No son buenos tiempos para el transporte público, sobre todo los días en los que juega la Real. La polémica sin duda merece varios capítulos aparte, porque el sábado los únicos conatos de enfrentamientos y peleas se dieron entre los usuarios que regresaban a sus casas enloquecidos y agrandados tras el 3-0. Puedo decir que fui testigo de una de las mayores y más divertidas demostraciones de euforia que se vivieron en una noche ya inolvidable. Sucedió en el topo que lleva a Hendaia pasada la medianoche. Llegué con unos minutos de sobra y empecé a esperar pegado a la pared. En pocos instantes el andén se llenó de hinchas que se encontraban tan felices como yo y lo querían demostrar y no tardó en convertirse en una réplica bastante más imprevista, improvisada, desorganizada y sonora que la grada Zabaleta, dados los evidentes litros que habían consumido antes y después de la paliza al eterno rival. En los momentos previos a entrar en el tren tenía gracia y estábamos todos con ganas de participar en los cánticos, hasta el instante en el que aparecieron los vagones y ahí ya fue un sálvese quien pueda en el que, aunque parecía imposible, algunos acreditaron una destreza increíble a la hora de aguantar el vino y el kalimotxo que tenían en la mano y que amenazaba con pringar a todos los que estábamos como sardinas enlatadas sin derramar una sola gota. Sin apenas aire, asfixiados, agobiados, pero felices, el vagón entero entonó un gran repertorio antes de que cada parada se viviera como una jugada de peligro y cada salida de los presentes por la puerta se celebrara casi como si fuera otro gol a Unai Simón. Cuando logré bajar, noté el lógico alivio, pero lo cierto es que, en el fondo, me sentí un privilegiado por haber vivido y disfrutado de un momento así entre tanta gente tan contenta. Y encima de los nuestros, tan exultantes como yo con el resultado. Esto sí que es fútbol.
Al día siguiente, resacoso de tanta exaltación, aunque poco de celebración porque me acosté a las 2, me costó dormir y a las 7.30 ya me habían levantado de la cama y me había puesto a escribir (la dura vida del periodista), cuando iba bajando en autobús hacia el Centro escuché una conversación entre una madre y su hija, de unos 12 años. No sé qué deporte practicaba, pero la primera le tranquilizaba sin dar importancia al equipo en el que solía entrenar, ya que, al parecer, solía hacerlo con dos en función de la semana o del motivo que fuese. La amatxo le restaba importancia al hecho de que le pudieran bajar su estatus en algunas ocasiones para entrenar con un conjunto B, pero la respuesta de su hija fue contundente: “Yo lo que quiero es ganar”.
Me recordó al mensaje de Luis Enrique cuando se puso a jugar a ser influencer en el Mundial en un invento que pasará y será recordado en la historia de su fracaso: “Cojan entrenadores que solo quieran formar. Y formar significa que los niños tienen que jugar en esas edades en distintas posiciones. No especializar a un niño. Que prueben hasta de portero. Y, sobre todo, que jueguen todos”. No todo es ganar. No nos acostumbremos mal. El asturiano siempre ha sido una persona complicada de carácter, pero jamás le ha faltado inteligencia, lo que le ha permitido dejar reflexiones más que interesantes, salvo para los cenizos madridistas que no eran capaces de ver más allá del despecho por el puente aéreo que protagonizó para defender la azulgrana.
Salzburgo es precioso. Merece mucho la pena visitarla, en cualquier época del año. Créanme, en mi casa son auténticos devotos de Sonrisas y Lágrimas y, por supuesto, huelga decir que del guapo Capitán Von Trapp, hombre de hierro con un corazón gigante. De los que me gustan. En lo que no cabe duda de que soy un auténtico privilegiado es en poder desempeñar mi trabajo siguiendo y viajando con la Real, la gran pasión de mi vida. Por eso me da un poco de pena regresar a un mismo destino europeo solo cinco años después. En realidad es una señal muy buena, porque significa que el equipo txuri-urdin se ha convertido en un habitual de las competiciones continentales, lo que provoca que, quiera o no, va a repetir destinos porque casi siempre están los mismos, o sea los mejores.
