Quise ver el debut de Xabi Alonso en el banquillo de Leverkusen. Le fue bien, goleando al Schalke, confirmando la vieja idea de que “a entrenador nuevo, victoria”. Como quien dice es el último recién llegado de los técnicos guipuzcoanos que compiten al más alto nivel. Su forma de comportarse es calma, apenas expresa el interior de la procesión, aunque por dentro sea un manojo de nervios. En parecido perfil pudiera encuadrarse a Mikel Arteta. El banquillo del Arsenal es tan peligroso como la cama de clavos de un faquir, pero el preparador donostiarra ha sabido aguantar los momentos de zozobra y ahí está, al frente de la Premier. Eso sí, soltó amarras después de imponerse (3-2) al Liverpool y no se contuvo en la celebración.

En el otro lado de la balanza aparecen los nerviosos, los que no paran quietos, como si les hubieran metido una guindilla por la retaguardia. Julen Lopetegui es uno de esos que recorre kilómetros en cada partido. Siento que es un modo de templar los nervios, de echar al exterior la caldera que no se detiene en el interior de cada uno. Le acaban de atropellar en Sevilla. Las dos ruedas de prensa que ofreció el de Asteasu fueron ejemplares. La previa del partido con el Dortmund y en la que se despidió de todos. Ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni un recado. Vamos, de puerta grande, como el pasodoble.

Nuestro Imanol anda por esos lares. Se pasa el partido de pie y cuando se sienta es para hablar con los suyos, intercambiar opiniones y decidir. Transmite lo que siente y no oculta ni emociones, ni sentimientos. Es así, guste o no guste. Dice lo que piensa sin faltar al respeto, aunque a veces pase por encima del listón de la politesse. Si os planteáis un ejercicio con los últimos inquilinos del banquillo txuri-urdin, situaréis a unos y otros en los dos platos de la balanza. Por aquí pasó alguno que, nada más llegar al vestuario, les dijo a los jugadores que eran muy malos, como quien se marchó sin saber el nombre de sus pupilos. La lista de opciones es interminable.

Dejo para el final a Unai Emery, que vino con su Villarreal dispuesto a la batalla, pese a que no opuso la resistencia prevista y perdió con merecimiento. El modo en que se comporta en el banquillo no es cautivador, salvo para los aficionados del club en el que esté. Sé de sobra que hay seguidores realistas a quienes esa gestoforma no les gusta. Sucede que aquí haría lo mismo. Sin duda. Es un enfermo del fútbol, vive con pasión su profesión, prepara los partidos con mimo y les explica a sus jugadores lo que quiere de ellos. Luego, durante los minutos del juego, está atento a que nadie se despiste ni se confunda. Y si le sale bien, lo celebra. Seguro que esperaba algo más de los suyos en Anoeta, pero su gente racaneó mucho en el primer tiempo y en todo el partido le faltó convicción para intentar desmontar a una Real implacable.

Suelo tomar de vez en cuando algún café con él. En el cuerpo a cuerpo, sin balón por medio, en nada se parece a lo que vemos por la televisión o in situ, como cuando viene a Anoeta. En la última oportunidad de compartir un desayuno comentamos muy poco de la Real. Respeta y valora a Imanol por todo lo que está haciendo y ha tomado algún café con otras personas de la casa, simplemente para hablar de fútbol y compartir experiencias. No es el único entrenador por cierto que lo ha hecho.

El partido contra la Real no era un encuentro cualquiera, porque los dos técnicos y sus equipos se juegan mucho. Quieren llegar al final de la carrera lo más arriba posible, aunque saben de sobra que no hay sitio para todos. Andan compitiendo cada tres días y las plantillas sufren el trajín de un calendario estremecedor. ¡Y si encima sopla el viento sur y te torras…! Lo dijo Rulli al final del partido. Si quieren estar arriba no pueden jugar así.

A Imanol no le tiembla ningún pulso a la hora de las decisiones. Pudo contar con lo más granado de su artillería. Desde el saque inicial mandó al equipo a presionar arriba y no dejó en pie títere con cabeza en el rival. Mientras el conde siga con el palacio abierto y reparta garroticos dulces, el japonés siga derrochando energía, avispa cojoneribus, y en la despensa no falten el pulpo, el plátano canario, el salmón noruego, y esas kutixis tan apasionantes, este equipo seguirá vivito y coleando. La gestoforma del conjunto es coral. Hay jugadores que destacan, sin duda, pero el grupo se mueve como los fuelles de un bandoneón.

Apunte con brillantina: no soy capaz de recuperarme todavía del partido que vi ayer en Gal entre Real Unión y Amorebieta. Siete goles, dos penaltis, 30 grados de temperatura, cayendo el sol a plomo, y una oda al desbarajuste. Cuando los entrenadores de los dos equipos vean el encuentro de nuevo, necesitarán un cilicio para fustigarse, aunque en el caso irundarra los puntos saben a gloria. Tienen lesionados a pares. ¡Madre del amor hermoso!