Hace justo un año, este periódico y todas las cabeceras que formamos el Grupo Noticias sufrimos un ciberataque que nos dejó temblando pero que no impidió nuestra presencia en la calle ni en el quiosco digital. Nos hizo daño y nos costó recuperarnos, lo que fue posible gracias a la pericia de los informáticos de la casa y el esfuerzo de todos para reparar las conexiones dañadas por los criminales que se ocultan vaya usted saber en qué rincón de eso que llaman espacio profundo y al que más vale no asomarse. Diariamente son miles los particulares, las empresas y las organizaciones en todo el mundo que sufren esta delincuencia que parece impune y que a medida que digitalizamos todos los ámbitos de nuestra vida dispone de más campo para cometer sus fechorías. Casi sin darnos cuenta hemos pasado de una vida analógica a otra digital, de la que ya somos esclavos a la vez que inexpertos. No como las nuevas generaciones, que también son esclavas aunque se les presupone un conocimiento que más parece una maldición por el abuso de exposición a un entorno que ha arrebatado nuestra atención de lo que merece la pena de verdad. No se trata de volverse ludita y renegar de la tecnología, que es inevitable y a la que más vale enfrentarse que huir de ella. Pero un sana distancia nunca será tiempo perdido.