Una semifinal de los Juegos Olímpicos necesita poca presentación: Alemania y España en un lado del cuadro (16:30 horas); Eslovenia y Dinamarca, por el otro (21:30 horas), buscarán este viernes garantizarse una medalla con el pase a la final del domingo con todas las implicaciones que conlleva. Por si fuera poco, la afición del Bidasoa verá en el banquillo el duelo de dos de sus grandes referentes: Alfreð Gíslason y Jordi Ribera.
Quien más reciente tiene su paso por Irun es el segundo. Y no tan reciente: ya han transcurrido 20 años. En la trayectoria de clubes del técnico de Sarrià de Ter (1963) —que lejos de Girona la arrancó cuando tenía 26 años en la extinta Arrate (1989-1992)—, sobresale su periplo en el Gáldar canario. Once años donde dirigió balonmanistas de la talla de Velimir Rajic, Andrei Parashenko, David Carvajal, Ambros Martín, Dani Sarmiento, Oleg Grebnev y Miguel Ángel Zúñiga.
Una etapa de once años... menos dos meses de 1999. El Bidasoa, que sumó contra los rivales de arriba lo que perdía contra los de la zona baja de la tabla, acabó cuarto por la cola la fase regular de la Liga: abocado a jugar la liguilla de permanencia en la que se arrastraban los puntos de la fase anterior. El Cangas partió con 7 puntos; Barakaldo y Altea, con 6. El Bidasoa, con 4.
La directiva de Javier Sesma, recién estrenada en el cargo, decidió tratar de incorporar a Ribera para una misión como mínimo compleja. Muchos creían imposible. El catalán, al que le une una gran relación con el vicepresidente de aquella junta directiva, un exjugador suyo como Zúñiga, aceptó.
Un palco de lujo en Vigo
El primer partido de la liguilla, en casa contra el Altea, no salió bien: empate. Los dos peores de ese mes fatídico descenderán; el segundo promocionará y el primero quedará libre de todo peligro. Los cinco partidos siguientes se saldaron con otras tantas victorias de un Bidasoa que se jugaría la promoción contra el Academia Octavio, que buscaba subir.
El equipo guipuzcoano, en la máxima categoría desde 1977, certificó su objetivo en la cancha del equipo vigués. En aquel palco estaban Sesma y el expresidente Beñardo García, acompañados de una representación de la Real, que jugaría en Balaídos al día siguiente.
“Además de por obligación, he venido por devoción. Soy del Bidasoa y le felicito por mantenerse”, reconoció el entonces presidente, Luis Uranga, que acudió con los consejeros Ollo, Salas y Astiazarán. Su homólogo bidasotarra, Javier Sesma, se sinceraba sobre su entrenador, uno de nuestros dos protagonistas: “Me alegro por Jordi Ribera, le debo la vida. Y me alegro por esta fantástica afición: el camino ha sido complicado, pero entre todos hemos conseguido que el Bidasoa siga donde debe estar”.
De ser despedido del Bidasoa a montar un restaurante… o casi
Terminado el año, el técnico catalán regresó a Gáldar, de donde volvió a Irun con la llamada de José Ángel Sodupe, directivo con Sesma y cuyo relevo cogió en 2002. Fue en la temporada 2003/2004 y la segunda aventura de Ribera en Artaleku fue la antítesis de la primera. Tanto que sopesó abrir un restaurante.
Lo ha comentado varias veces, también en sus frecuentes visitas a Irun, pero en marzo en El Mundo desarrolló lo que supuso su despido de Irun: “Pasé un periodo de luto, me replanteé las cosas, estuve casi un año sin entrenar y pensé en abrir un bar o un restaurante en Girona. Ya había cumplido los 40 años, me atraía la idea de emprender y estuve a un paso de hacerlo”.
La selección de Argentina le llamó, pasó a Brasil con un paréntesis en el Ademar y el resto de la historia, hasta tomar el mando técnico de la sección masculina de la Federación española, con el centro de tecnificación de Sierra Nevada (Granada) como base de operaciones de las futuras generaciones, es de sobra conocida. Este viernes volverá a dirigir a España en un partido con el billete de la final olímpica en liza.
“Vete a Islandia y ficha a Gíslason”
Como Ribera, su rival en el banquillo de enfrente del majestuoso Pierre Mauroy también tiene Irun muy cerca, aunque tampoco estuvo mucho tiempo: dos temporadas, entre 1989 y 1991. Para gran parte de la afición del balonmano el paso del islandés Alfred Gíslason por Artaleku va a asociado a otro nombre: Bogdan Wenta.
Dos jugadores que marcaron la época anterior a la 95-97, la de la Copa de Europa, la Recopa, la segunda Liga y la segunda Copa. Antes que ese torneo del KO, la plantilla de 1991 levantó el trofeo en Alzira.
