Un señor de 80 años rodeado de veintitantos jóvenes músicos que rondan los 20 o 25 años. ¿Qué les pasa por la cabeza a esos chicos y chicas que tienen que dar la talla ante uno de los gigantes del jazz de los últimos años? ¿Con qué estado de tensión o de admiración se enfrentan a una velada de estas características? ¿Supone un reto o es un bolo más para los jovencísimos músicos? ¿Cómo habrá sido la interrelación entre ellos durante su tiempo de conocimiento artístico mutuo?
Los jóvenes están acostumbrados a ceñirse a lo que les digan las partituras y la dirección, en este caso de Rubén Gimeno, y normalmente interpretando a clásicos de la clásica. Los músicos de jazz están acostumbrados a, partiendo de una técnica exquisita, dejar que la imaginación y la música con ella vuelen casi sin control. Son algunos de los retos a los que se enfrentaban hoy los 30 músicos con los que hemos disfrutado de un concierto inolvidable.
Era, nada menos, que la novena visita de Kenny Barron al Jazzaldia. Ya tuvo hace tiempo su premio Donostiako Jazzaldia y lo sigue agradeciendo aceptando la propuesta de enfrentarse a desafíos como el de actuar junto a una orquesta de cuerdas de chicos y chicas que están aprendiendo incluso a cómo comportarse sobre un escenario.
Lógicamente, es muy distinto escuchar al trío solo o acompañado de la EGO. Así lo hemos podido confirmar al principio y al final del concierto, cuando el trío ha actuado en solitario. Son dos propuestas radicalmente diferentes. La presencia de las cuerdas en el concierto le ha otorgado un tono mucho más romántico, más relajado, con un aire crepuscular, casi somnoliento.
Sunshower, tema del propio Barron, ha abierto el concierto, dejándonos ya una primera muestra de la limpieza en la ejecución por parte de los tres músicos, con una demostración de calidad interpretativa, el elegante sonido del contrabajo de Kiyoshi Kitagawa y esa manera tan simple y a la vez tan imaginativa del batería Jonathan Blake. Sonido brillante y algunos guiños latinos en la pieza inicial.
Y ha entrado la EGO, 27 músicos que, a partir de ese momento, han ido poco a poco tomando más protagonismo. Han empezado decorando un poco, tímidamente, un viejo tema de Barron titulado Voyage. A partir del tema Lullaby, hemos entrando en esa atmósfera, romántica, con las cuerdas dándole un aire placido, casi decadente. El reto era conseguir verlo como un todo y no como dos activos diferenciados.
Está claro que los arreglos de la orquesta dulcificaban el sonido y han convertido la sesión en algo más asequible de lo que podría ser el trío en solitario. Parece que todos han hecho lo posible para que el resultado haya sido lo más convincente posible. Y lo ha sido.
Magic Dance ha sonado a banda sonora gracias a la orquesta y a su convincente interpretación. El concierto ha transcurrido sereno, sin bruscos cambios estilísticos, acogedor. Ha habido más composiciones de Barron como Clouds o Concentric Circles, con una aportación conmovedora por parte de la EGO, sonando muy equilibrada. Ha dado la sensación de que, aunque las partituras estén ahí inquebrantables, los jóvenes músicos se soltaban, eran más osados, y los chelos, con su grave sonido, conseguían crear un entorno muy placentero.
Los músicos de Barron también se han recreado y de qué manera, Kiyoshi ha hecho diabluras con el contrabajo y qué decir del fornido Jonathan Blake. Los jóvenes músicos les han premiado con su aplauso.
Cook´s Bay ha puesto el foco de nuevo en el gran pianista que es Kenny Barron. Qué demostración de saber hacer. Con esos 80 recién cumplidos, mantiene todas sus virtudes intactas y sigue poniendo muy alto el listón.
Ha agradecido la aportación de la "Basque Country Young Orchestra" y se ha despedido, aunque ha vuelto para ofrecer un bis con un tema de su admirado Thelonius Monk, Shuffle Boil, que ha hecho las delicias del público.
¡Solo le falta venir a por la décima!
