"Donostia está toda llena de franquicias. Es muy difícil encontrar rincones que se conserven puros, tal y como eran en 1992. Tuvimos que hacer verdaderas virguerías cada vez que rodábamos en la calle. Fue un trabajo muy complicado". Estas afirmaciones fueron realizadas por Arantxa Echevarria, la directora de la película La Infiltrada, hace tres meses en una entrevista con motivo del estreno de la cinta. La película fue presentada en el último Zinemaldia y se ha convertido en uno de los films más taquilleros del cine en el Estado, al ser vista por 1.240.000 espectadores. Ha sido tal el éxito de público de este thriller, basado en la una historia real de una policía infiltrada en ETA, que cuenta con 13 nominaciones a los premios Goya.
Estas manifestaciones de la cineasta bilbaína ponen de relieve hasta qué punto Donostia ha ido transformándose en las últimas tres décadas en un proceso paulatino de pérdida de sus señas de identidad en pro de una nueva uniformidad que se va a asemejando, cada vez más, a otras ciudades que están perdiendo también su peculiar idiosincrasia y carácter.
Recorrer hoy el centro de Donostia es encontrarte con las mismas enseñas comerciales y negocios que pueden existir en cualquier ciudad de tipo medio en el Estado, ofreciendo un paisaje anodino donde cualquier espacio de referencialidad propia ha desaparecido para dar paso a la multinacionalidad que aportan unas franquicias desarraigadas del entorno donde se ubican.
La noticia del cierre de la librería Hontza de Donostia, una de las clásicas de la capital guipuzcoana –salvo que los compradores del local quieran seguir con el negocio–, es otro triste ejemplo de esa transformación lenta, pero sin pausa, que está viviendo la ciudad y que empieza a no ser reconocible por sus propios habitantes, sobre todo, por aquellos que peinan más de una cana.
El cierre de la librería Hontza es el último ejemplo de una larga serie de establecimientos comerciales y de hostelería que, en un corto periodo de tiempo, han echado la persiana haciendo que la imagen de esa Donostia que hemos conocido se vaya diluyendo poco a poco sin solución de continuidad.
En la misma calle y a escasos metros cerró hace tres meses el emblemático bar Tánger y muy cerca, también, se encuentra Altxerri, la galería de arte y bar de música que clausuró su actividad hace algún tiempo, sin que nadie, hasta ahora, haya osado emprender ninguna actividad en un establecimiento que era referencial en la noche donostiarra.
Previamente, el mundo de la cultura asistió con gran pesar a otro cierre, el de la emblemática librería Lagun, mientras que el sector de la hostelería ha contabilizado en un corto periodo de tiempo al cese de sus actividades de un total de ocho establecimientos en Donostia con lo que identidad gastronómica que ofrecían estos bares con sus propuestas culinarias va a sufrir una merma. Su desaparición será sustituida por otras tantas franquicias que presentarán ofertas gastronómicas muy distantes de la que conocemos.
A pesar de que las causas para que se haya producido esta larga sucesión de cierres de establecimientos son varias, sin embargo, habría que destacar entre las más importantes, la ausencia de relevo generacional, la presión del mercado inmobiliario y el precio desmedido de suelo, el descenso de las ventas por la competencia de las plataformas digitales, en el caso de los librerías, la falta de un apoyo institucional efectivo y convincente al comercio local, y, por último, los hábitos de los consumidores que están optando por el comercio online, en vez del de proximidad que es el que da vida a nuestras calles.
Un conjunto de factores que está haciendo que cada vez haya menos comercios y bares en las ciudades provocando una desertización de la convivencia social en los barrios que pronto pasará factura, hasta el punto de deshumanizar aquellas zonas residenciales alejadas del centro de las ciudades, en donde se agolpa la oferta comercial.
La desaparición constante del comercio local ha provocado la pérdida de un 2,2% de clientes guipuzcoanos que optaban por Donostia como lugar de compras y de ocio en un periodo de seis años, según el Observatorio de Turismo de Gipuzkoa, a partir de los datos de gasto de tarjetas y terminales puntos de venta de BBVA. En el año 2018, el 38,6% de los ciudadanos residentes en Gipuzkoa elegían Donostia para realizar sus compras y actividades de ocio y consultas profesionales, mientras que ese porcentaje ha bajado 2,2 puntos hasta alcanzar el 36,4% en el año 2024.
La falta de relevo generacional es una de las principales causas de esta paulatina desaparición del comercio y la hostelería locales porque como decía un comerciante “nadie se quiere implicar en un trabajo en el que hay que meter muchas horas sin saber qué vas a recibir a cambio”. A ello hay que añadir la falta de respaldo y ayudas institucionales para sostener un negocio cuando los consumidores están optando por un modelo de comercio digital que permite comprar y recibir el producto sin necesidad de salir de casa.
En este terreno, es muy significativo señalar que, según la última Encuesta de Población Activa (EPA) del Estado, cuatro de cada diez jóvenes menores de 25 años tienen la intención de opositar durante este año al considerar que el empleo público es la única garantía de conseguir estabilidad laboral. El porcentaje de jóvenes que opta por presentarse a oposiciones públicas ha crecido 1,7 puntos en el último año al pasar de un 39,7% en 2023 a un 41,4% en 2024.
Por eso, como bien decía el secretario general de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Gipuzkoa, Kino Martínez, en un artículo publicado hace unos días en NOTICIAS DE GIPUZKOA, sería conveniente por parte de las instituciones públicas poner en práctica políticas de discriminación positiva para reforzar la figura del emprendedor local desde el planteamiento de que su figura es esencial para el desarrollo de nuestra sociedad, es garantía de arraigo económico y social y debe contar con los medios necesarios desde la Administración para poder alcanzar un equilibrio con las capacidades de las grandes enseñas comerciales multinacionales y estatales con las que tiene que competir en las ciudades.
Martínez plantea la creación de una ventanilla única en el Ayuntamiento de Donostia, atendida por funcionarios empáticos con este gran problema que está viviendo la economía urbana donostiarra, con el fin de alinear las iniciativas y proyectos privados con la interlocución pública, así como evitar duplicidades institucionales como las que a día de hoy se producen y, por último, agilizar los trámites e impedir retrasos innecesarios con el gran coste que en términos económicos suponen.
También a aquellos ciudadanos, que están viendo que la oferta comercial está disminuyendo en las ciudades y que sus referencias a la hora de comprar están desapareciendo, habría que pedirles más empatía con el comercio local y actuar desde un planteamiento de militancia constante en el apoyo al emprendedor local que cada día levanta la persiana de su establecimiento dando vida a nuestras calles y bienestar a sus ciudadanos.
Seguro que muchos regalos que Olentzero y los Reyes Magos han traído en estas pasadas navidades podrían haber sido adquiridos en comercios de kilómetro 0. La sostenibilidad también comienza por uno mismo.