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Ver al rey paseando por un espacio único como Chillida Leku me recordó a la noche en la que, casual y circunstancialmente, me encontraba en un céntrico pub de Madrid junto a mis compañeros de redacción. Como buen vasco, yo estaba fuera de la pequeña pista de baile apoyado con mi codo en una estantería en la que depositaban sus consumiciones alcohólicas mis acompañantes, situada al lado de los servicios, hasta el punto de que teníamos que apartarnos para dejar entrar a los necesitados. Cuál fue mi sorpresa cuando de repente pasó a mi lado un gigante que llamó mi atención por su altura hasta que comprobé quién era mientras mi cuello casi hacía el giro completo al estilo la niña del exorcista. Tenía detrás de mí al reputado Fermín de la Calle, que había asistido a toda la escena de frente y recuerdo que me dijo: “Sí, es él. Pero no te acerques porque el séquito que viene detrás está compuesto por amigos y secretas”. No en vano, minutos después, una mujer se acercó sin haber hecho nada (al menos aún no y no desmiento que lo estuviésemos planeando) y nos comentó que por favor respetáramos a Felipe porque estaba disfrutando de sus horas libres con sus coleguitas.

Si ya la situación tiene su miga de por sí, lo mejor no fue eso. En los momentos previos, en el bar estaba el típico borracho de los que incluso te llegan a llamar la atención por su estado bastante deplorable (respeto máximo, al menos siempre por mi parte). Al haber consumido más de la cuenta, le entraron ganas de acudir al servicio y, como ya he comentado, nos tuvimos que abrir para que pudiera acceder sin problemas. Si yo lo recuerdo a la perfección tantos años después, el que seguro no lo olvidará hasta el día de su juicio final fue el propio borracho, quien de repente se topó con que en el meadero de al lado, a quien me imagino saludándole así casi como sin mirarle, estaba miccionando el mismísimo rey. Nosotros lo vimos a la perfección porque, además de encontrarnos en primera línea, había un guardaespaldas que dejaba la puerta entreabierta para controlarlo todo a su alrededor. En otra dimensión, tengo a un amigo (lo típico) que le pasó lo mismo bien entrada la noche en unos carnavales disfrazado de Spiderman gordo con el bonachón de Finnbogason, que no marcaba goles, bueno, como los delanteros de ahora, pero que era un fenómeno como persona y se echó unas buenas risas.

La clásica postal de estar en el momento justo y en el lugar indicado. La mejor receta de éxito para cualquier canterano. Algunos son tan buenos que ni lo necesitan, pero otros insisten hasta encontrar su oportunidad cuando incluso ya nadie contaba con que lo lograrían. Muchos lo olvidan, pero a mí Jon Mikel Aramburu me recuerda sobremanera a Aritz Elustondo. Ahora que parecen que vienen mal dadas para el beasaindarra me gustaría romper una lanza en su favor. Un futbolista hecho a sí mismo, del que te dicen en juveniles que iba a ser el único de su generación en triunfar en el primer equipo y te apuestas hasta las llaves de tu coche en la cafetería de cualquier campo guipuzcoano en el que le estabas viendo jugar. Con un corazón txuri-urdin indomable y un afán de superación envidiable para reciclarse y valer en el puesto que le necesite el equipo. Además de una fe inquebrantable cuando sube a rematar jugadas de estrategia con su alma de delantero y un colmillo más retorcido en el área rival que alguno de los 9 con los que contamos ahora.

Aramburu no apareció por casualidad en el momento justo y en el lugar indicado. Se ha pasado toda su vida peleando y empujando al que se le cruzase, como repetía el lunes ante la nueva estrella emergente mundial, para triunfar en el club de sus amores. Uno de esos defensas pesimistas, como definió de forma genial Ancelotti a Nacho, porque siempre piensa que algo puede pasar y por eso está concentrado los 90 minutos, y un futbolista que juega donde le digan porque solo quiere estar en el campo y no le tiene miedo a nada.

En un equipo debe haber de todo y no todos los futbolistas pueden poseer la clase y la categoría de un Zamora. Un mito valencianista como Kempes desveló una anécdota excepcional, de esas que ahora parece prohibido contar, en una visita ché a Donostia: “Fuimos a Atocha y el entrenador nos dijo que le teníamos que marcar a Zamora. Todos nos quedamos callados. La Real era un equipo que te pasaba por encima aunque hicieras uno o dos marcajes individuales, pero salió Ricardo Arias y se ofreció: Profe, yo me encargo, no se preocupe. ¿Saben cuál es su apodo hasta el día de hoy? Zamora. Le dio un baile de esos sin música, pero baile, baile, baile. Incluso en el móvil en su contacto no le tengo como Arias, sino como Zamora”.

Mientras paseaba ayer bajo un cielo gris plomizo, vi en uno de los laterales de la Torre de Atocha que da a Duque de Mandas una bandera solitaria, mal atada, huérfana de fútbol, como con ganas de volar... Y me dio pena. Primero porque sentí nostalgia del vetusto estadio y, segundo, porque me pareció una certera metáfora del momento actual de la Real. Entiendo a Imanol cuando repite con insistencia el logro histórico de alcanzar la quinta clasificación europea, pero admito que, aunque estoy en el carro de los que valoran hasta la Conference por los grandes momentos vividos, no suena demasiado convincente. Al epílogo de una temporada inolvidable por el dulce recuerdo de Champions y el dolor del desenlace de toda una semifinal de Copa de Copa le está faltando felicidad. La gente txuri-urdin no sonríe, no disfruta. Hasta parece tener ganas de que acabe la campaña cuanto antes para iniciar un nuevo relato con caras nuevas y un folio en blanco. Y, aunque pocas veces ha estado tan unida, conectada y por momentos rendida al proyecto liderado por encima de cualquier otro por Imanol, el sinsabor de tantos domingos sin alegrías en nuestra guarida nos ha acabado pasando la consiguiente factura a todos. Al equipo, que ha perdido magia y gracia, y a la grada, que estaba convencida de celebrar y ha acabado por sufrir un coitus interruptus. Lo cual dice mucho de las expectativas que tenían puestas en esta plantilla. 

Todavía se encuentra a tiempo de saldar deudas y devolver sonrisas y alegrías. Mientras buscamos otro Zamora en forma de goleador heroico que nos meta en Europa (el concurso de la búsqueda del nuevo rey sigue abierto), siempre nos quedará el orgullo de ver triunfar a un potrillo del Sanse al que no le va a quitar la txuri-urdin nadie en la próxima década. Como les pasó al talentoso 10 de nuestra historia y al intrépido Aritz. Pasado, presente y futuro. Necesitamos celebrar. Abrazar, saltar, gritar y festejar. Dale gas, Real. ¡A por ellos!

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