Esta vez no fue un estado de ánimo. Yo añadiría que tampoco un tema de fe, aunque sin ella no hubieran alcanzado el sideral objetivo de ganar un Mundial. Más bien una cuestión de pasión. Ese fue el ingrediente que desniveló la balanza en una final preciosa y emocionante como no se recuerda. Bueno, nosotros sí nos acordamos de una con el mismo aliciente sensitivo, a pesar de que el producto no resultó nada espectacular y fíjate lo que nos importa.

La vida se tiene que vivir con pasión. Un factor que se encuentra por encima incluso de la ambición, porque ya está implícito en el propio deseo de vencer. Y créanme que esto último puede convertirse en un elemento diferencial. Como pienso que sucedió el domingo en Catar, donde Argentina le puso más pasión en todo que una Francia acomodada en los laureles de la gloria por su triunfo en Rusia. Ni el aliciente de ser la segunda selección que reeditaba triunfo tras Brasil en los mundiales en blanco y negro del 58 y el 62 le espoleó lo suficiente.

En cambio, en Argentina fueron todos a una. Un asunto de estado. Por todo el país, por hacer feliz a su gente y que olvide todos los problemas que están sufriendo en el día a día, y por elevar a la categoría de Dios a Messi para sentarle en la mesa de Maradona. Que quizá hayan sido los últimos en reconocerlo futbolísticamente hablando, porque en el resto del mundo, los que no nos dejamos llevar por los colores a la hora de analizar todo lo que ha hecho sabíamos que, dentro de los límites del terreno de juego, era “un ser superior”. Y este, además, de verdad, no como le gustaba decir al pelota de Butragueño sobre el padrino Florentino Pérez.

La pasión que llevó al edén a la albiceleste no solo se vivió de puertas hacia dentro. Comenzó en su entorno y, por supuesto, en un título de campeón del mundo que revalidan todos los años: el de los anuncios televisivos con los que lograban poner la piel de gallina hasta a los que no sentimos sus colores. Por encima de los demás esta vez, el de la Cerveza Schneider, patrocinadora de su selección, con un mensaje conmovedor basado en la lógica, acompañado de imágenes memorables de sus ídolos: “La lógica nos dice que el fútbol es un juego, nada más, no te puede cambiar la vida lo que pase en esos 90 minutos. La lógica nos dice que en un simple partido no se juega el orgullo de un país, es solo fútbol. Para la lógica no deberías acordarte de goles que se hicieron hace décadas ¿de qué te sirve? La lógica dice que no podés sentir amor por alguien que ni sabe cómo te llamas. La lógica dice que no podemos llenar estadios en Catar, que las palpitaciones de tu corazón no se pueden descontrolar solo por ver a un tipo caminando hacia un punto blanco, que no podemos llorar por un gol. ¿Sabés qué? Esa misma lógica nos dijo hace cuatro años que no teníamos que ser espónsor de la selección, que se estaban bajando todos, que el único técnico que la quería entrenar no había entrenado a nadie, que los jugadores tenían una mochila demasiado pesada, que era imposible que les fuera bien”… El final, con el repetido hasta la saciedad y ya inmortal “¿Qué mirás bobo? Andá pa’llá”, lo desluce un poco porque, si bien el mensaje lo podemos teletransportar a nuestra historia, con nuestros goles míticos y célebres, con nuestro adorado Imanol, no nos identificamos ni lo haremos jamás con esa permanente provocación y confrontación canibalesca de los deportistas argentinos.

Durante la gran mayoría de los 34 años de tormentosa espera, estuve pensando que el día menos pensado encajarían todas las piezas y nos recompensarían con una participación excelsa e impoluta para celebrar otra Copa. Y así fue. Como me han reconocido muchos de los protagonistas durante la mancha negra que provocó el nacimiento de la Generación Perdida, la Real afrontaba sin pasión la Copa. Honor y gloria a Imanol que fue capaz de inyectar en vena este ingrediente para tratar de compensar tantas humillaciones que él mismo había sufrido con la misma impotencia y frustración que cualquiera de nosotros. Les convenció para que se sintieran auténticos privilegiados con el poder de hacer historia y convertir la depresión que vivió su pueblo en una alegría para toda la vida. En resumen, les insufló un deseo de ganar tan incontrolable que incluso les permitió ni despeinarse cuando les tocó jugar en todo un Santiago Bernabéu a partido único. Y lo mismo pienso de lo que sucedió el pasado año, aunque a la inversa, contra el Betis en Anoeta, en la noche más dura de la triunfal era Imanol. Los verdiblancos, que llevaban más tiempo con su vitrina de trofeos cerrada a cal y canto, mientras sus vecinos se regodeaban en su cara con sus seis Europa League en catorce años, comparecieron a la cita en Anoeta más necesitados de tocar el cielo. Y pasó lo que pasó, al margen de errores puntuales y el bajo nivel del equipo donostiarra en ese maldito partido. Es a partir de esas cenizas desde donde se refuerza y se recupera el ansia por volver a ganar. Los mensajes nos confirman que hemos vuelto al camino, con el “ahora queremos un título con nuestra afición”, de Imanol en la rueda de prensa de su renovación.

En otro anuncio argentino, más gracioso, la cerveza Quilmes buscó estrambóticas coincidencias para reforzar su fe como, por ejemplo: “¿Sabes cuántas veces vino De Niro a la Argentina? Dos veces: ahora y en el ‘86” y “la Navidad previa al ‘86 en Buenos Aires llovió. ¿Qué pasó esta Navidad? Llovió”. Ahora pregunto yo: ¿saben donde jugó su segunda eliminatoria de la Copa del 87 la Real? En Montijo, Extremadura, ante un Tercera División. ¿Saben en qué puesto acabó la Real en el ‘78 cuando Argentina ganó su primer Mundial? Cuarta. ¿Y qué pasó tras su título del ‘86? Ganó la Copa en Zaragoza. Solo podemos pensar que algo muy bueno nos espera.

Siempre que se refieren a los uruguayos se ensalza su pasión por la celeste. Godín afirmó antes de su estreno en Catar que “hoy jugamos por la madre, el padre, la familia, el amigo, el vecino, así que ningún esfuerzo es chico”. Siempre me he imaginado que es lo mismo que debe sentir un futbolista cuando se enfunda la txuri-urdin. En Coria o en el Bernabéu. Estamos hambrientos de gloria y desbordados de pasión. Así volvemos al ruedo. A ver quién nos para ahora. ¡A por ellos!