La llegada de Gíslason a Irun no fue fácil. Juantxo Villarreal lo metió en su radar en el doloroso estreno europeo del Bidasoa. Un club que se las prometía felices en su estreno en competición europea, llegó a semifinales de la máxima competición, hasta que se cruzó con el Tusem Essen alemán: 22-7 en la ida ("pasaron por encima como el caballo de Atila", escribió Iñaki de Mujika).
Enfado monumental de los guipuzcoanos por la alegría y las cervezas que tomaban en el pospartido los locales. Era tradición de camaradería hacerlo fuera cual fuera el resultado.
Como pasaría en los cuartos de final con el Wybrzeze Gdansk de un tal Bogdan Wenta, en la escuadra alemana había un jugador islandés que llamó la atención de Villarreal. Lo quería en su Elgorriaga Bidasoa para un año.
En plenas vacaciones, el presidente Beñardo García activó la maquinaria: llamó al gerente del club, José Antonio Errazquin, y lo envió de Benidorm a Reikiavik: “Vete a Islandia y ficha a Gíslason”.
Con la suerte de que un familiar de Gislason era profesor de español, el acuerdo terminó cristalizando hasta un último obstáculo: pedía firmar por dos años. Por su cuenta y riesgo en una era en la que no había ni WhatsApp ni móviles ni comunicaciones rápidas, Errazquin aceptó. Gislason volaba a Irun.
Primera Copa del Rey
El primera línea fue uno de los faros de aquel Bidasoa que ganó su primera Copa del Rey y que estuvo a punto de ganar la Recopa de 1991. Un trauma de final europea aún hoy conocida como La de Milbertshofen, cuyo vídeo sirvió de ejemplo en la escuela alemana arbitral durante años de lo que era un "mal arbitraje". Fue otra cosa.
Al acabar aquel año Gíslason volvió a su Islandia natal para retirarse en el Akureyri como jugador y empezar su prolífica carrera de entrenador. La que le llevó de vuelta a Alemania: primero, el Hameln, donde tuvo al malogrado Fernando Bolea a sus órdenes entre 1997 y 1999; después, el Magdeburgo que con Stefan Kretzschmar estuvo a punto de quedar eliminado en Artaleku en las semifinales de la Copa EHF de 2001; y tras dos años a caballo entre el Gummersbach y la selección islandesa, el Kiel entre 2008 y 2019: dos Copas de Europa y seis Ligas contemplan la estancia del Mejor Entrenador de la Liga Alemana en seis ocasiones.
Con un pie en la jubilación, recibió la llamada de la selección alemana en 2020. La ultraderecha criticó que un extranjero se hiciera cargo de Die Mannschaft. La mayoría sensata respondió. Fin de la polémica.
Alemania crece
Lejos de las glorias pasadas, Alemania arrancó un camino paciente: en los Juegos de Tokio cayó en cuartos contra Egipto; en el Mundial de 2021 terminó 12º y en el de 2023, 5º; mientras que en los Europeos la evolución le ha llevado a Alemania a pasar del 7º puesto de 2022 al 4º de este año, al caer en casa contra Suecia.
Consciente de que debe preparar desde ya el siguiente ciclo, que concluirá con el Mundial de Alemania de 2027, Gíslason ha tomado decisiones camino a París: la convocatoria para los Juegos le ha reportado un aluvión de críticas. El entorno del seleccionador ya preveía.
El silencio se hizo cuando la apuesta joven del islandés derrotó a Suecia el primer día. Con el triunfo ante la anfitriona Francia, el balonmano masculino teutón sueña con conseguir su cuarta medalla desde la plata Los Ángeles 1984, repetida en Atenas en 2004. En Rio de Janeiro en 2016, el metal fue de bronce.
“Qué pena lo de Beñardo”
Gíslason tiene entre manos este viernes una gran responsabilidad con un equipo al que ha ayudado a llegar a las semifinales de unos Juegos. Un hombre que desde Alemania siente Irun y Gipuzkoa cerca, donde sopesó comprar un caserío en Aia cuando estaba a punto de construir la casa a las afueras de Magdeburgo.
En enero de 2024, instantes después de terminar la rueda de prensa posterior al choque que clasificó a su selección a las semifinales del Europeo, hubo quien desde Irun se acercó a saludarle. Su rápida respuesta, en castellano, fue recordar al recién fallecido presidente de honor del club amarillo: “¡Qué pena lo de Beñardo!”.
Ribera y Gíslason, a través de sus escuadras y sus pizarras, se medirán este viernes. La pena, que solo quedará uno de los dos exbidasotarras. La alegría, que uno de ellos estará en toda una final olímpica.