Fue un mal partido de la Real. Sin duda. El conjunto txuri-urdin pudo haber sido goleado, sobre todo en una primera parte en la que no estuvo a la altura. Cuando parecía que no había nada que hacer e Imanol estaba reservando a sus piezas clave para el domingo, los blanquiazules protagonizaron una revolución llena de orgullo y casta. Con un once en el que solo había dos futbolistas de fuera, Remiro y Portu, que se echó al equipo a sus espaldas. No fue solo que dominaron y encerraron al Atlético, es que pegaron un palo (el segundo tras el de Isak en la primera parte), le pudieron birlar un segundo penalti en una mano de Llorente (Savic le propina un codazo a Oyarzabal antes del descanso) y se quedaron muy cerca de la hazaña después de que Zubeldia recortara diferencias. Fue un puño al alto brotado desde la mayor de las impotencias, un grito de orgullo, confianza y esperanza que, a pesar de su inicio nefasto, incluso mereció un final feliz. Lo desagradable y frustrante es que pareció que, aparte de ser difícil, no le iban a dejar. No hubo más que ver la realización de la retransmisión cómplice y ocultona, que no confirmó ninguna de las polémicas.

La alineación confirmó los peores temores. Pese a jugar el viernes y de contar con días suficientes para ser de la partida, las recuperaciones no son las mismas en mayo que en octubre. La Real viajó con tocados y con jugadores con el depósito de energía muy bajo, como quedó plasmado en la pizarra de los onces. Imanol introdujo cinco cambios, con novedades en todas las líneas. Dos en la zaga, con las entradas de Zaldua y del inesperado Sagnan por Gorosabel y Le Normand; otras dos en la medular, con regresos de Zubimendi por Guevara, y de Oyarzabal en la posición de Silva. Y, como consecuencia de que el internacional regresara a la posición de 10, Barrenetxea acompañó a Portu e Isak. En total seis de Zubieta.

Una apuesta de emergencia, por el partido que era y por la importancia capital de las dos jornadas que restan en las que un triunfo casi les garantiza repetir en la Europa League. De todas formas, a priori, un equipo reconocible y competitivo, capaz de hacer mucho daño y de poner patas arriba el desenlace del campeonato. Simeone repitió el mismo conjunto que puso contra las cuerdas al Barça en el Camp Nou, con el único cambio de Saúl por el lesionado Lemar. Es decir, con defensa de cinco, a pesar de que sus laterales largos cuando atacan se convierten casi en extremos. Era importante recordar que el Atlético, que lleva líder desde el pasado mes de noviembre y aunque estuvo a punto de perder el liderato en el duelo que desaprovechó el Barcelona ante el Granada, en este último arreón parecía convencido de que no se le podía escapar el título. La visita de la Real era sobre el papel la cita más exigente y comprometida que les quedaba para entrar por méritos propios en la historia, ya que la de Osasuna y Valladolid en la última jornada, a la que puede presentarse sin apenas opciones de salvación, parecían menos comprometidas. Los atléticos lo sabían, por lo que no podían dejar escapar ningún punto frente a los donostiarras que se presentaron en la cita con ganas de guerra y de erigirse en jueces de la Liga.

La Real también era consciente de que después del Wanda le quedan por disputar una final ante el Valladolid en Anoeta y viajar a Pamplona, donde les aguardará un vecino con los deberes hechos que no se jugará nada. O lo que es lo mismo, otras dos bolas de partido para confirmar su regreso a la Europa League con el citado triunfo más que necesitaría, y no los otros dos como predijo de forma conservadora y precavida Imanol.

El comienzo del partido fue simple y llanamente dramático. La sensación era la de un duelo entre padres e hijos o, en clave escolar, de dos cursos mayor contra txikis. Insisto, dramático. El Atlético salió como un huracán, lo previsto dado lo que se jugaba, y la Real pareció completamente superada por el escenario y las circunstancias. Con un central que no da el nivel, algo que conocíamos desde hace mucho tiempo, al que sacaron de sitio una y otra vez como quisieron y que demostró estar como un flan con la pelota. Evidentemente no tuvo la culpa de lo sucedido, porque Guridi tampoco paraba de perder balones, Oyarzabal estaba missing, los laterales no sabían cómo achicar agua y a Zubimendi le costaba aparecer. Los madrileños, con una presión asfixiante, olieron la sangre y en diez minutos generaron cuatro ocasiones, tres en las botas de Suárez y otra de Llorente. La Real era un juguete en manos de un candidato a ganar la Liga y lo peor de todo no fue su falta de inspiración, sino la ausencia de agresividad y de intensidad. Así era imposible.

A los quince minutos, en un saque de esquina botado en corto ante la actitud contemplativa de los blanquiazules, Isak se tragó el centro de Llorente y Zubimendi no fue al suelo para evitar la definición forzada de Carrasco, que batió a Remiro por entre las piernas. El Atlético reculó en ventaja, como suele ser habitual, y los visitantes por fin elaboraron una buena y larga combinación que finalizó con centro de Zaldua y un disparo mordido de Barrenetxea que atrapó Oblak. Con el partido mucho más controlado y sin tantos agobios, en una jugada fortuita llegó el segundo tanto rojiblanco, se supone que el de la sentencia, en una acción en la que Oyarzabal pudo y debió hacer falta a Suárez antes de que asistiera a Correa, que superó a Remiro con un chut cruzado. En los minutos finales apareció un brillante Isak que dispuso de dos buenas oportunidades con un voleón a pase de Barrenetxea que repelió Oblak y en un zurdazo tras la mejor jugada de los de Imanol que salvaron entre el esloveno y el palo. Decepción total.

En la reanudación, Imanol cambió para reservar y sus chicos de la cantera se rebelaron para quedarse muy cerca del empate. Es cierto que la Real siempre jugó bien el balón, pero las pérdidas de Zubimendi y Roberto López estuvieron cerca de costarle una goleada. En el último cuarto de hora, Portu remató al palo, Zubeldia recortó diferencias y la Real atacó y dominó hasta el punto de que los atléticos tuvieron que poner una vela para evitar el accidente. Fue una reacción preciosa y plena de romanticismo. Puro ADN Zubieta. Una pena...

La salida de Pacheco por Sagnan y la aparición de Portu, que se echó al equipo a sus espaldas, pusieron contra las cuerdas al Atlético