"Rompimos dos palas cada uno. Jugamos con la tercera. Fue una final llena de emoción, de mucho desgaste emocional. A Jon Torre, mi botillero, le debo muchísimo", desgrana Pablo Fusto . El argentino conquistó el sábado ante Esteban Gaubeka su séptimo cetro del Individual (8-10, 10-5, 10-6, 8-10 y 7-10). Iguala el récord de Óscar Insausti, con siete txapelas de la especialidad. ¿La receta? "Soy metódico y me cuido mucho", responde.

Llegó a la final del Individual del sábado con una microrrotura en el pectoral izquierdo y otra en el isquiotibial de la pierna derecha.

—Pasé dos semanas malísimas. La peor fue la última. Sentía que la rotura del pectoral iba poco a poco a mejor, pero con la de la pierna, que me hice el último viernes, peloteando, fue terrible. Me dolía al andar. No sabía si iba a llegar. Estaba con la presión de si se podía suspender la final o no. No se puede salir al frontón a dar pena. Fíjese, en la elección de material, que fue el jueves, no sabía si iba a poder probar. A eso hay que sumar que entré en la cancha sin entrenar. Pasé días sin dormir.

¿Era para usted una incógnita su participación?

—Sí. No sabía si iba a poder arrancar en el primer dos paredes de Gaubeka y si la pierna me iba a aguantar. Viví un sube y baja continuo.

Al final, logra resistir 110 minutos de agonía. Una barbaridad.

—Con la izquierda no me molestaba en el primer set, pero a partir del segundo sentí un poco de cansancio. Esteban empezó a jugar y a moverme. Lo del quinto fue un milagro.

¿Ha repasado el partido?

—He visto algunos tantos, pero no me acuerdo de nada. Me pasa muchas veces. No sé cómo remonté el 6-1 y el 8-5 del cuarto joko. Yo estaba hundido y él, crecido.

¿Dónde estuvo la clave, aparte de en su zurda, por supuesto?

—Mi mejor amigo, Emiliano Skufca, me dijo: "Pase lo que pase, déjate los huevos". Y lo recordé durante el partido. Aunque me rompiera en el quinto joko, tenía que dar el cien por cien. Me salió. Soy duro. Me he formado de una manera en la que nada fue fácil, allá en Argentina, y eso ha forjado mi carácter.

¿A qué sabe el título?

—A rejuvenecimiento. Llevaba cinco años sin estar en la final y llegas a pensar que igual no estás al nivel. No jugaba a gusto el Individual. Ha sido una inyección de juventud.

Después de cinco cetros consecutivos, pasó otros cinco años sin llegar siquiera a la final. ¿Qué se le pasó por la cabeza?

—Es algo raro. En las últimas ediciones no jugué bien, pero en otras me veía bien y perdía por pequeños detalles. ¿Por qué suceden esos detalles? No lo sé. Hay que ser consciente de que también he ganado a veces por detalles. Sé que esto no es eterno, que no se gana siempre y que llegan las malas rachas, pero eso se convierte en preocupante cuando se alarga. Empiezas a darle vueltas a la cabeza sobre tu nivel, sobre si vas a volver a ganar.

Iguala el récord de Óscar Insausti, con siete títulos del Individual. Su nombre está en la historia de la pala.

—Mi 'viejo' estaría orgulloso de ver el apellido en lo más alto durante, al menos, un par de años. Si me dicen al empezar que iba a lograr siete txapelas en una modalidad casi desconocida para mí, lo firmo. Igualar a Insausti es un orgullo que valoraré con el tiempo más de lo que lo hago ahora.

¿Cómo de negativo ha sido para usted el runrún del récord?

—Al llegar a seis txapelas, muchos amigos me lo recordaban sin mala intención. No quería obsesionarme, pero puede que me haya hecho más daño del que pensaba.

¿En algún momento creyó que no iba a volver a ganar el Individual?

—Sí. Sobre todo estos dos últimos años. Estaba desanimado. Inconscientemente, no me veía. No me sentía a gusto. No era yo mismo. Lo veía muy lejos.

Tiene siete títulos del Individual y diez del Parejas. También tiene ese récord.

—No me paro a pensar en eso. Me siento bien y quiero seguir. Tengo ilusión por continuar.

¿Cuerda para rato?

—Depende de cuánto sea ese rato (risas). Si jugué una final del Individual de una hora y 50 minutos es que físicamente sigo en condiciones.

¿Cómo se alimenta la ambición cuando se ha ganado todo?

—Creo que no se entrena. Viene en el ADN de uno. En mi caso, después de vivir lo que he vivido, uno jamás piensa en tirar la toalla.