Este verano leí una entrevista a Savio Bortolini en la que le preguntaban si creía que había sido un futbolista infravalorado. Su respuesta me revolvió bastantes recuerdos en mi interior: “¿La verdad? No lo sé. Ya me preguntaron otras veces, no esperaba nunca el reconocimiento, yo quería hacer mi trabajo, mi juego, me divertía jugando al fútbol, y lo mejor, sentía que la gente se divertía también, pero siempre antes pensando en el club, en el equipo, en ganar títulos. Algunas cosas siempre quedan, yo tuve el reconocimiento del Maracaná con la inmensa afición del Flamengo; del Santiago Bernabéu, que siempre estuvo conmigo apoyando; en mi último partido con el Real Zaragoza yo di una vuelta olímpica en La Romareda con toda la afición de pie aplaudiendo; en Anoeta, después de fallar un penalti en un partido muy importante que nos costó prácticamente el descenso, la afición me aplaudió y reconoció lo que intenté hacer por el club”. El penalti, paso página. Prefiero quedarme con la figura del jugador. ¡Qué futbolista! Como ya consiguiera Mark González el curso anterior, él solo casi logra salvar a un equipo moribundo que perdió la categoría 40 años después con total merecimiento y abochornando a su gente que llevaba años yendo al estadio como quien camina hacia el matadero. Con parecida ilusión.

Puede que en Brasil estuviera infravalorado, pero entre la afición txuri-urdin les aseguro que no, porque entre varias maravillas hizo todo lo que estuvo en su mano por salvar a la Real. Sí, falló el penalti, pero fue el que asumió la responsabilidad de un conjunto sin alma en el que faltaba por lesión Xabi Prieto, su máximo especialista. El caso es que todo el cariño que se ganó el brasileño en el campo, con gente sin parar de llorar esperándole a la salida del campo, lo borró de un plumazo cuando firmó por el Levante, mientras el muerto aún respiraba en el campo de Mestalla de la misma ciudad donde se consumó la desgracia del descenso. Luego llegaron sus lágrimas de cocodrilo en la sala de prensa de Zubieta que a mí, que no podía con mi disgusto, me dieron más vergüenza que pena.

Lo rescato porque es por culpa de este tipo de jugadores y de actos por el que muchas veces pagan justos por pecadores. La noticia corrió como un reguero de pólvora cuando faltaba una hora para el inicio de la Liga. Mikel Merino, fuera de la convocatoria. Carnaza para los más agoreros e histéricos. Mientras estaba con mis amigos fuera del estadio, se me acercaron conocidos y desconocidos para preguntarme a ver qué pasaba con el navarro. El club no tardó en comunicar que su baja se debía a “unas molestias en el sóleo” (incluso se había probado sin buenas sensaciones la víspera y cuando la lesión no es severa, como por ejemplo la de Olasagasti, no emiten parte médico). Como mi teléfono también comenzó a echar humo, hubo un instante en el que pasé de contestar “está tocado” a bromear con el “está viajando en un jet privado a Turín”.

Luego Imanol cometió el pequeño error de aventurar el regreso del 8 para el duelo del Celta y, como no se reincorporaba al trabajo, los más agonías (yo a veces también lo soy) hilvanaron todo tipo de conspiraciones. Hasta el punto de que, como es mi trabajo, le llamé a su agente para interesarme sobre si estaba todo bien y, en un tono de confianza, me echó una bronca por preguntar “tonterías” del nivel que sólo se las recuerdo a mi aita (bueno, quizá alguna de Aperribay o de Olabe). Los más escépticos fueron aún más allá y, osados ellos, se atrevieron a lanzar preguntas al aire: “Un futbolista que ha jugado con todo tipo de lesiones, ¿se va a quedar fuera por unas molestias en el sóleo? Algo raro pasa”.

Para explicarme, prefiero recuperar unas declaraciones de Remiro en la temporada 2021-22: “Mikel tiene una brecha en la ceja, el hueso de una mano roto y otro en el pie, se tiene que pinchar cada vez que juega y da igual que no entrene. Prefiere romperse a no jugar. Es el ejemplo del compromiso”.

Soy de los que prefiere darle la vuelta a la maliciosa pregunta: ¿Cómo va a forzar su supuesta salida de malas formas y borrándose de dos partidos de Liga un futbolista que ha jugado cantidad de partidos infiltrado porque no podía ni ponerse la bota? Un héroe, que firmó con un pase ya inmortal en la acción clave de una final que otros muchos profesionales no la hubiesen disputado por los fuertes dolores que tenía en la espalda (a los cinco minutos encima se pegó una trompada dramática). Un jabato al que hubo que prohibirle que disputase la vuelta en Anoeta ante el Leipzig después de vivir cuatro días momentos de mucha tensión y preocupación en el vestuario de San Mamés al ser el segundo traumatismo craneoencefálico que sufría en muy poco tiempo.

Yo entiendo que el miedo es libre y que la Real cuenta con jugadores muy buenos que le hacen estar expuesta ante cualquier OPA de un club gigante. Es más, soy de la opinión de que, como sucedía con Savio, nosotros somos plenamente conscientes de lo bueno que es de verdad Merino y que, aunque Imanol no debería venderlo de nuevo como el mejor de la Liga, fuera parece que realmente le tienen infravalorado. Y más, el propio entorno del jugador ha comunicado en pasados veranos que les había llegado el interés de equipos, aunque luego no llegaran con ofertas mareantes. La ambición de un futbolista de su categoría, que debería llevar implícito todo nuestro cariño por apostar de forma tan contundente por la Real, es comprensible y respetable. Lo que me molesta y me parece inadmisible es que se ponga en duda el compromiso del futbolista que ha dado hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas cada vez que se ha puesto la txuri-urdin. Merino no se borra y el día que se vaya, que esperemos que sea dentro de mucho tiempo, lo hará por la puerta grande y despedido con honores de leyenda, no saltándose vallas por la salida de servicio y sin querer jugar partidos. La pregunta que quizá debamos hacernos es: ¿por qué siempre nos ponemos en lo peor? No me quiero ni imaginar lo mal que lo van a pasar algunos cuando se enteren de que el mercado de la liga de Arabia Saudí cierra el 20 de septiembre... Con Merino la vida volverá a ser mucho mejor. Ya lo verán. ¡A por ellos! l