El joven sale de su celda, franqueando una de las 23 puertas que recorren la galería de la primera planta. "Claro que podéis entrar", saluda afectuoso el recluso. Es mediodía y se respira tranquilidad después del trajín habitual de la mañana. Por un momento solo se escucha el tintineo de llaves del jefe de servicios, que acaba de abrir la puerta. El joven cuenta que va camino de los tres años de prisión preventiva, una medida cautelar de carácter excepcional que, sin embargo, cumplen 60 de los 187 internos de la cárcel de Martutene.

Se trata de una cifra "elevada" teniendo en cuenta que son personas que penan aun antes de que se haya demostrado su culpabilidad. Gipuzkoa, entre otras razones, es un enclave fronterizo, y en muchos casos se trata de evitar el riesgo de fuga de personas que no tienen arraigo ni vinculación familiar, y cuentan con antecedentes penales a sus espaldas.

No se advierte en el joven, pese a todo, una pizca de resquemor. Más bien todo lo contrario. "La Justicia es lenta, qué vamos a hacer. Entré muy mal aquí, y la verdad es que me han ayudado y han hecho un buen trabajo conmigo, pese a todas las limitaciones", dice agradecido. "Por favor, adelante".

El interior del chabolo, como acostumbran a decir en la jerga carcelaria, descubre esa reliquia de la arquitectura penitenciaria que es hoy en día la prisión de Martutene. Junto a unos apuntes de mecánica que el recluso guarda a buen recaudo, hay un televisor encendido, y un equipo de música. "¿No te llama nada la atención?". La pregunta de Marian Moreno, la directora del centro penitenciario, queda por unos segundos suspendida en el aire.

DISEÑO DE OTRA ÉPOCA

Acto seguido, mira hacia la ventana de la celda, situada a más de dos metros de altura. "Es lo que más me impresionó la primera vez que entré. En el propio diseño se advierte el carácter punitivo de la época. Un diseño pensado en que no tuvieran modo de ver el exterior", describe, contrariada, la psicóloga.

Es la dualidad que presenta la prisión de Martutene. Por un lado, sus reducidas instalaciones obligan a ganar espacio prácticamente donde no lo hay, techando parte de los patios exteriores para abrir escuelas o talleres.

Pero ese mismo espacio reducido favorece a su vez algo impensable en cualquier otra cárcel modular del Estado: una relación casi familiar. "Aquí todos nos ponemos cara", reconocen los funcionarios del área de vigilancia. El espacio es tan reducido que ni siquiera es posible separar a reclusos por perfiles, cuando quizá es aconsejable hacerlo con presos primarios "que jamás habían pisado un centro penitenciario".

Para lo bueno y para lo malo, todos conviven en estas viejas instalaciones. Un centro que tiene los días contados. La cárcel de Martutene se inauguró en 1948 tras el cierre de la prisión de Ondarreta. La humedad en esta prisión junto al río hace estragos, y las obras de rehabilitación son constantes. Sus paredes han conocido pinturas "de todos los colores".

En el pasillo principal, cuadrados verdes y naranja pastel salpican de color el fondo blanco, dando una cierta sensación acogedora. En la actualidad predomina en buena parte de las instalaciones el azul y blanco, ofreciendo a la prisión cierto aire txuri-urdin.PERFIL: ENTRE 41 Y 60 AÑOS

La entrega del nuevo centro penitenciario de Zubieta, que contará con las instalaciones más modernas del Estado, está prevista para primavera del año que viene. Seis meses después de que el Gobierno Vasco asumiera la competencia de prisiones, con el objetivo de aplicar la Justicia Restaurativa, NOTICIAS DE GIPUZKOA visita esta cárcel radial, habitada por 187 internos de una población penitenciaria que asciende a 301 personas. La mitad tiene entre 41 y 60 años.

El perfil ha ido variando con el curso de los años. El 35% cumple condena por delitos relacionados con la violencia de género, principalmente, por quebrantar la orden de alejamiento dictada por el juez. El primer programa terapéutico dirigido a este tipo de reclusos se impartió en el año 2000. "Entonces acudían cinco personas, cuando ahora son 30", compara la directora.

El segundo motivo de ingreso en Martutene, en torno al 12% de reclusos, es por delitos contra la Seguridad Vial. Hay además 114 personas en régimen abierto; 84 cuentan con un dispositivo de control telemático y once acuden a comunidades terapéuticas. Son 23 las mujeres condenadas, once de ellas internas.

Es la fotografía que ofrece una población penitenciaria en la que bulle la actividad. "Si hay un lugar donde la gente se estresa, es aquí, en la cárcel", sonríe Moreno, desmontando así el primer prejuicio.

ACTIVIDAD EN UNA CORTA FRANJA HORARIA

Nada de vida contemplativa: Cocina, lavandería, economato, talleres, biblioteca, escuela, gimnasio o peluquería. "Se desarrollan muchas actividades en una franja de tiempo limitada, y hay internos que se ven apurados para llegar a todo ello", desvela.

Sus palabras tienen lugar en el centro neurálgico de la prisión, de la que parten galerías y espacios comunes distribuidos en dos plantas. Seguimos los pasos de una mujer convencida de que el desconocimiento es la antesala del prejuicio. Por eso es partidaria de que se conozca la vida en el interior de la prisión. Un ejercicio de transparencia que comparte con el Gobierno Vasco.

De puertas adentro, todo es más normal de lo que parece. La visita tiene lugar poco después de uno de los momentos sagrados del día: el recuento. Los funcionarios abren las celdas una a una para comprobar que todo está en orden. El ritual comienza a las 8.00 horas. Después de desayunar pueden volver a la celda hasta las 9.00, con la obligación de hacer la cama y limpiar.

En la primera planta, las celdas son de dos personas. En la superior hay hasta cuatro reclusos por habitáculo. "Me niego a que haya más. Hace quince años llegamos a tener 420, seis internos por celda, en tres literas. Eso es una aberración", opina la responsable del centro.

Poco después del segundo recuento del día, este periódico tiene ocasión de visitar la segunda planta. La celda, con capacidad para cuatro personas, es un espacio de unos catorce metros cuadrados, que incorpora ducha. En parte derecha que baldas donde tres internos guardan la ropa. Parecen mantener una buena relación. "Suelen preferir estar cuatro en vez de dos, y respetamos sus preferencias", asegura la directora, siempre que no surjan grupos de presión.

La cárcel se rige por un horario muy francés. Se cena a las 19.00 horas. A las 20.30, después del tercer recuento, se cierran las celdas hasta el día siguiente, coincidiendo con el cambio de guardia. Por cierto, no se apagan las luces a una hora determinada, como ocurre en las películas. "Son ellos quienes pueden pasarse, si quieren, toda la noche leyendo o viendo la tele", señala la psicóloga, aludiendo a otra idea "preconcebida equivocada".