Hoy me siento muy contento. Ojo, esto no significa que antes no lo estuviera porque, tranquila, mamá, el trato que nos está dispensando todo el mundo de la organización es impresionante (sobre todo la Real, las cosas como son) y mis cuatro colegas compañeros de viaje son tan profesionales y también disfrutones como yo (periodistas buenos y de verdad, no hemos perdido la esperanza aún). En mi cuarto día y, a pesar de que había insinuado el problema a mis amigos, he conseguido descubrir cómo funciona la ducha.

No piensen que soy un guarro, porque ya les imagino relacionándolo con el abrasador calor, la sofocante humedad y la consiguiente constante explosión sudorosa, pero no soy nada dudoso de eso. Cero. Soy un hombre de mundo y los del hotel han tenido a bien colocar una palangana en la que podrían poner una pegatina que rezase “Para occidentales cortitos”, y me he lavado a la vieja usanza llenándola y vaciándola sobre mi cabeza y mi cuerpo. Seguro que muchos estarán pensando que “éste es lerdo”, pero, cuidado, en realidad resulta obligatorio estudiar dos carreras universitarias para pillarlo a la primera. 

Les explico, hay como una especie de balda que si la bajas, te limpia los pies y, esto es lo que no procesaba mi cabeza; si la subes, puedes abrir la alcachofa en el caso de que acciones un botón que hay en la misma. Sospecho que las trabajadoras me estaban mandando señales por solidaridad y ternura y en alguna ocasión la dejaban preparada para dar solo ese último paso que me había permitido quitarme el jabón en lugar de insistir con la maldita palangana. Imagínense cuál era mi subidón cuando se activaba de manera inesperada y cuál era mi decepción cuando, por mucho que insistiera con el botón, no salía nada de la alcachofa. Una más para mi kit de supervivencia en Japón

El tema de la ducha me hace recordar a un viaje que hice a Bali con mi cuadrilla y en el que el cable de la ducha de mi habitación era de solo un metro o aún menos. Esto me obligaba a tener que lavarme completamente agachado, a pesar de que yo tampoco es que sea Sabonis o el gigante que nos encontramos jugando al billar por la noche que le confirmó a Beñat Barreto que era un escolta del equipo de Nagasaki. Imagínense cómo era la situación de incómoda y comprometida, que mi mejor amigo de toda la vida entró sin llamar en mi habitación y, al encontrarme en la ducha agachado, no pudo evitar decir “perdón” y salir de la misma despavorido sin mirar atrás después de observar una imagen que, imagino, le atormentará el resto de su vida.

Los japoneses son muy cabezas cuadradas con una diferencia a la de otros pueblos similares, que no se toman a mal nada. No se enfadan si no haces las cosas como a ellos les gusta y, pueden creerme, para la mayoría de las cosas son muy especiales. Como por ejemplo, el traductor de la expedición, un tipo muy majo, parece recién salido de la universidad y, sin embargo, los taxistas parecen todos jubilados. Luego ya cada uno tiene su particular toc.

Hace dos días uno de ellos perdió dos años de vida porque osé intentar bajarme a menos de un metro de donde pretendía detenerse y ayer otro activó dos veces el DRS al pensar que iba en un Fórmula 1 para adelantar a varios coches cambiándose continuamente de carril. Eran las nueve de la mañana. Tampoco necesitábamos jugarnos la existencia para acudir a Don Quijote, una especie de bazar chino a lo bestia, que, al parecer, tiene franquicias por todo el país. A lo que les vengo contando de que no tengo ni idea de lo que me meto a la boca, añado que tampoco me entero de los regalos que le he comprado a mi hija. 

Pedir ayuda

Algún despistado se preguntará por qué no pido ayuda. Iluso de mí, ayer volví a hacerlo y me he dado cuenta de que los que no te entienden absolutamente nada cuentan con un avanzado y desarrollado mecanismo de defensa que consiste en hacer como si te entendieran mientras repiten lo mismo que dices.

Pueden visualizar la situación, porque al final termina siendo delirante y es imposible contener la risa como respuesta a su imborrable y hechicera sonrisa que provoca que nunca se salgan de sus casillas. Para colmo, una señora mayor con pinta de la bruja del cuento de Blancanieves nos dijo en la caja que si no presentábamos físicamente el pasaporte nos cobraba las tasas. ¿A ver, disculpe y con perdón, casi somos los únicos occidentales de toda la ciudad y no le vale una foto del documento? ¿Alguien se puede creer que no tenemos pasaporte en el hotel?

Cosas de Japón, como que a un taxista te pasas cinco minutos para explicarle que vamos al hotel del estadio, algo que no parece demasiado complicado de comprender y al siguiente Cuezva se esmera en explicárselo de salida diciéndole “el estadio, goool” y le mira con cara de “¿pero tú, extranjero, te crees que soy gilipollas?”. Teggible. Como para que hubiese venido Imanol aquí en lugar de a Arabia.

Campo moderno

Menos mal que el precioso y moderno campo de fútbol, que no tiene un año de vida y que permanece abierto por lo que por sus gradas camina a todas horas gente muy extraña, se llama Peace Stadium, porque, vista la furibunda reacción del sector más histérico del club en las redes sociales a la comparecencia ante los medios de Sergio Francisco, quizá había que llamarlo de otra manera más beligerante.

Y que conste que no es precisamente una tierra para hacer bromas con el tema de la guerra, sobre todo después del mal cuerpo que se nos quedó ayer a todos al visitar el Museo de la Bomba Atómica. En la Real parece que no hay paz ni cuando se hace borrón y cuenta nueva y llega un entrenador que, en una tierra en la que no te entiendes con casi nadie y siendo conscientes de que eso me puede llevar a sentir una especie síndrome de Estocolmo, habló de lo que podía con claridad de todos los temas, no esquivó ninguno y trazó con nitidez su hoja de ruta para triunfar en su querida Real.

Mientras no solucionemos ese problema de agonía y pesimismo, es mejor no soñar en grande porque esto no lo va a arreglar ningún fichaje. Ni dos, ni tres, siempre habrá motivos para sacarles punta y ponerles en evidencia aunque no les hayamos visto ni tocar el balón. Y esto sí que es inquietante. En nuestra tierra o en cualquier otro planeta. Aquí seguro que nadie entendería esa negatividad o se la tomarían de otra manera con esa sonrisa perenne. Cosas de otro mundo. Del planeta Jabón...