Benigno Jiménez del Val (Donostia, 1951) forma parte de la élite estatal de la práctica de aikido: ya es séptimo dan. Durante la charla anuncia que acaba de ser ascendido tras la celebración de una ceremonia en Japón. Está tan contento como sereno. Su voz, suave y juvenil, transmite tranquilidad. Hay muy poquitos con este rango en la península. “Solo somos dos, un chico de Cádiz llamado José Antonio García y yo”, asegura Jiménez. Son ya muchísimos años, más de cinco décadas, profundizando en esta peculiar disciplina que es la antítesis de la agresividad y exige a sus participantes “cambiar un poco de mentalidad” para poder sacarle todo el jugo.

Normalmente, todo el mundo que practica un arte marcial busca la efectividad; cuanto más corto y feroz sea el movimiento, mejor. En el aikido no es así. No se compite. Se realiza una colaboración con tu contrario: cuando te dan un puñetazo, en lugar de parar y golpear con fuerza, controlamos el movimiento y hacemos la llave sin hacer daño”, expone. “Nuestra finalidad es acabar con la violencia, integrando su fuerza con la nuestra. No existe eso de acabar rápido una pelea. Es lo primero que explicamos cuando viene alguien nuevo a la escuela”, señala. La armónica coreografía del aikido ha sido comparada con un delicado baile de danza contemporánea. A Jiménez no le convence la comparación. “No. Tienes que evitar que te hagan daño. Si te atacan con fuerza, tu obligación es defenderte lo mejor posible y eso hay que trabajarlo”. 

Benigno Jiménez, maestro de aikido Ruben Plaza

En 1968 a Jiménez le abrieron la puerta a un nuevo mundo. Entonces tenía 17 años, era judoka. En las instalaciones del club Sakura de Amara apareció uno de los grandes maestros del aikido, Yasunari Kitaura, fallecido el año pasado. Durante 10 días les introdujo a aquellos jóvenes donostiarras las claves de un arte marcial diferente, quizás más espiritual y elegante que otros. Aunque él continuó practicando judo, no hubo marcha atrás. El aikido había entrado en su vida. “Ocurrió algo curioso”, recuerda. “Después de terminar la clase de judo, unos cuantos nos quedábamos a practicar aikido y poco a poco se fue instaurando”. Actualmente, Jiménez sigue siendo instructor en el club Zuhaizti, en el barrio de Gros.

Todo el mundo que practica un arte marcial busca la efectividad: cuanto más corto y feroz sea el movimiento, mejor

“Una cosa buena es que puedes practicarlo a cualquier edad. Yo tengo alumnos de más de 60 años, de cincuenta y tantos…”, advierte. A sus dos hijos, ambos treintañeros, también les ha picado el gusanillo del aikido. Y se lo toman en serio. Él es cuarto dan, ella segundo. El progenitor afirma que no les ha presionado para que sigan sus pasos y que ellos han tomado la decisión libremente. 

Benigno Jiménez posando Ruben Plaza

Tejidos Jiménez

A sus 73 años, afirma estar “jubilado” porque no considera que el aikido sea un trabajo al uso. En San Sebastián muchos conocen las tiendas de hogar y de vestir Tejidos Jiménez, el negocio familiar del que él también ha formado parte mientras compaginaba los entrenamientos con sus alumnos. Uno de los locales está en Amara, el otro en Gros; los dos barrios en los que principalmente ha hecho vida Benigno. “En 2024 hará 60 años que mi padre abrió la tienda. Funcionan muy bien, la verdad. Quizás por el trato personal y el asesoramiento que ofrecemos, hay gente que valora estas cosas”, dice. Le queda pendiente visitar Japón. Lo tiene subrayado en su agenda desde hace mucho tiempo. Y parece que ahora sí: al fin ha llegado el momento de conocer un país que tiene fama de no parecerse a ningún otro. El séptimo dan que le acaban de conceder es la excusa perfecta. “Probablemente aprovecharé el viaje para coger el título allí y conocer la fundación Aikikai”, explica, la escuela original de aikido ubicada en Tokio.

Camino suave


El maestro. Los pasados días 25 y 26 de noviembre, Jiménez del Val fue uno de los dos aikidokas invitados al homenaje que se le rindió en Madrid a Yasunari Kitaura. Con él empezó todo a finales de los 60.


Cumbres. Más allá del judo y el aikido, el monte ha sido otra de sus pasiones. “Cuando no había competiciones me escapaba a los Pirineos o a los Alpes. He ascendido casi todos los 3.000 y varios 4.000”, cuenta. Por aquí se queda con la cumbre del Txindoki.