Se echa la noche y emergen de la nada vidas invisibles. Sudan, Chad, Guinea-Conakri, Argelia o Marruecos son tan solo algunos de los países que deambulan a diario por las calles de Donostia. Son todos muy jóvenes. Duermen en los alrededores del estadio de Anoeta.

Facely Doumbouya no tiene buena cara. El chico se rasca los brazos constantemente. Se queja de su costado derecho. Nada sabe de su familia desde que huyó del horror de la guerra en su país natal, Guinea-Conakri. El joven fue capturado y torturado. Al dolor físico provocado por las secuelas de la contienda bélica se añade el padecimiento psicológico, tanto o más tormentoso. Es algo que parece inyectado en sus retinas, en una mirada perdida conforme habla.

“Todos mis compañeros fueron ejecutados, todos están muertos”, dice mostrando con el móvil las fotografías de cada uno de ellos. Las consecuencias de la contienda fueron traumáticas. No sabe el producto con el que le rociaron al hacerle preso de guerra; solo sabe que no tiene tarjeta sanitaria. Su costado derecho es desde entonces una epidermis llagada con un insoportable picor.

Facely Doumbouya, de Guinea Konacri, muestra las secuelas físicas de una guerra en la que fue capturado y torturado. El joven dormía anoche en la zona cubierta del Polideportivo Municipal José Antonio Gasca Iker Azurmendi

El joven se dispone a pasar la noche en la cubierta del Polideportivo Municipal José Antonio Gasca. Es evidente que está mal de salud. Tres de cada diez personas de vida de calle padecen una enfermedad grave o crónica. El 20% ha sido hospitalizado durante el último año.

Son las 22.30 horas de la noche. No ha hecho más que comenzar la recogida simultánea de datos en 23 municipios del País Vasco. En Donostia 80 voluntarios, como Larraitz Olano y el marroquí Younes Essayoufi, se han echado a la calle para trabar contacto con las personas que se encuentran en una situación de exclusión residencial grave. La iniciativa Kale Gorrian, financiada por el Gobierno Vasco, permite poner rostro a personas que de otro modo son invisibles.

El estudio se realiza cada dos años, aunque la intromisión de la pandemia ha provocado que hayan transcurrido cuatro desde la última vez que los voluntarios pisaron la calle. No hay más que dar dos pasos para conocer a jóvenes que no saben qué será de sus vidas. Los primeros en salir al encuentro están en las escaleras de la zona norte del Estadio de Anoeta, cerca de la estación del topo.

La concejala de Acción Social del Ayuntamiento de Donostia, Aitziber San Román, se acerca a ellos, interesada por conocer sus periplos vitales. “La vida en la calle es dura, me conformaría con un espacio de dos metros cuadrados en el que poder dormir tranquilo”. Mohammed Alsaid y su amigo Osman Mohamed responden a todo cuanto se les pregunta sin ninguna objeción.

Mohammed Alsaid, Osman Mohamed y un tercer amigo charlan con la concejala de Acción Social, Aitziber San Román y con el voluntario Younes Essayoufi, que rellena el formulario para realizar el estudio sobre las personas sin hogar. Iker Azurmendi

El formulario que permitirá realizar el estudio es extenso. Lleva su tiempo: cuál es tu situación sanitaria, recursos, relación con entidades sociales, deseos o proyectos de vida. Parecen demasiadas preguntas para personas a las que se acaba de asaltar su intimidad, en una charla en francés que discurre a trompicones. Pese a todo, los chicos no dan muestras de incomodidad.

Más bien al contrario. El deseo de hablar con alguien que se preocupa por ellos, siquiera por unos momentos, parece relegar a un segundo plano el engorroso cuestionario. Son chicos de Chad y Sudan. Van a hacer noche en el estadio de Anoeta junto con otros dos compañeros.

Ni padrón, ni tarjeta sanitaria

Ninguno está empadronado, a pesar de ser el trámite necesario para poder acceder a los recursos más básicos. “Ese es uno de los principales problemas por el cual no tenemos ningún alojamiento”, tercia un joven subsahariano que no quiere saber nada de fotos y que se incorpora a la conversación poco después de tomar las imágenes.

La dignidad no se pierde por vivir en la calle. Es algo que se advierte en pequeños detalles. Alsaid, que ha vivido en Francia, y que hasta nuestra llegada estaba descalzo, se viste las deportivas antes de dejarse retratar. Sobrevive en Donostia desde hace dos semanas. Cuenta sonriente que desde que puso sus pies en Gipuzkoa ha podido comprobar que “hace más calor aquí que en Sudán”.

La charla avanza de madrugada al compás de un viento sur que deja temperaturas impropias de esta época del año. Algo que, inevitablemente, le recuerda a su país. Un calor que en municipios como Mutriku y Hondarribia dispara el mercurio hasta aproximarse casi a los 30 grados. “Solo he conocido el buen tiempo, pero sé que esto es pasajero, y que el otoño y, sobre todo el invierno -enfatiza- vendrán muy duros para quienes vivimos en la calle”.

