a recibió Merino, en el mismo sitio de Odegaard. Levantó la cabeza el navarro, como hizo aquel día el noruego. Y se la puso en bandeja a Isak, destinatario de una asistencia similar a la que recibió Oyarzabal la temporada pasada. La Real eligió ayer para abrir la lata alavesista una acción de naturaleza idéntica a la que inauguró, en septiembre de 2019, el anterior triunfo contra los vitorianos en Anoeta. Desde entonces han pasado 17 meses, casi un año y medio, tiempo durante el que los logros de este equipo no han sido pocos. Nos ha enganchado con su juego, ha accedido a una final de Copa, se ha clasificado para la UEFA, ha regalado a su hinchada veladas continentales como la de Nápoles, y actualmente camina firme hacia la consecución de un nuevo pasaporte para competir en Europa. Sí, el jueves naufragó contra el Manchester United. Pero conviene mirar a la derrota de Turín con perspectiva: llamando a las cosas por su nombre, pero evitando caer en la tentación de tirarlo todo por la borda.

La Real es, de la Liga, uno de los equipos que más claro tiene hacia dónde se dirige. Y el destino al que mira se encuentra muy cerca, precisamente, de ese fútbol físico y eléctrico ante el que sucumbió hace solo cuatro días. No, el nuestro no es un conjunto que haga del toque y de la posesión sus razones de ser. Los utiliza, sí, pero como herramientas para agredir al rival. Quiere correr. Busca la vía directa antes que la elaborada. Presiona. Y aborrece el llamado tiki-taka como punto de partida. Otra cosa es que tenga que recurrir a largas secuencias de pase cuando los adversarios se le cierran atrás. ¿Qué va a hacer si no? ¿Chocar una y otra vez contra un muro? Loren acertó en 2011 cuando diagnóstico que la idea de juego txuri-urdin debía virar hacia una propuesta más técnica y sofisticada: por eso prescindió de Lasarte y trajo a Montanier. Y Olabe acertó igualmente en 2018 cuando vio que este deporte caminaba ya hacia otras latitudes: por eso rectificó sobre la marcha cesando a Garitano y promocionando a Imanol. Lo que han conseguido a partir de ahí los blanquiazules queda enumerado en el primer párrafo y para mí no hay dudas. El GPS que nos guía está muy bien configurado.

Sin embargo, suele ocurrir con estos aparatos que, por mucho que aciertes introduciendo la dirección a la que quieres llegar, surgen luego problemas a la hora de designar el camino a seguir. Y algo de eso hubo, a mi juicio, en lo del jueves en Turín. Teníamos tiempo y margen para recorrer algunos kilómetros del viaje por la carretera general, abandonando circunstancialmente esa autopista por la que tan a gusto solemos circular. Pero, llegado el cruce, el míster decidió seguir adelante, enfrentándose a un peaje de dimensiones desconocidas. Cuando llegamos a él, nos encontramos con un atasco de mil pares de narices y terminamos perdiendo tiempo, más que ganándolo. Encima, a la hora de abonar el importe, nos llevamos una torta de las que hacen historia, completándose un balance negativo a más no poder. Quisimos correr, pero intentándolo fuimos más lentos. No nos importó asumir la tarifa, pero al final pagamos el triple de lo que presupuestábamos. Un fracaso, sí. Pero un fracaso ante el que solo cabe aprender, y no reaccionar. Seguimos adelante, porque vamos bien. Y la próxima vez que se nos presente una situación así, nos lo pensaremos mejor.

¿Qué tal se nos habría dado la cosa si hubiésemos cogido la carretera general? Pues no lo sabemos. Como desconocemos igualmente qué habría sucedido en el Real-Manchester United con una propuesta más pragmática por parte de los txuri-urdin. Quizás nos hubiésemos encontrado con un camión averiado y una caravana de espanto. Quizás los ingleses también habrían acribillado a nuestro bloque bajo metiendo seis goles en vez de cuatro. Honestamente, y lo dije en la redacción con 0-0 en el marcador, pienso que el equipo se equivocó afrontando el partido de Turín desde la valentía. Lo cual, sin embargo, es solo eso: en mi opinión, un error que no cuestiona ni el viaje en el que nos encontramos inmersos ni el destino del mismo. Imanol, estamos en tus manos y confío en ti. Evitaste el peaje de Imarcoain y el de Tudela (y nos fue bien), así que pensé que también esquivarías el de Zaragoza. Pero seguiste recto y nos hemos dado cuenta de que en nuestro periplo no todo es de color de rosa: estamos más lejos de la playa de lo que pensábamos y cada kilómetro cuesta. Yo tengo claro que quiero bañarme en el Mediterráneo. Y no me bajo de este carro. El verano pasado, rumbo a Cambrils, el crío me preguntó en Andoain si faltaba mucho, porque se aburría. El míster debería hacer lo mismo que hice yo: manos al volante y mirada al frente. Queda un mundo. Aquello ya está lleno de guiris. Pero nos vamos acercando.