Resulta edificante observar como un colectivo como algunos empresarios o ejecutivos de grandes empresas que, hasta ahora, mantenían una posición discreta en el terreno público sobre los problemas políticos y económicos que conciernen a nuestra sociedad y se dedicaban a resolver el día a día de sus empresas y desarrollar con éxito el futuro de sus negocios, hayan dado un paso al frente para expresar en el ágora ciudadana sus preocupaciones y temores ante la tibieza, la indecisión y la adopción de decisiones erróneas y contraproducentes por parte de los políticos sean europeos, españoles o vascos.

Frente a la polarización y al “tú más” en la que está centrada la política española y la defensa de los intereses propios de los países miembros de la Unión Europea (UE) frente a los generales, –incluso mirando para otro lado como estamos viendo en el caso del genocidio de Gaza–, a lo que hay que añadir la sumisión y la subordinación política, económica y militar a Estados Unidos, es una bocanada de aire fresco ver cómo existen empresarios que se han lanzado al debate público sin ataduras y con la valentía de quienes desde la experiencia y el conocimiento del día a día pueden cuestionar decisiones nada acordes con la realidad por parte de aquellos que han hecho de la política una profesión, olvidando que es un viaje de ida y vuelta. De lo privado a lo público y viceversa.

Un claro ejemplo de ello lo pudimos ver hace unos días en Donostia, en el Foro Finanza que organiza Elkargi SGR y en el que intervinieron el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, y el presidente de Cie Automotive, Antón Pradera, en el que dejaron bien claro la deriva en la que se encuentra la UE por la falta de políticas industriales compatibles con la sostenibilidad y una legislación de descarbonización que está afectando de manera letal a la gran joya de la industria europea como es la automoción.

El presidente de Cie Automotive, Antón Pradera, fue claro al dibujar una “Europa que no existe” y que ha quedado evidenciada con el sometimiento a Estados Unidos en el reciente acuerdo de aranceles y la subordinación en todos los ámbitos a ese país, con lo que cada vez es más débil y menos autónoma. Pradera fue claro al señalar que esa falta de liderazgo de un mercado de 450 millones de personas se debe a la ausencia de políticas que favorezcan la actividad económica, frente a tanta regulación que no facilita la inversión, desincentiva los proyectos empresariales y ralentiza la toma de decisiones estratégicas cuando, en este momento, la rapidez es clave para competir. En definitiva, recuperar la competitividad en Europa como la única salida para rescatar el peso y el liderazgo político y económico que debe tener en el mundo. Una idea en la que coincidió plenamente el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz.

La situación actual es que Europa, en opinión de Pradera, se ha convertido en “el parque temático del mundo”. La visita del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al Reino Unido durante los últimos días, así lo atestigua con sus paseos en carroza dorada donde el magnate estadounidense se hizo acompañar de un rey o esa cena que por la longitud de la mesa y el número de asistentes más parecía un encuentro popular que un acto de Estado. Bien es cierto que esa pomposidad digna de tiempos pretéritos, se justificaba con la inversión que las grandes empresas tecnológicas estadounidenses se han comprometido a realizar en el Reino Unido por un valor conjunto aproximado de 69.000 millones de euros.

El CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, fue muy claro al situar la pérdida del peso de Europa en el mundo con argumentos basados en unos datos que revelan que en 15 años, el peso de la UE en el PIB mundial ha bajado del 21% al 17%, mientras que el de Estados Unidos ha subido del 22% al 26% y, todo ello, en un contexto donde la globalización estaba en su plenitud, los costes de Defensa iban por cuenta del aliado americano y la sostenibilidad se había convertido en una seña de identidad europea con la trampa de unos bajos costes energéticos derivados de haberse echado en brazos de Rusia y de su gas. Ese escenario ha cambiado y ahora Europa no sabe cómo reaccionar y sigue sin encontrar el rumbo.

Imaz, a quien se le nota su experiencia pasada en el mundo de la política a la hora de construir sus disertaciones y la forma de dirigirse al público, fue rotundo al señalar que la regulación que está haciendo la UE, a través de sus directivas y normativas, está provocando una falta de inversiones y el cierre de empresas, sobre todo aquellas electrointensivas, que están clausurando sus plantas en Europa para ubicarse en países menos exigentes, con lo que está aumentando la emisión de CO2 por la necesidad de trasladar esos productos a Europa. El 60% de las empresas europeas considera que la regulación es uno de los mayores obstáculos para la inversión en Europa.

El CEO de Repsol fue diáfano a la hora de poner en evidencia las contradicciones y paradojas que está provocando las políticas de descarbonización y la decisión de impedir la fabricación de vehículos de combustión a partir del año 2035 por parte de la UE cuando la realidad es muy tozuda y puede suponer que solo el 25% del parque automovilístico sea eléctrico. Por ello, la pregunta es obvia: ¿Qué hacemos con el restante 75% de coches de combustión que seguirán circulando? Otro dato que destacó Imaz: “A día de hoy en el Estado se está vendiendo más combustible que en 2019, cuando todas las previsiones, la tecnología y la electrificación mostraban un escenario diferente”.

Por ello, Imaz fue rotundo: la prohibición del motor de combustión a partir de 2035, –que está basada en “un componente ideológico y no en datos”–, es “catastrófica y se va a revertir. El problema es que va a ser demasiado tarde y el daño que va a hacer va a ser muy importante”. El antídoto a este desaguisado de la UE fruto de la “extorsión” al sector de la automoción, se basa en la puesta en marcha de políticas industriales y de descarbonización basadas en las fortalezas industriales y tecnológicas existentes. Y eso tiene un nombre: Competitividad a la enésima potencia. 

La UE vs. EEUU

En Europa, los empresarios expresan sus críticas a las decisiones políticas de la UE, en Estados Unidos, curiosamente, guardan un calculado silencio a pesar de las tropelías y de las contundentes intervenciones de Trump en el mundo empresarial y financiero. La última, esta semana con la cadena televisiva ABC, que decidió suspender uno de sus programas estrella de la noche para evitar quedarse sin licencia de emisión ante las amenazas del Gobierno. 

Los empresarios estadounidenses expresan en privado que tienen miedo y que criticar a Trump es muy arriesgado como estamos viendo, por lo que consideran que es mejor utilizar la persuasión en el ámbito privado que lanzarse al debate público.

Y todo ello, en un gobierno que ha abandonado el liberalismo, que teóricamente defendía el Partido Republicano, por un intervencionismo del Estado, en línea con lo que ocurre en China y Rusia. Ese capitalismo de Estado que ha puesto en marcha Trump ha tenido actuaciones tan drásticas e impensables hace tan solo nueve meses, –fecha en la que llegó a la Casa Blanca–, como la compra por parte de su Gobierno de un 10% del fabricante de chips Intel o un 15% de la minera MP Materials, por no hablar de la acción de oro en la empresa US Steel como condición para su adquisición por la japonesa Nippon Steel, o la cesión al Ejecutivo del 15% de la facturación de Nvdia y AMD en China, tras la concesión de la licencia para exportar a ese país. La lista continua y, seguro, que seguirá ampliándose en el futuro.

El mundo ya no es lo que era y Europa no ha sabido reaccionar desde el Tratado de Maastricht, ni ha reforzado sus relaciones internas hacia un planteamiento más federal que le hubiera proporcionado más unidad y un mayor liderazgo en la nueva geopolítica mundial que se está construyendo. Igual, hemos optado por convertirnos en el parque temático del mundo, aunque ello pueda afectar de manera negativa en el futuro a nuestro sistema de bienestar social. Veremos.