No digas que fue un sueño. La Real lo volvió a hacer. Siempre vuelve. "Ya queda un día menos para regresar", tituló este periódico el día que perdió la categoría. Para recuperar la gloria también estaba activada la cuenta atrás. La Real es campeona. Han oído bien. Lo repito por si acaso, la Real volvió a ser campeona y renovó su condición de último txapeldun vasco de uno de los títulos importantes. Además lo hizo con absoluta justicia y en el triunfo que mejor sabe de todos ante el eterno rival que volvió a morder el polvo en una final pero que tendrá otra bala dentro de dos semanas. Esta Real es mejor equipo que el Athletic, y por mucho que desde el otro lado de la A-8 nos quisieron vender que llegaba peor a la cita, los números eran la única realidad tangible para tomar como referencia.
Grande la Real, que alzó la Copa después de haber ganado todos sus encuentros en la competición, en la que incluso eliminó al Madrid en su asalto al Bernabéu. La espera mereció la pena. Eso sí, este club, con una leyenda cíclica que le permite otear alturas cada ciertos años, no puede pasarse 33 años sin lograr que suene el We are the Campions mientras sus jugadores lloran de felicidad. Que no se repita.
Jokin Aperribay estuvo muy bien en la ronda de entrevistas que concedió en la previa a la gran cita de la Cartuja, ya que lanzó un mensaje ganador. Recordó en varias ocasiones que este club, con muchos menos recursos que otros, había ganado mucho y que había estado muy cerca de hacerlo más veces. Y me alegro hasta la emoción por todos aquellos que han luchado y han perdido energías para que en Anoeta se tomaran en serio un torneo con un encanto especial (Imanol en la cabeza). El título más accesible. Que hace feliz a todo un pueblo. Y sí, integrantes de la Generación Perdida, llevo días diciéndolo, ya sabéis a qué sabe la victoria. Os lo merecíais. Era una deuda pendiente, con sonrojantes humillaciones que nos hicieron mucho daño y nos colocó un cartel de perdedor que no se corresponde con la magnífica historia txuri-urdin. Dos Ligas y tres Copas. Gipuzkoa es tan pequeña, que no se ve en el mapa, pero jugando a fútbol...
Sevilla se convirtió en Tierra Santa después de haber logrado la victoria en la final más esperada. Su famoso color especial era el txuri-urdin. No está mal que se cierre de una vez por todas la decepción de aquella maldita tarde de la temporada de la imbatibilidad en el que se perdió la que iba a ser la primera liga. Justo unas semanas después de la muerte de Gaztelu. Va por ti también.
Gloria y honor para los campeones que ya figuran con méritos propios en el Olimpo txuri-urdin. Pero Imanol... Los más osados se atrevían a decir con mala baba e injustamente que la Real ganó dos Liga a pesar de Ormaetxea. Desde luego que esta equipo gana entre otras cosas gracias a Imanol. Impresionante su trabajo y sobre todo su esfuerzo por devolver la mentalidad triunfadora a un club necesitado de alegrías. No te vayas nunca, o quédate el tiempo que quieras. Porque nos representas. Siempre quisimos un técnico así en el banquillo realista, el más seguro y el que menos se discute de la categoría. Y cuidado, porque como han repetido muchos, esta final es el comienzo de una nueva era. Sería el segundo paso importante dado. Cambiar la hegemonía en Euskadi fue el primero.
Imanol apostó por el once esperado y lógico. El técnico no arriesgó con Aritz, porque aunque es el auténtico líder de la zaga, ha perdido demasiado tiempo por su incómoda lesión de tobillo. Por lo tanto, Zubeldia y Le Normand formaron en el eje de la zaga. En el centro del campo, la desgraciada rotura de Illarramendi en el último entrenamiento, con el consiguiente bajón moral que trajo consigo, allanó el camino para que entrara Zubimendi. El donostiarra se lo había ganado por meritocracia, a pesar de que su concentración con la sub'21 y las molestias que sufrió en las costillas pusieron en jaque su titularidad. Quedó confirmado que el martes, cuando el seleccionador intentó que saliera a jugar, su mente estaba ya en La Cartuja. Como era de esperar Merino ocupó su plaza, con ese desagradable lumbago que le ha acompañado durante todo el parón, y el extremo derecho fue para Portu, que partía como favorito sobre Januzaj, el revulsivo perfecto en el caso de que se complicaran las cosas. En definitiva, tres de los internacionales en el once.
En el Athletic el hombre del día fue Vencedor, que ganó el casting para ser la pareja de Dani García por delante de Unai López y Vesga. El resto, los esperados, con Berenguer en la banda derecha en lugar de doblar el lateral, lo que sin dura hubiese sido una variable más defensiva.
