córdoba tiene un embrujo especial. Conocí esta ciudad, de la que todos me hablaban maravillas, gracias al fútbol. Desgraciadamente tuvo que descender la Real para que coincidiera con el conjunto blanquiverde. Y es curioso, porque en todas las visitas de los donostiarras al Nuevo Arcángel han sucedido cosas extrañas. La primera vez que entré en el estadio y escuché cómo cantaban el himno, al estilo del Sanchéz Pizjuán, recuerdo que dije “estos el día que cierren el campo (uno de los fondos estaba en construcción) suben a Primera seguro”. No me quiero colgar ninguna medalla con esto, porque sí, acerté, pero también tengo un buen número de cadáveres o de sentencias equivocadas en la hemeroteca que ya se encargan de recordarme con sarna en mi entorno.

Esa tarde, el 20 de enero de 2008, se estrenaba en el banquillo José Ramón Eizmendi y en el centro del campo debutó el inolvidable Martí, que dio los dos primeros pases verticales rasos de toda la temporada. La Real ganó 1-3 y Fran Mérida también se estrenó y, en su primera intervención, tiró un caño que le salió bien, pese a que pudo ser fatal ya que se encontraba cubriendo el rechace de un córner en contra. La acción soliviantó sobremanera a mi compañero y amigo Xabier Isasa, que estaba sentado a mi lado.

Cito al periodista de Mundo Deportivo porque, un año después, también en el mes de enero, la Real de Lillo se jugaba muchas de sus posibilidades de engancharse al tren de los destinados a luchar por el ascenso y jamás olvidaré que, cuando el Córdoba empató en el minuto 93, profirió un grito de desesperación desgarrador acompañado de varios puñetazos a una tubería extraña que teníamos por detrás que estuvo a punto de romper. Después, uno de los responsables de prensa nos echó del campo cuando no habíamos acabado de trabajar con suma delicadeza: “Por lo menos aquí no matamos a nadie”. Ahí si que le tuve que tranquilizar al bueno de Isasa. Insisto, siempre pasa algo. El año del ascenso se lesionó Bravo y expulsaron a Xabi Prieto. Hace dos campañas, bajo la influencia del eslogan La Copa mola, los realistas cayeron 2-0 y gracias...

Esta vez no viajo, pero las circunstancias extrañas o diferentes ya las lleva incorporadas la Real antes de llegar a la capital andaluza con la amenaza de despedido que pende sobre la cabeza de su entrenador. Siempre que se llega a una situación límite como la actual, se buscan culpables y asoman los rumores sobre la posibilidad de que los jugadores estén haciendo la cama al técnico. Es evidente que, en este caso, no lo parece. Todos los que han tomado la palabra esta semana han defendido a capa y espada a Arrasate e incluso se han ofendido con algún titular publicado en la prensa. Sí, todo esto está muy bien, pero lo que queremos de una vez por todas son hechos y que demuestren en el campo el nivel que se les presupone y que están tan a muerte como dicen con su entrenador. Solo así nos lo podremos creer de verdad, porque si nos ceñimos a sus últimas lamentables actuaciones, y aunque sepamos de sobra que no pierden queriendo para que le cambien, seguro que un espectador imparcial no tardaría en ponerlo en duda.

El problema es que uno, aparte de estar convencido de que la plantilla realista es la más descompensada de la categoría, ya empieza a sospechar que no atesora tanta calidad como pensábamos y nos habían hecho creer. Además, uno de sus principales defectos es que sus jugadores son blandos y poco sobrados de carácter, algo que se refleja especialmente cuando el equipo cae a la parte baja de la tabla y les comienzan a temblar las piernas. Esta fue la circunstancia más inquietante y distinta que floreció en el duelo ante el Getafe. Porque el hecho de que se encontraban fatal nos los venían anunciando desde agosto.

Confiemos en que el embrujo de una ciudad mágica como Córdoba lance un conjuro a la Real para que, sin explicación aparente, todo vuelva a funcionar de forma tan maravillosa como hace muy poco. Pero lo veo complicado. Las cosas como son.