Si se viene a Donostia por primera vez a conocer la fiesta de la Tamborrada, no está de más saber que se trata de una celebración cuyos orígenes no están claros. No hay una versión oficial y definitiva de su eclosión, pero los historiadores que han dedicado tiempo al asunto sí ofrecen pistas que permiten alumbrar una teoría que sitúa su nacimiento hace unos 200 años, cuando Donostia era una plaza militar. Tras las murallas defensivas que aprisionaban la trama urbana de lo que hoy conocemos como Parte Vieja, la población local convivía con la soldadesca encargada de las labores defensivas. De esta cohabitación surgió de forma espontánea algún tipo de expresión festiva inicialmente vinculada al Carnaval pero que pronto se desgajó para adquirir identidad propia y unir su futuro a la festividad del patrón de la ciudad: San Sebastián. En ese contexto nacen las tres figuras que componen la Tamborrada: el militar, la aguadora y el cocinero. Las otras dos claves para entender el desarrollo y la pervivencia de la fiesta son, por un lado, las sociedades populares, fundadoras de las tamborradas tal y como han llegado hasta nuestros días, y, con letras de oro, Raimundo Sarriegi, autor en 1861 de la Marcha de San Sebastián y del resto de la playlist de la fiesta: Tatiago, Diana, Polka, Retreta, Iriyarena. Un repertorio creado a propósito para la Tamborrada y que es una invitación a la participación popular. Porque aquí, seguramente, se encierra el elixir del éxito de la fiesta: esa combinación de música alegre y sencilla pensada para ser tocada por el pueblo con el único instrumento que hasta el más torpe es capaz de hacerlo sonar sin desafinar. Dos siglos después, la fiesta ha adquirido dimensiones insospechadas. La edición de este año va a establecer un nuevo récord de participación con más de 21.000 adultos repartidos en 160 tamborradas, a los que hay que sumar los más de 5.000 niños y niñas de la Infantil. En total, más del 14% de la población, al que acompaña durante su recorrido buena parte del resto. Es un crecimiento sin freno, y en algunos barrios y a algunas horas está empezando a crear problemas de circulación, con riesgo de pacífica colisión. Hoy día, la Tamborrada ha conseguido que suene a todas horas y en todos los barrios de la ciudad, una expansión que ha venido de la mano de la masiva incorporación de la mujer, al punto de que el 98% de todas las compañías de adultos ya son mixtas en mayor o menor proporción. La Tamborrada es la prueba que desmonta el sambenito que atribuye a los donostiarras el papel de mirón en la fiesta. Y lo desmiente además en condiciones especialmente adversas, en una fecha tan inclemente meteorológicamente hablando como el 20 de enero y con el bolsillo saqueado por la Navidad. Para esta noche y mañana se espera un frío polar, aunque no parece que lloverá. Podía ser peor. Cuando escribo estas líneas oigo los redobles de los últimos ensayos, que como una cuenta atrás van quemando los días hasta la Izada de esta medianoche. Es el día, poco más de 24 horas, que también ahí está la gracia. Antes, que no falte la cena de víspera, un ritual sin el que la fiesta no sabe igual. Y resulta sorprendente el revuelo de estos días a cuenta de las angulas porque, de verdad, ¿cuántos donostiarras conocen el sabor de las angulas?