No ha sido una semana sencilla. Más bien todo lo contrario, ha sido muy dura. El Mallorca rompió en mil pedazos nuestro sueño copero y después del penalti de Darder pasada la medianoche de un martes de febrero sólo quedó la oscuridad, el silencio y el llanto. Reconozco que yo volví a sufrir sensaciones que creía ya olvidadas y superadas. Tras ganar el título en Sevilla constaté que no lo viví con la misma pasión con la que festejé la de 1987, por lo tanto quise creer que también sabría controlar mucho mejor mi disgusto y mi frustración en caso de varapalo de categoría superior. Es decir, de lo malo lo peor, de lo peor lo superior. Y este lo fue. Reviví una impotencia casi infantil que me provocó que a las cuatro de la mañana siguiera despierto después de llevar dos horas en la cama sin el más mínimo bostezo. Los ojos abiertos como dos luceros. Y varios días hundido y hasta instalado en un agujero negro fruto del desencanto por lo que pudo haber sido y no fue.

Desde que Illarramendi alzó la Copa al cielo de la capital hispalense, en el realismo circula una corriente medio en broma medio en serio de que ese título es para siempre y hay que evitar a toda costa enfrentarse al eterno rival para no perder la vitola de que cuando nos jugamos la final el triunfo cayó para siempre de nuestro lado. Lo que empezó entre risas para muchos se disipó pronto cuando comprobamos que teníamos de nuevo la gloria muy cerca y que, a pesar de que los vecinos parecen ir a otra velocidad, la Real con todo su elenco de figuras tenía muchas opciones de volver a ganar. Ya nunca lo podremos saber.

Y me da pena el drama sobre todo de los que nunca han disfrutado de la experiencia de una final. Un evento de este calibre, un verdadero crisol de sensaciones y emociones que lo recuerdas para toda la vida. Descubres a gente que no olvidarás jamás porque, lógicamente, no son los mismos que se sientan a tu lado en Anoeta y, aunque no les conozcas de nada y por muy guipuzcoanos que seamos, acabas abrazado a ellos tanto en la salud como en la enfermedad durante el encuentro y al término del mismo. Es un momento único en la vida. De ahí la faena que supuso no jugar la final para siempre con las aficiones en la grada.

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La Real se entrena al máximo en vísperas del crucial partido ante el PSG Ruben Plaza

Y sobre todo los niños. Sufro con y por ellos. Tengo una compañera que tiene un niño txiki y como era tarde el partido (un horario infame) sólo le dejaron ver unos pocos minutos. A primera hora de la mañana, su aita acudió resignado al matadero para contarle la mala noticia de que la Real había caído. Los gritos se escucharon desde varios pisos. Se pasó media hora sin salir de su habitación, como Imanol cuando era txiki o yo mismo cuando la Real cayó en Hamburgo y no había Dios que me consolara en casa. La verdad es que debe ser cierto que el paso del tiempo consume muchísimo en el fútbol, un deporte en el que se respira tanta tensión e impaciencia que eres tan bueno como lo que has hecho el pasado fin de semana. Y un técnico de la casa, aunque nuestro Imanol transmita mucho, cansa o aburre más pronto que el de fuera. Somos todos así. A algunos hasta les molestó la entrañable anécdota que contó el oriotarra al llegar a casa (lo que tiene que sufrir esa familia, con lo buena gente que son todos). A mí me encantó: “Mi hijo me dice que aunque un día me vaya, cuando me enfrente a la Real, él va a querer que gane la Real”. A mí me pareció una declaración de amor incondicional a unos colores tan original como sublime.

Aunque muchos parecen perder la fe en el técnico que nos mantiene luchando por la cuarta plaza general de una clasificación de los últimos cinco años y que, a pesar del mazazo de la Copa y con sus fallos, que los ha tenido, los tiene y los tendrá, yo creo que la gran mayoría seguimos creyendo que es el mejor entrenador para este equipo. Y lo pensamos mientras el Liverpool y el Bayern se pelean por nuestro exentrenador del filial (que por cierto puede hacer doblete con un equipo que nunca ganó la liga) al considerar que, aunque en el club no pensaban igual, Imanol es nuestro elegido. “Con esta plantilla, esta estructura de club y la capacidad económica de fichajes cualquiera hubiera hecho más que él”, me dijo un colega hace poco. No se lo tengan en cuenta, tiene que haber de todo en la viña del señor. Y de paso me alegro mucho por Xabi Alonso, cuya trayectoria sólo es una crónica de un éxito seguro anunciado.

Eso sí, pasó bastante inadvertido, pero al contar lo que le dijo su hijo y quién sabe si queriendo o no, Imanol se refirió por primera vez a la posibilidad de que él ya no esté aquí. Y me preocupa, porque me consta que no es sencillo trabajar con un Olabe que tiene cosas muy buenas pero la convivencia con él desgasta mucho.

Voy a ser completamente sincero, no les pienso vender ninguna moto respecto al partido de esta noche. Hay que mantener los pies en el suelo y ser conscientes de la dificultad del reto por la talla del rival y porque a los nuestros, sea por lo motivos que sea, no se les dan bien las eliminatorias europeas y las remontadas. Pero a lo que iba. Mi realidad: este equipo lo tiene todo para firmar una gesta histórica y voltear el 2-0 con el que viajan Mbappé y compañía. La noche de los sueños rotos debe servir para unirnos más y empujarnos hacia una hazaña que daría la vuelta al mundo. No sería la primera vez que nuestra Real se convierte en noticia planetaria. Torres bastantes más altas han caído en Donostia. Y ni ellos son tan fieros como se pintan ni nosotros estamos tan mal como nos gusta flagelarnos.

A este proyecto lo que le falta es una epopeya legendaria que pase a los anales de la historia y nos permita regresar a casa tan hinchados que cueste entrar por la puerta. Nos lo merecemos. El equipo, Imanol, la afición y tú y yo. Quiero creer y creo porque hay argumentos suficientes para hacerlo. En el fútbol de repente un día se alinean los planetas y nuestros delanteros empiezan a marcar goles. Hacedlo por nosotros, pero sobre todo por todos los niños que lloraron de rabia e impotencia el martes. Nos gusta estar en vuestras manos. ¡A por ellos!