esta semana compartí café con un psicólogo que se empeña en hacer feliz a la gente madura y experta. A través de la actividad física razonable trata de acabar con el anquilosamiento y los envejecimientos prematuros para dar paso a un proceso de actividad en el que caben recuerdos y proyectos al mismo tiempo. Siempre, el largo de ida sin mirar siquiera a la ciaboga para afrontar el largo de vuelta. Creer en las propias fuerzas y hacer camino sobre las dificultades.
Cada vez que nos encontramos a un equipo en el camino suelo volver la vista atrás para poner en línea de combate aquellas anécdotas o momentos estelares que recuerdo. En el viejo Sarriá, que era un campo encantador, nos confundieron a tres enviados especiales guipuzcoanos con gentes de la televisión catalana. Al salir del estadio camino del aeropuerto nos increparon por el trato que les daban (muy diferente al que recibía el Barça). Menos mal que nos esperaba un taxi y salimos a la carrera porque a ver cómo explicas que ni eres catalán, ni trabajas en su tele, ni nada. Algo parecido, pero a la entrada, nos sucedió años después en la puerta del Villamarín sevillano.
Cuando el Espanyol llegó a Montjuic muchas cosas se relacionaron con la lluvia. Incluso, el árbitro Medina Cantalejo suspendió el encuentro en el descanso ante la tromba de agua que cayó en el primer tiempo. Llamó a los capitanes Arteaga y Aranzabal y decidieron suspender cuando los realistas iban por delante (1-2). Aquel día el agua caía por las cabinas como si fuera el Niágara. Debimos volver semanas después.
Un tercer episodio se relaciona con la coincidencia de las camisetas. Un árbitro quisquilloso no aceptaba las equipaciones realistas para afrontar el partido. Ni la primera de reserva, ni la segunda. No quedó otra que jugar con la vestimenta prestada por el Espanyol luciendo la publicidad de Dani, la firma conservera propiedad de quien entonces regía los destinos pericos. Las fotos de ese día, por curiosas, se incrustan en las curiosidades de la historia txuri-urdin.
El partido de ayer en Cornellá, obviamente, no. Suelo contar estas batallitas de abuelo Cebolleta para no darme con el cilicio en la espalda y fustigarme ante lo que este equipo nos ofrece un domingo tras otro, con algunas pequeñas escapadas que recuerdan algo de lo que fueron capaces de hacer en un tiempo no muy lejano. Que a estas horas el único triunfo en liga sea ante el Real Madrid después de siete jornadas puede llamar, cuando menos, la atención y sorprender por irracional.
Cualquier equipo aseadito, que le ponga un poco de ritmo y chispa al juego y dé unas cuantas patadas a tiempo, nos gana. Este partido ante el Espanyol se apuntaba como una posibilidad de mejora, es decir, no encajar gol, no empezar perdiendo, y ganar que es lo que necesitamos más que agua el sediento. Ni lo uno, ni lo otro, ni lo último.
Decía Carlos Vela al concluir el partido en declaraciones a la televisión que solo queda trabajar para mejorar aquellas cosas en donde se necesita dar un paso al frente. Quiero creer que hay una parte importante en esas carencias que se refiere a la convicción y a la capacidad de creer en las propias fuerzas. No se comporta el equipo como un conjunto maduro que sabe superar las adversidades. Hoy por hoy, somos muy blandos en las cosas que se relacionan con el estado anímico. Parece que todos se hunden en cuanto el contrario marca un gol que pesa como una losa.
A partir de esa situación, el equipo se rompe en dos y comete errores infantiles que los rivales no desaprovechan. Les basta esperar para imponerse en las disputas y salir con criterio hacia la portería de Zubikarai. No seré yo quien pida la cabeza del entrenador, pero parece claro que los consejeros tienen una patata caliente en sus manos porque urge reaccionar y dejar de ser sobre el campo el equipo inerme y previsible que hoy afronta los partidos. Dudan hasta del nombre que soporta cada camiseta y así es imposible reaccionar.
Por delante dos semanas de las que no gustan. Se va a hacer eterno el tiempo de espera. La próxima estación, en lunes, traerá al Getafe al estadio de Anoeta. Como no soy adivino, no sé qué vaya a pasar, pero que alguno no ha dormido esta noche, preocupado, seguro.