Su porvenir es una hoja en blanco. Y probablemente escriba en ella en los próximos días que Francia es su próxima estación vital. Este periódico le pregunta si está al tanto de los controles policiales en la muga. Una tragedia que desde comienzos de 2021 se ha cobrado nueve vidas de chicos jóvenes de raza negra como él, fallecidos al tratar de alcanzar el otro lado del río Bidasoa.

“Sí, sé cuál es la situación. Conocemos las prácticas de los gendarmes capaces de cogerte en Irun la única documentación que tienes y romperla delante de ti: ya no tienes papeles, tienes que darte la vuelta. Es algo que nos pasa, y que hemos visto hacer”, denuncia el joven. A Alsaid, que ha vivido en Francia, no le gustan los franceses.

"Los gendarmes en Irun son capaces de cogerte la única documentación que tienes y romperla delante de ti: 'ya no tienes papeles, tienes que darte la vuelta'. Es algo que nos pasa, y que hemos visto hacer"

Mohammed Alsaid - Subsahariano que vive en la calle en Donostia

Osman Mohamed llegó a Irun hace tres meses. Cuenta con el estatuto de refugiado. Desde que marchó de su país no mantiene relación con su familia. Su salud, responde, “está más o menos” está bien. Muestra interés por formarse y asentar su proyecto de vida en Donostia.

No son más que chavales que han huido de países en guerra. Un errático periplo que, en ocasiones, les dificulta saber incluso dónde se encuentran. “Ni me acuerdo dónde dormía. Creo que era Granada o Córdoba, pero aquí se está mejor”, se sincera un joven de Chad. Estos africanos acostumbran a reunirse a mediodía para comer lo que pueden. A partir de ahí, cada uno atiende a sus distintos proyectos vitales.

La juventud sin techo que deambula por las calles

No volverán a verse las caras hasta que caiga la noche. Si hay un nexo común entre todos, es su juventud. Una encuesta del Eustat señalaba la semana pasada el paulatino descenso de edad de la población sin hogar. Es algo que se percibe a pie de calle. Los vagabundos entrados en años de otro tiempo han dado paso a un perfil diferente.

El grupo principal es el de jóvenes de entre 18 y 29 años, con una tendencia más acusada en Euskadi que en el conjunto de las comunidades autónomas. El único que rompe esa media de edad en el barrio donostiarra de Amara es Farid. Este marroquí de 32 años estaba medio dormido sobre un cartón, hasta que el ruido de nuestros pasos le ha desvelado.

La experiencia de vida en la calle le dice que no puede bajar la guardia. “Me han pegado, me han robado la ropa varias veces. No puedo ir todo el día con mi ropa a todos los sitios. La escondo, pero desaparece”, lamenta. A Farid también le gustaría quedarse a vivir en Donostia. No tienen dónde dormir, lo hacen sobre un cartón, pero a pesar de ello siguen resaltando las bondades de la ciudad. Es una constante en los relatos de las personas sin hogar.

"Me han pegado y me han robado la ropa varias veces. No tengo papeles, y sin trabajo no hay nada que hacer"

Farid - Marroquí de 32 años

En su caso lleva dos años durmiendo al raso. “En Alemania compartía piso con otras tres personas. Ahora, si pudiera elegir, me gustaría tener una habitación para mí. La convivencia es difícil. Cuando uno no está borracho, el otro está drogado; siempre surgen conflictos”, señala rememorando lo que ha vivido.

A Farid le preguntan por el motivo de vivir en la calle. Él gesticula con sus manos, dando a entender que la respuesta es una obviedad. “No tengo papeles, y sin trabajo no hay nada que hacer”. El marroquí lleva cinco meses en Donostia, ciudad que ya conoció en 2018. No tiene recursos económicos de ningún tipo, solo “hay quien me ayuda para tomar algún café”.

Reconoce que pasa casi todo el día solo. La conversación se interrumpe con cada acceso de tos. Por las noches le cuesta respirar. Farid ha sido usuario ocasional de recursos municipales como el centro de acogida Abegi Etxea para personas sin hogar. Ahora vive al margen de ayudas. Tampoco acude a la Asociación Jatorkin-Al-Nahda, que trabaja en favor de la integración del colectivo inmigrante magrebí. Su vida discurre aparte. Reconoce que acude al centro de salud mental de Egia.

La concejala San Román charla con él. Le pregunta sobre sus deseos en la vida. Farid no se lo piensa dos veces: “Necesito ayuda, un lugar para ducharme en el que no me roben. Un lugar en el que poder dormir tranquilo”. Dicho esto, vuelve a echarse sobre el cartón. Los voluntarios continúan charlando con otros sin techo, como los dos chicos argelinos que acaban de acomodarse sobre dos colchones a la altura de la puerta 19 del Estadio de Anoeta. Son las 00.30 horas y continúan aflorando decenas de vidas invisibles.