A la hora en que escribo esto, el mundo contiene la respiración ante la dimensión de la respuesta de Israel al brutal ataque que la semana pasada protagonizaron milicianos de Hamás al otro lado de la franja de Gaza. Quedan pocas horas para que expire el ultimátum a los palestinos con la orden de que huyan no se sabe bien a dónde, sin que exista nadie en la comunidad internacional con autoridad para condicionar una respuesta que puede ser tan desproporcionada como le parezca a Israel. Diálogo, mediación o paz son términos proscritos en este inesperado repunte de un conflicto que ya va para ocho décadas. La ONU, ni está ni se le espera y el derecho internacional en este rincón del mundo se ha convertido en papel mojado. Se impone la elección de bando, con apoyo incondicional a los colores y acrítica ante las violaciones de los derechos humanos. Lo demás, sospechosa equidistancia. A esa posición de parte ha unido su suerte la Unión Europea dando su bendición a Israel para que actúe en Gaza a su antojo. Veremos si no le pasa factura. Todo apunta a que el estado judío aspira a hacerse con una porción de la franja, comprimiendo aún más a los gazatíes en espacio cada vez más pequeño. El porvenir no está escrito, pero ahora mismo la seguridad para Israel parece tan lejana como un futuro de esperanza para el pueblo palestino. La alternativa de los dos estados es la que falta por testar. Mientras tanto, seguirá la guerra.