“Antes llenaba el carro con 50 euros, ahora apenas me da para la mitad”. Marta, vecina de Bilbao, revisa una y otra vez las etiquetas de precio del supermercado. No es una exageración personal: en apenas cinco años, entre finales de 2019 y 2024, el precio de los alimentos en el Estado ha aumentado 33,9%, superando las cifras de la eurozona (31,2 %) y Estados Unidos (28,3 %), según el último informe del Banco de España.
La escalada no solo se nota en la factura del supermercado. Está remodelando los hábitos de consumo, presionando a las familias con menos recursos y generando un debate político sobre cómo reforzar la seguridad alimentaria en un país donde la dieta mediterránea ha sido durante décadas símbolo de bienestar y salud.
La pandemia del covid 19 alteró las cadenas de suministro, encareció el transporte marítimo y limitó la producción agrícola. El confinamiento ahondó más en la crisis de suministro provocando una rápida subida del precio de los alimentos. Cuando la economía empezaba a recuperarse, llegó la invasión rusa de Ucrania y una sucesión de fenómenos climáticos extremos.
El resultado de esta tormenta perfecta fue un repunte abrupto de la inflación alimentaria desde mediados de 2021, que alcanzó su máximo en el primer trimestre de 2023. Desde entonces la subida se ha moderado, pero los precios se mantienen en niveles históricamente altos.
“Los alimentos básicos han subido más que el índice general de precios”, señala el Banco de España. Esto significa que productos esenciales como pan, leche o huevos se encarecieron por encima de la media de la inflación.
“Los alimentos básicos han subido más que el índice general de precios”
El aceite como termómetro
Pocos productos simbolizan tanto a nuestra cocina como el aceite de oliva. En cinco años su precio ha crecido un 139%, un golpe directo para la cocina vasca y mediterránea. Las sequías de 2022 y 2023, las peores en décadas, redujeron drásticamente la producción. Además, el aceite tiene un peso tres veces mayor en la cesta de la compra española que en la europea, lo que amplifica su impacto. Según cálculos del Banco de España, solo este producto sumó casi un punto porcentual a la inflación alimentaria. Pero no solo es el aceite el que se ha puesto por las nubes. El azúcar blanco ha aumentado su precio más de un 90% mientras que en los últimos meses destacan el encarecimiento de frutas como el limón y la manzana golden, así como otros productos como la carne de vacuno y las naranjas registran una sensible alza en la cesta de la compra.
Los expertos coinciden en tres grandes motores de la escalada. Por un lado está la energía, ya que la cadena agroalimentaria consume alrededor del 30% de la energía mundial. El gas natural europeo subió 174 % entre 2019 y 2024, encareciendo fertilizantes, transporte y refrigeración. El segundo fenómeno es el clima. Sequías prolongadas, olas de calor y lluvias extremas han mermado las cosechas. Euskadi tampoco ha quedado al margen: la producción hortícola y vinícola ha sufrido variaciones bruscas lo que ha provocado que los precios no dejen de crecer. Por último, está la geopolítica. En este campo tan sensible, la guerra en Ucrania ha disparado los precios de cereales y fertilizantes. Las restricciones a la exportación en varios países redujeron asimismo la oferta global y empujaron los precios al alza.
“Esto amenaza con agravar las desigualdades sociales si los alimentos se mantienen caros durante años”
La desigualdad, en el centro
Todo ello tiene un blanco muy fácil como son las familias de rentas bajas que tienen que destinar una parte mucho mayor de su presupuesto a la alimentación. Cada subida porcentual en el precio de la comida tiene, por tanto, un efecto multiplicado en estos hogares. “Esto amenaza con agravar las desigualdades sociales si los alimentos se mantienen caros durante años”, advierten analistas. Organizaciones de consumidores alertan de que algunas familias han reducido la compra de frutas, verduras o pescado fresco, sustituyéndolos por productos más baratos pero menos nutritivos.
Un informe del sindicato USO muestra que desde 2021 los alimentos han subido 35,5 %, mientras que los salarios solo han avanzado 13,6%. El diferencial es demoledor: los precios han aumentado 2,6 veces más rápido que las rentas.
Además, el IPC de julio alcanzó el 2,7% en agosto, que aunque fue el mismo dato que en julio, supone un aumento de cuatro décimas por encima de junio, impulsado por el encarecimiento de la electricidad y los carburantes. “En los últimos cuatro años, alimentación y vivienda son los rubros que más absorben el sueldo de los trabajadores”, subraya Joaquín Pérez, secretario general de USO, quien añade que las olas de calor han convertido el aire acondicionado en un gasto ineludible para muchas familias.
Pérez también denunció que las “absurdas guerras comerciales” en Europa y fuera de ella están distorsionando el mercado y pidió una apuesta clara por la reindustrialización y por el campo español como vía para ganar resiliencia.
Nuevos hábitos de consumo
En el caso de Euskadi, las asociaciones de consumidores confirman que las familias han cambiado su manera de comprar. Tiendas de barrio y mercados locales experimentan una doble tendencia: por un lado, algunos clientes vuelven a ellos buscando calidad y ofertas puntuales; por otro, aumenta el interés por cooperativas de consumo o los bancos de alimentos que han duplicado su demanda.
“En los últimos cuatro años, alimentación y vivienda son los rubros que más absorben el sueldo de los trabajadores”
Ni la FAO ni el Banco Mundial prevén una rápida normalización. La transición energética, la inestabilidad geopolítica y los fenómenos climáticos extremos seguirán tensionando la oferta y la demanda. En este sentido, el Banco de España insiste en vigilar las expectativas de inflación: si los consumidores asumen que los precios seguirán altos, eso puede prolongar el ciclo inflacionario.
El encarecimiento de la comida es también una cuestión de seguridad alimentaria, cohesión social y estabilidad económica. La dieta mediterránea, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, podría verse amenazada si los alimentos frescos se vuelven inaccesibles para amplias capas de la población.
“España necesita políticas agrícolas, energéticas y sociales coordinadas para proteger a los consumidores y al mismo tiempo garantizar la sostenibilidad de su sistema alimentario”, concluye el informe del Banco de España.
Mientras Marta paga en la caja, calcula cuántas cosas deberá dejar fuera de su próxima compra. Para ella y para muchas otras familias, comer bien –algo que antes se daba por sentado– empieza a convertirse en un lujo que exige planificación, sacrificio y, cada vez más, creatividad en los hogares.