Desde que le diagnosticaran Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), Juan Carlos Unzué se ha convertido en un embajador de excepción de esta enfermedad. Con una energía positiva admirable y un discurso emotivo, el que fuera portero de Osasuna y Barcelona, entre otros clubes, además de entrenador, conoce de primera mano las necesidades de las alrededor de 4.000 personas que conviven con esta enfermedad neurodegenerativa y no se cansa de pedir ayuda y recursos para sus compañeros.

Usted hizo pública su enfermedad en junio de 2020, en lo más duro de la pandemia. No sé si, sumergidos en plena ola vírica, la sociedad era consciente de la gravedad de la ELA.

Yo tuve claro siempre que no quería mandar un mensaje de pena, sino de esperanza, de ánimo, a pesar de ser diagnosticado con algo como la ELA. Y en medio de esa pandemia tan terrible que estábamos pasando, el mensaje era que la vida siempre merece la pena, a pesar de todas las limitaciones.

En aquel momento, ¿usted creía que podía estar tres años más tarde en un congreso como este de enfermedades raras?

A mí más que llamarlas enfermedades raras, me gusta decir desconocidas. Pero si algo enseña una enfermedad con este diagnóstico, que acota tanto nuestra esperanza de vida, es a vivir más el presente, en el aquí y en el ahora. A día de hoy no existe el pensamiento de futuro. El mañana ya está lejos. Me centro en disfrutar al máximo del día a día. Me hubiera gustado no tener que hace entrevistas como esta porque la ayuda que pedimos y que necesitamos ya hubiese llegado.

Aprovecha este diagnóstico fatal para reivindicar más recursos. Dicen que atender a un enfermo de ELA puede llegar a costar 6.000 euros al mes.

Sobrellevarla es muy caro. Y desgraciadamente tenemos que seguir haciendo ruido porque las ayudas no llegan. Y hay que seguir concienciando a las personas, y sobre todo a los políticos, para que saquen su parte humana. Porque estamos hablando de vidas y de personas.

Su silla sale del coche automáticamente, la de Jaime Lafita es un maquinón que se baja con una grúa... Me imagino que serán carísimas.

Jaime y yo somos dos privilegiados porque nuestra situación económica no nos va a condicionar la enfermedad. Pero justo lo que estamos reivindicando es que el 95% de nuestros compañeros y compañeras de enfermedad no tienen esta situación y esos recursos de los que nosotros podemos disponer. Hoy he venido con mi coche adaptado, me he podido bajar con ayuda de mi mujer María. Pero hay casos de personas afectadas con ELA que viven en un cuarto piso sin ascensor y no pueden salir de casa. La enfermedad es la misma pero las circunstancias lo cambian todo y estamos perseverando para que esas personas puedan tener una mejor calidad de vida.

¿Qué pretenden conseguir?

Con las ayudas que pedimos, no siento que vamos a alargar nuestra esperanza de vida pero sí aspiro a que podamos tener una vida digna. Ya es bastante sufrimiento sentir y percibir nuestras limitaciones. Por eso no se debe sumar a ese dolor interno el handicap económico.

Pero no todos los enfermos pueden tener su coraje y su actitud positiva. ¿Entiende que algunos quieran tirar la toalla?

Sí claro, pero si uno no tiene unas buenas circunstancias económicas y familiares, se las tenemos que dar. Al final somos personas que hemos cotizado como cualquier otra y queremos que nuestros impuestos se utilicen para ocasiones como esas. Hablamos de personas y de vidas.

Yo venía a este congreso y a esta entrevista con un nudo en el estómago. Pero usted y Jaime no apean la sonrisa de la cara.

Me he sentido en mi vida muy privilegiado por muchas cosas. Pero los momentos difíciles son los que me han hecho crecer. Las dificultades, las derrotas, y las frustraciones me han hecho la persona que soy a día de hoy. Y eso me ha ayudado a llevar la enfermedad como la llevo. Y en mi caso hay una palabra mágica que apareció el día del diagnóstico que es la palabra aceptación. Aceptar que la ELA también iba a formar parte de mi vida.

El riesgo de padecer ELA es aproximadamente de 1 por 400. ¿De verdad nunca se preguntó por qué a usted?

No. Yo nunca me había hecho la pregunta de por qué yo había sido profesional con 19 años y por qué había estado en los mejores equipos durante treinta años. Si no me había hecho la pregunta para las cosas buenas, por qué hacérmela a raíz de este diagnóstico. Aceptar algo que tú no puedes ni controlar ni cambiar que es esta enfermedad, me dio la posibilidad de pensar qué podía hacer con ese diagnóstico. Y ahí se me encendió la bombilla y pensé en darla a conocer y generar un poco de ruido. El ser deportista profesional da mediáticamente mucha proyección para lo bueno y para lo malo y quiero aprovecharla.

La petición a las instituciones es que hace falta más inversión y más solidaridad para dar sostén a la persona diagnosticada de ELA y a su entorno ¿verdad?

Sí porque lo que me he ido encontrando a lo largo del tiempo es la cruda realidad de que el día a día es insufrible para la mayoría. Por eso hablo, y transmito lo que ocurre. Repito, no quiero que sea un mensaje personal. He hablado mucho con otros pacientes y les he preguntado sobre sus necesidades. Por eso son tan importantes congresos como estos y la difusión y la visibilidad que les dais los medios.

Las familias sufren de lleno toda la onda expansiva de la ELA. Usted siempre habla de su mujer María, y de la ayuda que le brinda. La tiene en un altar, pero no veo la hornacina.

(Risas) Es que no hay suficiente altura para ella.