Lasarte para cumplir a rajatabla la misión que le encomendaron? Se lo recuerdo yo: no, aquella Real no era la Holanda del ‘74. Calero, entrenador del conjunto burgalés, al que no le conocía pero que cada vez me cae mejor y además me llegan prestigiosas referencias, no ha tenido más remedio que volver a meterse en el charco de diferenciar lo que es jugar bien al fútbol y hacerlo bonito. Lo hizo a pregunta de un periodista canario, después de que su equipo asaltara el Gran Canaria y arrebatara el primer puesto a los insulares: “La gente lo confunde. Jugar bonito es jugar bien con balón, hacer una cabriola, un caño… Eso es jugar bonito. Pero el fútbol tiene cuatro fases: ataque, defensa, qué haces cuando pierdes el balón y qué haces cuando lo robas. Si el equipo lo hace bien, lo mismo en cada una de las cuatro fases, juegas bien al fútbol. Si a eso le unes que tienes mucha capacidad técnica, jugarás entonces bien y bonito. Pero confundir el estar bien solo en una fase para jugar bien, eso lo confunde la gente. Es mi opinión. Quiero que mi equipo juegue bien al fútbol de esta manera, aunque eso no quiere decir que no seamos capaces de asociarnos”.

Pero yo me quedo con la parte de su intervención que menos ha trascendido: “También sabemos nuestras condiciones, nos ajustamos a ellas para sacar el máximo rendimiento. Hay que ser muy listo en la vida: saca rendimiento a lo que tienes y no te equivoques. No quieras ser quien no eres. No hagas un personaje que no es el tuyo. Haz el que te corresponde. Y en el Burgos, el jugador que viene sabe que hay trabajo, esfuerzo, compañerismo y el fútbol que tenga, bienvenido sea”.

El resumen que obtengo de toda esta coctelera de ideas está más claro de lo que parece. Esto es Anoeta y la Real que ganó en Old Trafford plagada de bajas y de canteranos ya no es un cualquiera. Se siente capaz de plantar cara al que sea. Luego podrá ganar o perder, pero todos deben ser plenamente conscientes de que si el domingo pasado salimos, aparte de lógicamente rabiosos por el resultado (sensación que se agravó radicalmente cuando vimos los dos penaltis no pitados ya en nuestros hogares), sin ningún enfado con los nuestros, fue porque hicieron lo que mejor saben hacer y lo que esperamos de ellos. Cuando son fieles a sí mismos y a su idea de juego, se vacían, entregan hasta la última gota de sudor y de sangre por la camiseta, jamás tendremos nada que reprocharles. Es más, aceptamos los fallos humanos puntuales, algo inherente al fútbol (Cruyff repetía hasta la saciedad que es un juego de errores), como el que cometió Aritz con tanta comprensión como resignación. Es en el análisis de los desaciertos y no en las muchas cosas bien que volvió a hacer en Anoeta en lo que tendrá que fundamentar su estrategia Imanol la próxima vez que se enfrente al Betis.

Como dice Calero, “no quieras ser quien no eres”. Hoy no es un día más, visita Anoeta el Manchester United, uno de los clubes más grandes de la historia de fútbol, y la Real debe tener muy nítidas en su cabeza cuáles son las armas que le van a permitir tutearle. La primera de todas y más importante, la que quizá infravaloró el año pasado ante el Leipzig, que juega en casa, en un estadio en el que se respira uno de los mejores ambientes de todo el país y que la imperturbable comunión grada-equipo es capaz de llevarte en volandas a lograr éxitos que jamás creíste que serías capaz de alcanzar. Pero bajo el paraguas del sustento de tu parroquia no puedes dar ningún paso atrás, solo ser valiente para estar a la altura de tu cometido y jugar muy bien al fútbol, es decir dominando las cuatro fases de Calero.

La segunda, que Imanol ha logrado que su bloque funcione como un reloj, hasta el punto de que continúa rindiendo a buen nivel y, lo más importante, con una enorme confianza, a pesar de que se le caen heridos uno o dos soldados por batalla. Y la tercera, esto es Donostia, Gipuzkoa, donde anida nuestro grande preferido, que se llama Real, y que se ha ganado un respeto en el mundo por afrontar guerras de este tipo sin complejos, pensando que va a vencer, algo que le ha valido para alimentar una auténtica leyenda de matagigantes. Antes tocaba la gloria y hasta llegó a ser semifinalista de la Copa de Europa con once aldeanos. Ahora lo hace con un equipazo compuesto por estrellas internacionales y locales, a las que les piden a ellos intercambiar la camiseta. Canteranos y fichajes, héroes de nuestros niños, que prefieren llevar su nombre a su espalda que el de cualquiera que ose retarles, por mucho currículum inmaculado que hayan firmado en sus carreras.

Que nuestra convicción para esta tarde es tan fuerte que nos sentimos como los irreductibles galos de la aldea de Asterix y Obelix. Necesitamos defender que el triunfo de Old Trafford lo modificó todo y que ahora nuestros horizontes de grandeza en la Europa League se sostienen y fundamentan en pilares sólidos. El nuevo paso firme debe ser sellar el liderato. Luego ya que pase el siguiente, pero estamos seguros de que algo ha cambiado a orillas del Cantábrico. Y es que quien visita Anoeta lo hace sabiendo que se va a encontrar con un coloso enfrente que se agiganta con el aliento de su gente. Nuestro coloso txuri-urdin. ¡Vamos Real, a por ellos!