Terminó la cosa 2-1, un resultado triste porque aquí de lo que se trata es de puntuar. Cada batalla, sin embargo, debe ser situada en el contexto de una guerra, la de la lucha por Europa, que presenta muchas aristas. Y lo cierto es que anoche hubo momentos en los que la jornada empezó a pintar muy mal. Al fin y al cabo, el punto que habría significado un hipotético empate presenta el mismo valor que el punto del average general en el que, ahora mismo, la Real supera al Villarreal. Nuestro +17 supone una renta cómoda respecto al +11 de los amarillos. Lo que pasa es que el Atlético apuntó en muchas fases a dejar la ventaja txuri-urdin en poca cosa. No estuvieron acertados los colchoneros. Vieron frustrada su goleada. Y dejaron vivo a un cuadro txuri-urdin contra el que nunca te puedes confiar. Soñamos con la igualada durante ese descuento de desquiciante arbitraje. Pero no pudo ser.

La Real había salido al Wanda dispuesta en claro 4-3-3. Su esquema habitual, vamos. Aunque luego el balón echó a rodar y apreciamos en el funcionamiento de los nuestros matices importantes. El primero en salir a relucir residió en el modo en que presionaron los txuri-urdin. Y resultó muy sorprendente. Cuestionable diría yo. A la hora de soltar dos jugadores a apretar arriba, Imanol ha alternado esta temporada: a veces ha enviado a un interior para acompañar a Alexander Isak, y en otras ocasiones se ha decantado por Portu para formar esa pareja con el sueco en fases de bloque alto. Sin embargo, el oriotarra eligió anoche a Ander Barrenetxea, lo que provocó movimientos en cadena que resultaron letales. Porque a Monreal le tocó ir a por Trippier. Y esto dejó a Sagnan solo ante el peligro. El francés no está todavía. Pero si encima le enmarronas... Le tocó bailar con la más fea, porque al mencionado modo en que defendió la Real cabía unir lo que ya sabíamos de antemano: enfrente estaba un Atlético que acostumbra a hacer cosquillas en el sector, con Correa moviéndose entre líneas y Marcos Llorente rompiendo al espacio en diagonal. Por ahí llegó la sangría.

Al menos la Real daba la sensación de que, con el balón, hacía también cosas suficientes para dañar a los colchoneros. Cuando los blanquiazules tenían la posesión, Zaldua se situaba como tercer central, Portu daba amplitud como carrilero diestro y Monreal hacía lo propio en la izquierda, con Barrenetxea centrado y formando tándem atacante con Isak (quizás por esto soltara Imanol al donostiarra a la presión alta). Los nuestros supieron encontrar sin problemas a Zubimendi. Este pudo girarse con cierta facilidad. Y además encontró buenas líneas de pase hacia Guridi u Oyarzabal, bien situados a la espalda o a los costados de los pivotes colchoneros. Dicho todo esto, durante los primeros 45 minutos los problemas defensivos ganaron en relevancia al buen hacer ofensivo, hasta el punto de que el 2-0 en el intermedio podía considerarse incluso corto para todo lo generado por unos y otros.

Los primeros minutos tras la reanudación dejaron el mismo poso. Pero luego la Real mejoró con los cambios de Imanol. Lo hizo desde un prisma individual, al elevar con creces Pacheco las prestaciones del citado Sagnan. Y lo hizo también en lo colectivo, agradeciendo esa red de seguridad tejida finalmente con un esquema de tres centrales también en ase defensiva. Sufrió el Atlético contra un equipo formado por nueve futbolistas de Zubieta, Remiro y un Portu más canterano que la bandera del edificio Gorabide. Pero sujetó el cuadro de Simeone un resultado que, dentro de las derrotas, es el menos malo para la Real. Si el Villarreal no gana hoy en Zorrilla, una victoria más bastará. Y el domingo, contra el Valladolid, habrá en el once titular entre ocho y nueve futbolistas que no estaban ayer sobre el césped cuando terminó el encuentro. Oxígeno y esperanza. Se perdió una batalla. Pero la guerra sigue teniendo buena pinta.