Imanol fue fiel a su idea y no sacó ningún as de debajo de la manga como hizo Toshack con Dadíe en Zaragoza. En cambio, Marcelino modificó su plan habitual, al plantear una presión menos adelantada de lo habitual para bloquear a Zubimendi y cerrar los pasillos centrales para que no entran en juego Merino y Silva. Una vez más el asturiano confirmó que es un gran estratega porque desconectó a los tres centrales, que no tuvieron claridad ni inspiración para gobernar el encuentro.
El guion del partido cumplió lo esperado. Mucha emoción, muchos nervios, demasiado miedo a fallar y muy pocas ocasiones. Como la Real siempre pretende proponer más que el Athletic, se notó más que se encontraba lejos de su mejor versión desde el primer minuto. Se presumía un duelo muy cerrado, de pocos goles. Y así fue. Los blanquiazules entraron flojos, blandos. Temerosos. Se les notaba nerviosos. Si hasta se olvidaron del himno de España y tuvieron que volver a ponerse las sudadaderas para el acto solemne.
Aunque hubo alguna fase en la que los de Imanol mandaron y parecieron hacer daño con sus posesiones, lo cierto es que Iñigo Martínez y Yeray se mostraron inexpugnables y los cortaron todos sin que pudiese rematar Isak. Mención especial merece Gorsosabel, cuyos centros fueron el único argumento ofensivo intimidador antes del entreacto. En cambio un Athletic muy serio y competitivo amagó con un disparo cruzado de De Marcos, un cabezazo de Muniain, sí, con la cabeza y ganando un salto a Gorosabel y, sobre todo, en un disparo de Iñigo Martínez con la derecha que obligó a Remiro a responder con un paradón. El central apareció en una ubicación inesperada, pero la realidad es que recibió muy solo y disparó sin apenas oposición. Poquita y decepcionante primera parte de los realistas, sin ningún chut entre los tres palos, era lo que se comentaba en la zona de prensa a la espera de la comparecencia de Merino y de Silva. Y de Oyarzabal, que también deambuló sin éxito ni protagonismo por el campo. Sin olvidar el pobre nivel de Monreal, que perdió demasiados balones.
Todo cambió en la segunda parte. Nada como escribir un comentario negativo sobre Oyarzabal para que no tardara en dejarte en mal lugar. En un cuarto de hora decidió el duelo con un penalti provocado por una mano de Iñigo, en una acción muy dudosa en la que Estrada barrió a favor del Athletic. Poco después, Merino recuperó un balón y dio un pase maradoniano a Portu al que derribó Iñigo Martínez. El colegiado le expulsó y mostró la roja al canterano realista porque no tenía posibilidad de jugar el balón. Con el jugador duchado y casi de vuelta por Sestao, Estrada tomó una decisión tan ridícula como escandalosa al anular la amonestación y cambiar el rojo por el amarillo. Oyarzabal, sí, Oyarzabal, el 10, lanzó fuerte y anotó el gol de la victoria en la primera final que se decide por una pena máxima. A partir de ahí la Real retomó su versión defensiva y efectiva del derbi de Nochevieja y no pasó ni el más mínimo apuro antes los poco brillantes ataques rojiblancos.
La Real ha vuelto a campeonar. Que llore Gipuzkoa y celebre por todo lo alto. El mejor equipo vasco levantó de nuevo una Copa. Lo hizo por todas aquellas generaciones que se quedaron sin una medalla de tal calibre y por ellos. Porque son muy buenos. Cada vez mejores. Su evolución es meteórica e imparable. Y su ambición voraz. No va a ser el primer título. Ya ningún miembro de esta plantilla pensara en marcharse para aspirar a la gloria. Ya saben que no hace falta salir de la Real para alcanzarla. Toshack decía que un día bueno vale por dos en Donostia. Un título no se puede ni contar. Y ante el eterno rival, ya ni se cuenta. Por si fuera poco, además de decidir el duelo, Oyarzabal no se olvidó a de Illarra y le cedió el brazalete para que subiera a recoger de manos del Rey la añorada Copa. Y somos los mejores, bueno y qué...
Esta Real nos enamora y aunque ella tardó un poco en darse cuenta, nosotros sabíamos que iba a volver a abrir la vitrina del museo. Eternos. ¿Escuchan como cantan los jugadores? Se nos había olvidado que la gloria suena a música celestial. Txapeldunak. Los Zamora, López Ufarte, Gorriz... ya pueden respirar tranquilos, en la siguiente final, que será pronto, ya no serán los primeros de la listas de los periodistas para hacer reportajes. Insisto: txapeldunak.