Y el Esparru y el Olaeta de Carlos I; el Boulevard 9 y el Ijentea del Bule; el Café Iruña de la Plaza Easo; el Munto de la Fermín Calbetón o el Itzalian del Puerto …; entre otros muchos locales hosteleros de la ciudad. Cierres de establecimientos que se caracterizaban por estar liderados por pequeños empresarios locales empeñados en realizar propuestas que reflejasen nuestra identidad gastronómica como ciudad. Locales que han cerrado, en la mayoría de casos, por una combinación de circunstancias entre las que destacan la ausencia de relevo generacional; el estrechamiento de los márgenes en el sector; la presión del mercado inmobiliario y la falta de reconocimiento y apoyo institucional para el desarrollo de la actividad hostelera en la ciudad.
Una combinación de circunstancias que, en cada caso, tiene una incidencia diferente en la decisión final sobre el cierre de los locales. ¿Cuánto afectó en el cierre del Tánger el que este verano una interpretación rigurosa, –y cicatera a nuestro entender–, del servicio municipal de terrazas privase al establecimiento de la terraza que durante años había tenido instalada durante los meses estivales en la plaza Okendo? Nunca lo sabremos, pero no tenemos duda de que dicha decisión municipal resto ánimo y moral al equipo del Tánger de cara a afrontar el futuro de la actividad. ¿Cuánto afectó en su decisión a los gestores del Munto el irrespirable ambiente que viven los hosteleros de la Parte Vieja, fruto de la sinrazón administrativa derivada del conflicto competencial entre el Ayuntamiento y la Diputación Foral sobre la protección arquitectónica del barrio? Tampoco lo conoceremos, pero está claro que las dilaciones en las respuestas de la Administración pública a los proyectos de mejora de nuestros locales son costosas y no ayudan a mantener el espíritu emprendedor que ha caracterizado siempre a nuestro sector.
El cierre de los locales señalados nos preocupa como sector por el legado que se pierde, ya que muchos de ellos han sido referencias gastronómicas; escaparates de nuestros productos y productores y centros de socialización de los barrios donde se ubicaban. Como destino gastronómico la situación nos preocupa todavía más sí, como es el caso, estos cierres coinciden en el tiempo con el anuncio de próximas aperturas en el centro de la ciudad de locales hosteleros que responden a ofertas homogeneizadoras y formatos que nos son ajenos. En efecto, en los próximos meses desembarcarán en Donostia el grupo de restaurantes de cocina mediterránea Saona (calle Garibay); la cadena de comida japonesa Sibuya (plaza de Gipuzkoa); la enseña especializada en desayunos y snacks dulces Manolo Bakes (plaza de Gipuzkoa) y un par de franquicias más en el Boulevard y en la plaza Easo, cuyos nombres preferimos no desvelar aún.
Desaparecen del centro de nuestra ciudad locales hosteleros con ofertas cercanas, que respondían a una identidad social y gastronómica propias y son sustituidas, cada vez de manera más frecuente, por marcas y propuestas foráneas que, por lo general, cuentan con un importante apoyo logístico, comunicativo y financiero. El fenómeno que está viviendo hoy la hostelería de San Sebastián no es nuevo y nos recuerda al que hace 30 o 35 años vivió el otro gran sector de la economía urbana de esta ciudad…, el comercio.
Sobre esta pérdida de pulso y personalidad de nuestra economía urbana, –de la que nos salvan algunas excelentes y honrosas excepciones–, hemos oído en demasiadas ocasiones hablar a los políticos de turno de la necesidad de recuperar el protagonismo local, la identidad perdida y el paisaje urbano autóctono. Lo volvía a comentar recientemente, –en una entrevista en un medio escrito–, un destacado concejal del actual equipo de gobierno de la ciudad en relación a determinadas propuestas comerciales abiertas en los últimos tiempos en la Parte Vieja de nuestra ciudad.
Se nos antoja difícil revertir la situación que describimos. No obstante, deberíamos intentar, al menos, ralentizar al máximo posible este proceso, reforzando la figura del emprendedor local. Si realmente hay interés en ello por parte de quienes nos gobiernan, les animamos a que reflexionen para entender que la figura del pequeño empresario local que decide invertir en el ámbito de la economía urbana, –ya sea el comercio, los cuidados personales o la hostelería–, es, en sí mismo, un bien escaso que hay que proteger. Y ello por tres razones fundamentales: la primera porque el emprendimiento es una actitud ante la vida, necesaria para el desarrollo de nuestra sociedad, que es cada vez más difícil de encontrar. La segunda, porque el empresario local es, por lo general, garantía de arraigo económico y social con su entorno y la tercera, porque la diferencia entre los medios con los que cuenta ese pequeño empresario local, respecto a las capacidades de las corporaciones con las que está compitiendo en el centro de nuestras ciudades exige, a nuestro entender, de medidas públicas que equilibren la situación.
Animamos a que en esta estrategia de protección se empleen herramientas utilizadas con éxito en otros ámbitos sociales, como puede ser, entre otras, la de la discriminación positiva. Una ventanilla única municipal especializada en “economía urbana local” sería una buena manera de hacer tangible esta estrategia de discriminación positiva en defensa del pequeño empresario autóctono. Una ventanilla única, eso sí, atendida por funcionarios únicos, que demostrasen empatía hacía el emprendedor; que entendiesen que con la riqueza que genera y los impuestos que paga en su tierra se financia la actividad de la Administración municipal; que procurasen alinear los recursos y la interlocución pública en una misma dirección; que evitasen retrasos innecesarios, –tan costosos en una ciudad con el alquiler más caro del Estado–, que luchasen contra las duplicidades interinstitucionales como las que hoy se están produciendo en nuestra querida Parte Vieja, etc, etc, etc. La constitución de esta herramienta de gestión desde la administración pública municipal sería, sin lugar a dudas, un buen arranque en la tarea de recuperar parte del pulso que los sectores locales de la economía urbana hemos perdido en los últimos años. Animamos a nuestros gobernantes a desarrollar la creatividad en la búsqueda de estas soluciones; a demostrar valentía política para aprobarlas y a asumir el liderazgo necesario para aplicarlas de manera eficaz.
Somos conscientes de que el sector tiene, también, que hacer sus deberes, sobre todo en lo referente a la captación y retención de talento y a la consolidación del relevo generacional. Pero este grave problema que hoy tenemos será objeto de una próxima reflexión. La que hoy toca hacer es la de la batalla de la homogeneización, de la uniformización, de la pérdida de identidad que se está desarrollando en nuestra hostelería –y en general en todo nuestro paisaje urbano–, a través de pequeños movimientos diarios que se libran, aquí y ahora, entre pequeños empresarios locales y grandes corporaciones foráneas. Pedimos desde aquí que se demuestre, con hechos en apoyo a nuestro sector, algo de la sensibilidad que las distintas administraciones públicas vascas han demostrado, recientemente, ante la previsible pérdida de arraigo local de un conocido grupo de distribución guipuzcoano. ¿Es quizás pedir demasiado?