La eliminatoria contra el Salzburgo nos permite mirar atrás y valorar lo mucho que hemos cambiado. Lo suelo recordar a menudo, cuando todavía Imanol no nos había curado el espantoso trauma que arrastramos durante décadas en la Copa, un periodista miembro de la Generación Perdida se mofó de mis ilusiones al llegar a Anoeta antes del primer KO ante el Betis (aquel 2-2 en Anoeta). “Qué, ¿preparado para tu decepción anual en la Copa?”. Después se quedó sin palabras de agradecimiento para mi trabajo de pico y pala durante muchos años en la oscuridad.
Aquella eliminatoria ante el Salzburgo siguió un proceso bastante perecido. Hay que partir de la base de que se trataba de la obra de Eusebio, que nos había encandilado con su juego el curso anterior por el espectáculo y por los resultados. Se puede decir que con él empezó a cambiar casi todo (no hay que olvidar que después dieron un golpe de timón inesperado con Asier Garitano cuando la continuidad casi obligatoria era confiar a muerte en Imanol). Se habla mucho, porque siempre fue sencillo darle palos a Arrasate, de su famosa frase de que la Champions era para disfrutar, pero yo creo que el año en el que de verdad pecamos de poco competitivos y de verlas venir fue en esta edición de la Europa League porque contábamos con un buen equipo que, poco a poco, se nos fue desmoronando hasta que tuvo que regresar el druida salvador de la casa. Tampoco tuvimos suerte con las lesiones en esos meses, pero era un duelo exigente aunque al alcance de la mano de aquella Real. Todavía me acuerdo como si fuera ayer de la jugada del 2-2 en Anoeta, que ha sido uno de los goles en contra que más me han dolido de la última década. En la vuelta, con un frío inaguantable hasta el punto de que casi no podíamos escribir al tener los dedos congelados, los blanquiazules jamás creyeron en sus posibilidades y sucumbieron por un todavía doloroso 2-1.
Ahora bien, imagino la posible satisfacción de los austríacos cuando se enteraron de que regresan a Donostia. Pero ya lo dijo Olabe, ya no vamos de turismo, la Real se siente capaz de competir y de vencer al que sea, como hace en la Liga. El proyecto no tiene nada que ver con aquel equipo decadente y en evidente vía de destrucción al que le faltó calidad, experiencia, convicción y competitividad para eliminar a un Salzburgo cuya planificación no difiere en exceso a la de la Real al apostar siempre por el talento joven. Ha llegado el momento de dar un golpe en la mesa, de intentar vengar una afrenta que nos dolió hasta el punto de que los más de mil realzales nos fuimos directos al hotel sin recurrir a la típica pócima que lo cura todo. Ahora la Real viaja por Europa con el colmillo retorcido, sin complejos y con la firme convicción de que puede optar a clasificarse para los cruces de la Champions por encima incluso de regresar a la Europa League, un caramelo que seguro que seduce más hasta a su anfitrión, que lidera el grupo de forma inesperada tras la primera jornada.
Como decía la niña, queremos ganar, recuperar los puntos que se nos escaparon ante el Inter (yo no entiendo a los que me dicen que salieron del campo entusiasmados por los extraordinarios 75 minutos porque yo me fui fumando en pipa y aunque luego me sintiera orgulloso, el 1-1 nos obliga a empezar casi de cero) y aspirar a todo. Ganar como sea y si luego hace falta escaparnos por las montañas sin que nos vean, como los Van Trapp, lo haremos también (mejor en octubre que en febrero, como en la anterior visita). Pero si no lo conseguimos, después de tanta felicidad y euforia que nos han proporcionado en este último lustro, que sepan que también lo daremos por bueno. Quién iba a imaginar que nos iban a regalar tantos éxitos y orgullo cuando caímos aquella noche en Salzburgo. Que nos íbamos a identificar tanto con esta apuesta como no hicimos en 2018 cuando nos presentamos resignados a pesar de lo mucho que nos hicieron disfrutar. Esto es otra historia. Siempre lo digo, siempre contigo. Gora Real. ¡A por ellos!