La Real se llevó el derbi y puso un pie en las competiciones europeas a costa de un Eibar que entró en paliativos. El cuadro armero lo intentó todo, incluso encerró y asustó a los blanquiazules tras el descanso, y solo la buena actuación de un Remiro imponente le dejó sin un botín que no le hubiera sacado de pobre pero que mereció. Su situación es angustiosa y solo le vale un milagro en las cinco jornadas que le restan para volver a salvar la categoría. Lo cierto es que da pena ver a Mendilibar, que ayer cambió el signo del encuentro con sus cambios, sufrir un epílogo tan triste de su extraordinaria aventura al frente del club armero en Primera.

Una Real con el mono de trabajo puesto, que dejó en Zubieta su habitual manual de estilo para pasar a jugar en modo vertical hasta llegar a abusar de ello, se llevó tres puntos cruciales que, de seguir una lógica prevista, debería garantizarle su regreso al Viejo Continente. Un gol de Isak a los 26 minutos decidió un derbi muy igualado y peleado, en el que los donostiarras acreditaron contar con más talento, pero en el que el orgullo armero pudo y debió evitarle otra derrota.

Cuatro días después del dramático final de la batalla ante el Celta, en el que fueron cayendo como soldaditos de plomo varias de sus figuras importantes, Imanol pudo presentar un once de plenas garantías repleto de jugadores considerados titulares. El técnico introdujo solo tres cambios, uno por línea. Zubeldia y Oyarzabal entraron por los sancionados Aritz y Carlos; y Barrenetxea sentó a Januzaj. Otra buena oportunidad para el donostiarra, que necesitaba completar una actuación convincente después de bastantes apariciones decepcionantes, sobre todo para la calidad que se le presupone. Aunque a nadie se le escapa que no es fácil marcar las diferencias cuando no tienes la continuidad necesaria y que todavía es muy joven, es decir, que tiene toda una carrera por delante para cumplir las expectativas.

Mendilibar también hizo cambios para buscar la ansiada victoria que se le niega desde el mes de enero (día 3, ante el Granada). El técnico retrasó la posición de Pozo y centró la de Arbilla para dejar fuera a Sergio Álvarez y dar entrada en la banda a Pedro León. El resto, los mismos que sucumbieron con estrépito en Granada.

A los armeros se les agotan las balas y ayer, a siete puntos de la salvación, se jugaban un comodín doble, el de volver a ganar y el de la moral que proporciona tumbar a tu vecino más poderoso. Su salvación pasa por un milagro parecido al que protagonizó en Segunda División en 1999, cuando hundidos y casi desahuciados, lograron ganar los últimos cinco partidos.

Por el contrario, la situación de la Real era más que saludable después de haber derrotado al Celta en un duelo tan emocionante como duro. Los blanquiazules estaban obligados a aprovechar los previsibles pinchazos de Villarreal y Betis (un empate en Madrid siempre es muy bueno) en su visita al colista, aunque el hecho de tratarse de un derbi y la lógica rivalidad territorial provocaba que el choque estuviera expuesto a muchos más condicionantes y variables. La Real siempre ha sufrido en Ipurua, donde había perdido en cuatro de sus seis visitas en Primera.

El partido arrancó según el guion previsto, con un Eibar tratando de bombardear el área de la Real jugando en campo contrario, y el cuadro visitante intentando buscar en largo a Isak a la espalda de la defensa local. A los dos minutos, llegó la primera gran ocasión, en una jugada en la que Dmitrovic pareció derribar a Isak, que había recogido un rechace en un choque dentro del área pequeña. Figueroa Vázquez se lavó las manos y tiró por el camino de en medio amparándose en que su linier había señalado un fuera de juego a todas luces inexistente. El del VAR tampoco quiso comenzar a mojarse tan pronto y la cosa quedó como si no hubiese pasado nada. Lo típico. A los seis minutos, Bryan Gil, de largo el arma ofensiva más peligrosa de los armeros, robó un balón horizontal de Guevara a Zubeldia, pero se le fue el toque para colocarse el balón, lo que le permitió a Remiro achicar espacio y detener con el brazo izquierdo su disparo forzado. La verdad es que fue la única aproximación reseñable del Eibar antes del descanso.

Tras unos minutos insulsos, con muchas imprecisiones, emergió la figura de Isak para desnivelar la balanza. El sueco protagonizó una de esas carreras suyas imponentes en las que parece un galgo, pero se llenó de balón al llegar al área cuando tenía a Oyarzabal y a Portu a la espera del pase. En el saque de esquina botado por el 10, que mejoró mucho sus prestaciones en la demarcación de mediapunta, Le Normand peinó como pudo e Isak la empaló a la red colando la pelota entre las piernas del meta serbio. El eibartarra dio un pase magnífico a Barrenetxea, cuyo centro no lo convirtió en el segundo Isak después de haber hecho lo más complicado. Y casi al final, una buena y vertical combinación entre Portu e Isak no la pudo culminar el primero, que llegó desfondado al área. Al descanso, 0-1, un resultado extraordinario para la Real ante un Eibar nervioso, al que le estaba pesando su situación.

En la reanudación Mendilibar no tardó en mover ficha para dar entrada a Expósito y luego a Muto. La realidad es que por fin consiguió dominar en campo contrario y comenzar su habitual asedio. Diop fue el primero en poner a prueba a un sobrado Remiro, que detuvo luego un cabezazo de Kike, otro chut de Expósito y una falta con veneno de Arbilla. Isak había tenido la gran oportunidad de sentenciar al quedarse solo desde la medular, pero definió fatal y Dmitrovic le arrebató su intento de regate. Un fenomenal centro de Monreal lo salvó como pudo Arbilla y otro de Gorosabel lo cortó Oliveira al límite. Demasiado poco bagaje cuando la Real tenía el partido donde quería.

El Eibar empujó hasta el último segundo de la prolongación dando la sensación de que podía empatar, pero no lo consiguió. Definitivamente no es su año y está en un sobrecogedor agujero negro. La Real regresó feliz a casa. Cada éxito que cosecha con su plantel bajo mínimos es una hazaña heroica. Se lo merece. Su campaña ya es histórica. Pero quiere más y persigue un segundo gran premio.