En mi mundo ideal, Sergio Francisco se sentaría mañana en el banquillo de la Real Sociedad contra el Eldense. Y lo haría además con el crédito que siempre implica percibir la confianza de un club supuestamente distinto, una entidad de esas que confían en los procesos y otorgan a sus profesionales el tiempo necesario para construir un equipo, tarea sumamente compleja. Durante los últimos meses, me he cansado de enumerar en este mismo espacio las circunstancias que han condicionado para mal el trabajo del técnico irundarra, la mayoría ajenas a su responsabilidad. Pero de poco le servirán ya esas a mi juicio válidas coartadas: lesiones, fichajes postreros, supuestos refuerzos que no suman... Su contrato ha sido rescindido, en un movimiento que juzgo desde lo utópico primero y desde lo real después.
Poca paciencia
Todo está dicho ya respecto al inicial de estos dos últimos puntos. Algo no funciona bien en mi Real cuando un entrenador de la casa paga el pato por el rendimiento de un plantel colmado de fichajes fallidos. No habría estado de más que Aperribay hubiese tenido con Sergio la paciencia que sí reclama, por ejemplo, para Óskarsson y para Zakharyan, citando siempre los años de nacimiento de islandés y ruso como si fueran alevines. Pero el caso es que el presidente demostró desde demasiado prontito no confiar en la que teóricamente era su apuesta para el banquillo, lo cual me lleva a abordar también el cese del míster desde una perspectiva menos ilusa: si quien manda llevaba semanas con el pulgar hacia abajo, mejor acabar con todo esto cuanto antes, ¿verdad? Hasta hace sólo nueve días, la trayectoria futbolística del equipo resultaba completamente lógica y coherente con el momento del proyecto. Pero las exageradas secuelas que tuvo un único mal partido (el de Vitoria), declaraciones del mandamás incluidas, pusieron de manifiesto una ausencia de feeling que ya inutimos allá por octubre y que, no albergo ningunda duda, tuvo su influencia en el desmoronamiento colectivo del viernes durante la segunda parte.
Restando autoridad
No me he cambiado nunca en el vestuario de la Real. Aunque me consta que resulta sano y alejado de muchas otras cosas que sí se escuchan de otros equipos. Estos futbolistas no hacen camas. Ni cortan cabezas. Pero media un abismo entre morir por tu entrenador y cumplir simplemente con sus órdenes tácticas. Quizás los últimos partidos de Sergio hayan tenido mucho de esto segundo y poco de lo primero, seguramente también porque los jugadores no viven en una burubuja. Leen, escuchan, palpan, sienten. Y Aperribay les vino a decir, el miércoles en el Kursaal, que su jefe estaba en el alambre, restándole así autoridad a borbotones. Llamó la atención el colapso mental en el que se introdujo el equipo cuando el Girona comenzó a comerle la tostada en lo futbolístico. Que esa es otra.
Va de perfiles
Porque primero estuvo el juego. Y luego ya sus consecuencias en unas cabezas contaminadas por la semanita previa. Mejoró el rival tras el descanso, al César lo que es del César. Pero empeoró también la Real, lastrada por la ausencia de alternativas que le supuso y le supone, lesiones al margen, un plantel con escasa variedad de perfiles. Hay 27 jugadores en nómina, pero sólo uno de ellos, Guedes, resulta capaz de estirar al equipo en profundidad. Cuando el portugués quedó fuera de combate, los txuri-urdin, carentes de amenaza al espacio, se vieron condenados a despejar y defender. Despejar y defender. Despejar y defender. Y, para sorpresa de nadie, en punta tampoco había un delantero capaz de bajar esos balones, de retenerlos y de servirlos de cara a sus compañeros. Ni lo había en el campo ni lo hay en el vestuario, por mucho que en él convivan cuatro arietes. Hablamos de déficits (existen más aún) que no va a solucionar, como por arte de magia, el nuevo entrenador. Y eso que me gustan candidatos como Rose. Pero el alemán arrancaría con dos losas encima: la del idioma y la del motor. A él le gustan los de gasolina. Y el actual combustible txuri-urdin es más diésel que otra cosa. Complicado panorama.