Por fin, hay fumata blanca. Pedro Sánchez será investido esta próxima semana presidente del gobierno. Todos los esfuerzos desde la barricada de la derecha para frustar las negociaciones no han logrado su objetivo y ya sólo se agarran al clavo ardiendo de Emiliano García-Page y a la improbable posibilidad de que su frontal rechazo a los acuerdos favorezca una implosión interna que descarrile la investidura. Pese a que el gobierno caducado del CGPJ calificó con indisimulado desdén de “coyuntural” a la nueva mayoría del Congreso, es más grande que la de la pasada legislatura aunque, evocando “el más difícil todavía” del circo, a priori, de gestión más complicada. De alguna manera, todos los protagonistas están encadenados a su suerte, porque la pérdida de cualquiera de las piezas desbarata el entramado. La legislatura que comienza es una oportunidad para abordar el conflicto catalán desde el diálogo y el reconocimiento mutuo, al igual que para Euskadi tiene que ser el tiempo del cumplimiento definitivo del Estatuto de Gernika y el diseño de un nuevo estatus que actualice el autogobierno hacia un futuro que anuncia tiempos muy distintos. Todos son conscientes de que no va a ser fácil con una oposición cada vez más extrema en sus posiciones unionistas y nacionalistas españolas y con influyentes poderes dispuestos a emplearse a fondo para frustar la legislatura.