“La mayoría de los adolescentes no son violentos y, de los que agreden, la mayor parte se agreden a sí mismos. Después, a una distancia importante, agreden a los iguales y, en tercer lugar, de forma muy minoritaria, a los adultos: profesores, educadores, padres...”. Pese al impacto que ha causado la serie Adolescencia, en la que un chaval de trece años mata a una compañera de instituto, Luis Miguel Uruñuela, pedagogo experto en adolescentes de la asociación educativa Berriztu, redirige el foco hacia las autolesiones que se realizan los menores y que van “desde cosas tan simples como no tomarse la medicación que está pautada” hasta el suicidio. “Eso es más grave y nos tiene muy preocupados”, reconoce.
De la ficción de Netflix, Uruñuela destaca la escena en la que el policía habla con su hijo y este le explica el significado que tienen algunos emoticonos para los adolescentes y que la víctima había acusado al protagonista de ser un incel, un célibe involuntario. “Refleja muy bien la distancia estratosférica que hay habitualmente entre los padres y madres y sus hijas e hijos aunque convivan en la misma casa y muy de vez en cuando hagan actividades en común. Los adultos no conocemos casi nada del submundo de los adolescentes y es enorme”, advierte. Fruto de ese abismo, los progenitores no dan crédito cuando su hijo es detenido. “Es lo mismo que pasaba hace 40 años con la droga. Te levantabas un día y te decían de sopetón que tu hijo era heroinómano, mientras tu otro hijo estaba en la universidad y era muy responsable. Aquello sí fue una auténtica plaga”, recuerda Uruñuela, para quien ahora “el problema no es solamente de las nuevas tecnologías, es un problema social”.
Por ello, el proyecto de ley aprobado esta semana por el Consejo de Ministros, que eleva a 16 años la edad mínima para acceder a las redes sociales, le parece “bien”, pero insuficiente. “La respuesta debería ser más global. Hay que espabilar y empezar a reaccionar no solo para el tema de las redes sociales, sino también para el tema del bullying, el consumo de drogas cada vez más temprano y otra serie de problemáticas sociales y de salud mental que atañen a los adolescentes”, señala.
Aunque “la situación es grave”, subraya, “nadie le está intentando dar respuesta y, además, se tiran la responsabilidad unos a otros. Se trata de organizarnos como sociedad para dar una respuesta global desde una responsabilidad compartida. Tratándose de adolescentes y niños debe ser una respuesta más de carácter educativo que de otro tipo”, precisa.